| El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, sufrió la peor derrota electoral en sus seis años de gobierno, después de que los electores descargaran contra los candidatos republicanos al Congreso su descontento con la política de Washington frente a Irak, la incertidumbre por la economía y los escándalos de corrupción. Los demócratas de centroizquierda ganaron en las urnas la mayoría en la Cámara de Representantes, en el Senado y sumar 6 gobernaciones para tener también el control de la mayoría de los estados de la Unión. Durante la mayor parte de su mandato, Bush ha gozado de un amplio apoyo en su guerra contra el terrorismo, algo que se puso se manifiesto en las victorias de su Partido Republicano a la Cámara de Representantes y el Senado, en 2002 y 2004. Ahora, Bush encara los dos últimos años de su presidencia en un Congreso en el que su partido ya no tiene la mayoría y en el que encontrará por ello una mayor resistencia a su política nacional y exterior. Los demócratas en la Cámara de Representantes ya han dado a entender que usarán su autoridad cuando el nuevo Congreso tome juramento en enero para llevar a representantes de la administración Bush antes comisiones de investigación que esclarezcan su actuación en torno a la guerra de Irak. En los meses previos a las elecciones, los demócratas utilizaron la guerra de Irak como una de sus principales armas y lanzaron anuncios en los que relacionaban de cerca a algunos candidatos republicanos con la política practicada por la Casa Blanca en el conflicto. Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes y quien ahora se convertirá en la primera mujer presidenta del hemiciclo, instó a cambiar la dirección de la guerra. “No podemos continuar por este camino catastrófico y por ello le decimos al presidente: ‘Señor presidente, necesitamos un nuevo rumbo en Irak’”, afirmó. De todas maneras, pese a que los demócratas prometen cambiar el curso de la situación en Irak, hasta el momento han ahorrado en detalles acerca de cómo lo harán y reconocen que la política exterior y militar pertenece al campo de acción del presidente. El vicepresidente Dick Cheney, confirmado el miércoles por Bush –al contrario que su socio en Defensa, Donald Rumsfeld, eyectado de su puesto como fusible por la derrota– dejó claro el fin de semana en una entrevista con la cadena de televisión ABC que la Casa Blanca tratará a “toda máquina” de perseguir sus objetivos en Irak. “Puede que no sea popular, pero eso no importa desde el punto de vista de que tenemos que continuar con nuestra misión y hacer lo que pensamos correcto”, añadió. Pese a los éxitos de Bush en la lucha contra la red terrorista Al Qaeda, habiendo evitado hasta ahora un nuevo ataque contra suelo estadounidense desde los atentados del 11 de setiembre de 2001, la confianza popular de la que gozaban los republicanos en cuestiones de seguridad nacional parece haber pasado ahora a los demócratas. Los sondeos de intención de voto previos a las elecciones mostraban que los electores no sólo rechazan la guerra en Irak sino que consideran que el conflicto hace menos seguro a Estados Unidos. Analistas consideran que gran parte del legado de la presidencia de Bush se decidirá en Irak y contemplan expectantes si en los próximos dos años las autoridades estadounidenses conseguirán aplacar a los insurgentes y evitar que el país caiga en una guerra civil. Sin embargo, Irak no es el único asunto que ha hecho caer los niveles de popularidad del gobierno, que pasaron de ser unos de los más altos en la historia del país después de los atentados del 11-S a situarse este año por debajo de la marca del 40%. Otra mancha en el historial fueron las deficiencias en la actuación del gobierno para hacer frente a las consecuencias del huracán Katrina, que azotó a Nueva Orleans en agosto de 2005. Los republicanos se han visto también afectados por un escándalo de lobbismo que obligó a un congresista a renunciar y salpicó a otros y por las propuestas sexuales a un adolescente por parte de un representante de Florida. Tendrán que cooperar Los votantes decidieron que quieren un cambio, pero también tendrán desafíos y deberán enfrentar confrontaciones en un gobierno dividido entre demócratas y un presidente dispuesto a no ceder terreno en sus últimos dos años en la Casa Blanca. Si durante la primera parte de su segundo mandato el presidente George W. Bush tuvo dificultades para conseguir la aprobación en el Congreso de algunas prioridades –como un nuevo sistema de Seguridad Social y planes de inmigración–, el tiempo que le queda en el poder luce aún más sombrío. Los demócratas, que controlan ahora la Cámara de Representantes y también el Senado, tendrán votos suficientes para bloquear las propuestas de Bush, y la autoridad para investigar problemas en Irak y en otros lugares que podrían poner en aprietos al partido gobernante. Aunque estará políticamente herido, Bush aún mantiene un poder importante: puede vetar los proyectos de ley de los demócratas que no le gusten, y continúa siendo el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en tiempos de guerra. Pero las elecciones reflejan sin duda un rechazo abrumador de la guerra en Irak y, en consecuencia, del presidente que la alentó. Los votantes dijeron que la economía, el terrorismo, la corrupción y la situación en Irak fueron los temas que más pesaron al momento de sufragar. Casi 6 de cada 10 electores indicaron que Estados Unidos debería retirar algunos o todos sus soldados de Irak . Casi 6 de cada 10 electores dijeron que desaprobaban la presidencia de Bush. Y aún más, el 61% expresó que no estaba conforme con el desempeño del Congreso. Algunos observadores dijeron que ambas partes tendrán que cooperar: Bush para proteger su legado y los demócratas para demostrar que pueden gobernar. (AP) |