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Domingo 29 de Octubre de 2006
 
 
 
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  A 50 AÑOS DE LA REBELION EN HUNGRIA
  La revolución herética en Budapest sacudió al bloque socialista
El 23 de octubre de 1956, una marcha estudiantil en apoyo a obreros polacos derivó en una rebelión general contra el dominio soviético, que la reprimió brutalmente ante la actitud pasiva de las potencias occidentales. Su influencia  llega hasta nuestros días.
 
 

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El 23 de octubre de 1956 varios cientos de estudiantes universitarios marcharon por las calles de Budapest para manifestar su solidaridad con las huelgas de los obreros de la ciudad polaca de Poznan, que habían sido reprimidas por Moscú procurando mantener el orden en el bloque socialista.
Pero lo que había comenzado como una movilización universitaria se transformó ese mismo día en una masiva expresión de descontento popular hacia el gobierno húngaro y contra la hegemonía soviética que pesaba sobre éste. En esa jornada, alrededor de 200.000 ciudadanos, en su mayoría jóvenes de los barrios populares de Budapest, se lanzaron al espacio público para plantear sus demandas. Algunos se dirigieron hacia una estación de radio para invitar a todos los húngaros a acompañar el gesto de rebeldía.
Otros se ocuparon de destruir una gran estatua de Stalin, dejando en claro el rechazo que hacían del control soviético sobre la sociedad húngara. En la emisora, la policía especial de seguridad, decidida a impedir que los manifestantes ocuparan las instalaciones, abrió fuego contra ellos. Frente a lo sucedido, los manifestantes no sólo crecieron en número.
Esa noche, un grupo tomó un depósito de armas y las distribuyó entre quienes todavía se encontraban en las calles de Budapest. Tanto los soldados como la policía ordinaria se negaron a reprimir a los manifestantes.
Ante la gravedad de la situación, los dirigentes del Partido Comunista decidieron nombrar como primer ministro a Imre Nagy, cuya figura era apoyada por amplios sectores de la sociedad húngara. Sin embargo, la medida no evitó la formación de un Consejo Revolucionario en la capital del país, el cual pronto comenzó a recibir adhesiones de diferentes localidades, dando lugar a la formación de una República de Consejos. El gobierno comunista en Hungría se había derrumbado.

REVOLUCIONES INTESTINAS

Los sucesos de 1956 estuvieron muy lejos de representar un episodio aislado. Antes bien, se inscribieron en un ciclo de protestas que por esos años se extendió por varias de las democracias populares de Europa Oriental, mostrando el descontento de esas sociedades civiles hacia los regímenes comunistas.
Estas manifestaciones anticiparon el surgimiento de una nueva oleada de protestas contra distintos gobiernos euro-orientales, de la cual los acontecimientos de 1968 en Praga son los más conocidos. En ambas temporadas de descontento, el rechazo a la hegemonía soviética constituyó uno de los reclamos centrales, junto a la demanda de mayores libertades políticas expresada en la idea de “un socialismo más humano”.

BREVE PRIMAVERA

En Hungría estas cuestiones habían dado impulso a una política de reformas encarada por ciertos sectores de la dirigencia comunista. Desde 1953, con el gobierno de Nagy, se redujeron los planes de industrialización forzada, se puso en libertad a los presos políticos y se intentó democratizar la estructura del partido, entre otros cambios.
 En cierto modo, la muerte de Stalin ese mismo año creó condiciones propicias para ese tipo de políticas.
Sin embargo, para 1955 Matyas Rakosi volvió a ocupar el cargo de primer ministro y con él los grupos más ortodoxos de la dirigencia comunista, poniendo fin al anterior ciclo de reformas. Una importante oposición, integrada por intelectuales y algunos funcionarios, comenzó entonces a organizarse con el propósito de retomar el impulso reformista abortado por Rakosi.
El ascenso de Nikita Kruschev como nuevo líder de la URSS produjo un cambio de condiciones en el bloque socialista que, en términos generales, favoreció las posiciones de los sectores reformistas.
En torno a la figura de Nagy, sectores cada vez más amplios de la sociedad húngara comenzaron a reclamar por un sistema político multipartidario, la creación de una economía mixta y el restablecimiento de los símbolos y las fiestas nacionales. Pero el bloqueo, que el gobierno húngaro mantuvo sobre esta oposición, hizo que finalmente el descontento se expresara en la forma de una rebelión popular, tal como ocurrió en octubre de 1956.
Ante el derrumbe del gobierno de Rakosi, en Moscú algunos dirigentes comunistas apoyaron el envío de tropas a Budapest para poner fin a la situación. No obstante, Kruschev intentó llegar a una solución pacífica del conflicto, como la que se había logrado ese mismo año en Polonia. A partir de las negociaciones desarrolladas con Imre Nagy y otros políticos, el 30 de octubre fueron retirados de Hungría los tanques soviéticos.
Sin embargo, la persistente movilización de obreros, campesinos, jóvenes y oficiales del ejército húngaro, fue interpretada por los dirigentes soviéticos como algo que llevaría finalmente a la desaparición del comunismo en Hungría y a la pérdida de una pieza del bloque socialista.
Así sucedió cuando el 1º de noviembre. El gobierno de Nagy, accediendo a las presiones de la población movilizada, decidió retirar a Hungría del Pacto de Varsovia.
Dispuestos a poner fin a la situación, el 4 de noviembre la dirigencia soviética movilizó una fuerza militar de 6.000 tanques y 200.000 soldados para derrocar al gobierno revolucionario. La población húngara ofreció resistencia a las tropas soviéticas, pero al cabo de diez días fue derrotada por la supremacía de éstas.

EL JUEGO POLITICO DE LA
GUERRA FRIA

Los hechos de 1956 dejaron claro que el Pacto de Varsovia serviría más al objetivo de mantener el control soviético sobre la región que a la organización de una defensa común frente a un eventual ataque externo que nunca se produjo.
Implacable, la invasión soviética no dejó a miles de rebeldes húngaros otra alternativa que la del exilio. Pero en el desenlace de aquellos sucesos no sólo debe observarse la rudeza con que el régimen soviético mantuvo su dominio en Europa Oriental.
La actitud mantenida por las potencias occidentales también colaboró en tal sentido. Ni la ONU ni cualquiera de las democracias occidentales insinuaron reconocer al gobierno surgido de la revolución. Los desesperados pedidos de colaboración de los rebeldes húngaros, que llegaban a Europa Occidental por medio de transmisiones radiales, no lograron despertar más que un apoyo testimonial.
Como todo juego, el de la Guerra Fría tenía sus reglas y de respetarlas dependía la continuidad de la partida. El principio que regía aquel juego que tenía por tablero el mundo entero era que ninguno de los dos jugadores incursionara en los espacios recíprocamente identificados como dominios del otro.
Finalizada la partida en 1989, Hungría abandonó su papel de pieza del bloque socialista que había desempeñado desde la segunda posguerra. El eco de la revolución de 1956 marcó con su resonancia el proceso de reformas puesto en marcha en la década de 1980, gracias al cual la sociedad húngara ganó las libertades tan largamente anheladas.
Sin embargo, los tiempos recientes han demostrado que no sólo de libertades viven las sociedades. Hungría ya no es un satélite del régimen soviético.
 Hoy puja por convertirse en uno de la Unión Europea. Para ello, los gobiernos húngaros se han lanzado por el sendero de políticas neoliberales de ajuste y austeridad, que han generado un profundo malestar en la sociedad, como lo mostraron en los últimos meses las masivas manifestaciones populares de descontento frente a la actual administración del socialdemócrata Gyucrsany.

 

 

   
LISANDRO GALUCCI
Especial para “Río Negro” Profesor e investigador  en la UNC.
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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