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Domingo 22 de Octubre de 2006
 
 
 
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  INVESTIGACION HISTORICA
  Alberto Domingo Perón, el hermano desconocido del general
No figura en la biografía del fundador del justicialismo este hermano que sólo vivió 9 meses. El revelador dato familiar del ex presidente surge en momentos en que su cuerpo es trasladado al sitio definitivo y podría develarse si Martha Holgado es su hija.
 
 

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ue el tercer hijo de Tomás Perón y Juana Sosa que se inscribió en el registro civil de Lobos como Alberto Domingo “N”, es decir sin apellido, aunque al mes siguiente el padre lo reconoció por medio de un acta. Pero siempre, sin excepciones, la historia oficial y las voces populares coincidieron en que Perón tuvo un solo hermano que vivió por siempre en la Patagonia y al general le costó convencerlo para que aceptara algún cargo en su primera presidencia.
Avelino Mario Perón fue a quien el líder justicialista se refirió como “su” hermano, sin aludir a ningún otro. Finalmente, por declararse un amante de la naturaleza y de los animales, ese hermano aceptó ser director del Zoológico de Buenos Aires y murió nada viejo, como aquel antecesor en el cargo y amante de la Patagonia que fue Clemente Onelli. No parece creíble que, a 61 años del 17 de octubre de 1945 –cumplidos el martes pasado– y tras tanta tinta que ha sido derramada por indagadores nativos y de otras nacionalidades, nunca aludieran al Perón que murió lactante.

EL TIO MILITAR Y LA ABUELA DOMINGA

La criatura llevó el nombre de su tío Alberto, el único militar en la familia a excepción de su sobrino general, pero que murió muy joven poco después de cursar el Colegio Militar. El segundo nombre, Domingo, como su hermano, fue por su abuela Dominga Dutey.
El propio Perón, un tanto aficionado a despistar a sus interlocutores con los datos de su infancia, jamás evocó la existencia del infortunado hermano ni proporcionó detalle alguno de lo que debió ser un episodio dramático y que, seguramente, la familia sepultó junto con el desdichado bebé.
Claro, el hermano mayor Avelino Mario tenía siete años y medio cuando sobrevino aquella muerte, y a Juan Domingo le faltaban cinco meses para cumplir tres años.
Alberto Domingo nació a las ocho de la noche del 13 de agosto de 1898 y enfermó de gravedad a principios de mayo del año siguiente. La familia vivía en Roque Pérez, partido de Saladillo –jurisdicción de la que se “independizó” en 1913–, y es posible que el padre estuviera a campo abierto absorbido en las tareas rurales, ya que no fue él quien esa vez denunció en Lobos el nacimiento, como sucedió con su hijo Juan Domingo, y también estaba fuera del hogar cuando enfermó su tercer hijo, Alberto Domingo.
Fueron la madre y su joven prima Francisca quienes debieron correr a Lobos para cubrir las dos urgencias: la de hacerlo atender por un médico y para bautizarlo, porque la criatura carecía de la imposición del sacramento y porque la gravedad del caso habría obligado a pensar en un desenlace fatal.
Claro, la pareja no estaba unida en matrimonio civil ni religioso y el bebé –por esa causal– llevaría también en la fe de bautismo, como sus hermanos mayores, el apellido Sosa. Además, el punteado para llenar con el nombre del padre figuraría para siempre con un vacío que obligaba a consignar que se trataba de un hijo “natural”.

EN TREN DE URGENCIAS

Por el tramo ferroviario que unió a Roque Pérez con Lobos corrían trenes desde la primavera de 1884, de manera que no resultó trabajoso llegarse hasta la consulta médica y hasta la piedra bautismal. El cura y vicario Enrique Perroni “bautizó solemnemente, puso óleo y crisma a Alberto...” –sin el Domingo de su segundo nombre– y así quedó asentado en el acta de bautismo de 1899, folio 307, con el siguiente registro marginal: Alberto Sosa. La madre quedó registrada como “natural del país”, de 25 años y domiciliada “en el partido de Saladillo”. La madrina fue Francisca Toledo, la prima de Juana de tan sólo veintiún años. No hubo tiempo, al parecer, para buscarle un padrino. Su caso urgía, por lo que el bautismo obró, casi, a la manera de una extremaunción.
El fatal desenlace de la criatura era inevitable.
Quizás convenga hacer un alto en esta narración para proponerse algunas preguntas y aportar el único dato de fantasía sobre un tercer hermano, pero que no llegó a tener vida, y así apareció en “La Novela de Perón” de Tomás Eloy Martínez: “El alumbramiento de una criatura inviable que nació muerta. Y porque una anécdota de trastienda no puede soslayarse en mérito a esclarecer estos intrincados ramajes genealógicos, es que este relato, de aquí en adelante, se personaliza”.

LA NOVELA DE PERON

Con Tomás Eloy Martínez compartimos varias experiencias periodísticas –“Primera Plana”, la fundación de “Telenoche” y “Panorama”– y como en mis investigaciones extraperiodísticas solía tropezar con curiosos datos de la vida de Perón, sin tener el propósito de hallarlo ni con plan de escribir ensayo alguno, en 1984 cedí a Martínez mi mejor hallazgo: un fotografía del acta de nacimiento de Juan Domingo Perón que había tomado –diríamos subrepticiamente– en 1974. Lo curioso de este documento consiste en que en su texto no figuraba el nombre de la madre, era del 8 de octubre de 1895, pero respecto al varoncito decía que había nacido “en el día de ayer a la diez antes meridiano”, es decir en la mañana del siete.
El empecinamiento por saber qué decía el acta provenía de una intriga: desde la redacción de la revista “Panorama” –a principios de los ’70– le había propuesto al que fue diputado y también experto en temas astrales, Sobrino Aranda, que confeccionara, contra el correspondiente pago de los honorarios que estipulara –y la Editorial Abril respetaría–, una carta natal del general para divulgar su futuro, el último tramo de su largo liderazgo.
La inmediata negativa de Sobrino Aranda la fundamentó en que “la hora y día de nacimiento del general es un secreto de Estado”. No hubo nota porque el otro augur del justicialismo era intratable: José “el brujo” López Rega. Tomás E. Martínez publicó “La novela de Perón” como un muy anticipado adelanto por entregas de su libro, con buen despliegue de fotografías y textos que corrigió más tarde, en “El Periodista de Buenos Aires”, redacción que también compartimos. Allí tuvo oportunidad de incluir la dichosa acta, señalando noblemente a pie de página que el hallazgo me correspondía. Es la única fotografía, que se sepa, en la que el acta se puede ver –en época nada digital y sin photoshop– sin los agregados marginales que se le adosaron más tarde.

La hija de Perón, a la vuelta de la esquina

Las visitas a la casa de la adinerada prima de mi abuela Consuelo, la muy española doña Erundina Pérez, eran una fiesta. Fiesta suntuosa de agasajos servidos por mucamas de delantales almidonados y cofias puntillosas.
Era un palacete de dos plantas y una docena de habitaciones emplazado en la esquina de Benjamín Matienzo y Zapata, a pasos de la porteña iglesia castrense de la avenida Cabildo.
Como en la vieja película “El Tam-bor”, yo era tan chico que podía entreverarme entre las piernas de los comensales, donde con mis redes auditivas cosechaba historias de toda envergadura.
A la vuelta de la esquina, mejor dicho al lado, por la calle Zapata (número 315, para ser exactos), vivía otra familia con alguna alcurnia: los Tizón, padres de la primera esposa de Perón.
La casa de la parienta Erundina sobrevive con la planta baja remodelada para que funcione un restaurante. La casa de los Tizón cayó bajo la piqueta en mérito de un pequeño hotel familiar. La familia de Erundina se envanecía de la amistad con familia vecina, que había agregado a su clan a un esbelto oficial del Ejército. Pero esa historia ya no era contemporánea a nuestras visitas, era historia pasada, porque ya en 1938 Perón había enviudado aunque seguía con ese domicilio, o por lo menos lo usaba como remitente en sus cartas (fotocopia de una de ellas a su amigo Carlos de Roque Pérez, y que algunas voces lugareñas sindican por medio hermano del entonces teniente coronel).
Cuando Perón ya era secretario de Trabajo y Previsión, y fue vicepresidente de Edelmiro J. Farrel y tomó contacto con los trabajadores y sus dirigentes, uno de los integrantes del clan familiar de la pariente Erundida debió dejar su puesto diplomático en México y volvió a ocupar su dormitorio en la casona de Zapata y Matienzo. Cambió su admiración por el esbelto teniente coronel. Fue entonces que escuché la versión que había tenido una hija extraconyugal. ¿Sería la hoy Martha Holgado? Hoy puedo volver a la casona donde los comensales del restaurante seguramente ignoran a los fantasmas que cuchichean los rumores de otras épocas.
Pero ya no puedo entreverarme debajo de las mesas y esperar otras historias, o los comentarios de hoy sobre legimitidades de hijos presuntos. (F.N.J.)

 

   
FRANCISCO N. JUAREZ
fnjuarez@sion.com
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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