| l “Padre de la Patria” Kim Il-Sung gobernó Corea del Norte con mano de hierro durante treinta años y designó como sucesor en los tempranos 1980 a su hijo Kim Jong-Il quien, al igual que su padre, se convirtió en objeto de un pegajoso culto a la personalidad. Cuando el actual líder de Corea del Norte asumió el poder en su país, a la muerte de su padre, los diarios japoneses y surcoreanos se mostraron nerviosos por lo poco que se sabía de él y la imprevisibilidad de sus comportamientos al frente de un régimen ya de por sí misterioso. Un diario decía: “Kim Jong-Il es uno de los más enigmáticos líderes políticos del siglo. La información sobre él es escasa y, aunque hay algunos datos confidenciales suministrados por desertores y otras fuentes, no hay modo de verificar la certeza de tal información”. Pasó mucho tiempo hasta que la oscuridad cedió paso a la luz. Una biografía oficial, con título “El adorado Kim Jong-Il”, dio cuenta de una personalidad fuera del común. Relata, por ejemplo, que este hijo de Kim Il-Sung nació en 1942 montando un caballo alado en un lugar conocido como “El Monte Sagrado de la Revolución” donde su progenitor plasmó la doctrina nacional. Demostró desde la infancia rasgos de genialidad: una rara inteligencia, una fina capacidad de comprensión y análisis de todo lo que lo rodeaba. Dice la biografía que Kim Jong-Il manifestó desde niño un marcado patriotismo, una profunda humanidad y una gran espontaneidad. Una vez durante el verano, viendo algunos hombres en el río Taedong que preparaban explosivos para pescar, los reprendió diciéndoles que de ese modo matarían también a los peces chicos y por eso lo mejor era usar redes y fijas. Esa misma tarde le contó a su padre lo que había visto y a consecuencia de ello fue adoptado en todo el país un plan para salvaguardar los recursos naturales del territorio nacional. Dice el libro, por ejemplo, que, durante su niñez y gracias a su espíritu de observación, declaró que era falsa una leyenda según la cual pueden verse conejos en la luna comiendo bajo los árboles ya que, argumentó, la distancia hace imposible verlos dado que todo se ve más chico cuanto más lejano. Y el colmo de su capacidad de intuición en dos detalles: entendió por qué entre tantas flores que nos presenta la naturaleza no hay ninguna de color negro y también comprendió el motivo por el cual la gallina, cuando toma agua, sacude hacia arriba la cabeza y mira al cielo. Este personaje es el líder actual de Corea del Norte. Entretanto, hay una población que sufre privaciones de toda índole, cautiva de un régimen sin escrúpulos que utiliza toda la ayuda humanitaria que Japón, China (ésta cubre el 70% del consumo de alimentos y el 80% de combustibles) o Corea del Sur le hacen llegar, en beneficio sobre todo de sus sostenedores únicos: el Ejército, la Policía y el partido, un sistema totalitario. Bajo sanciones de Estados Unidos desde la guerra de los ’50 entre Corea del Norte y Corea del Sur, Kim Jong-Il aisló a su pueblo del mundo exterior y ha llevado a su país al borde de la ruina económica y la hambruna. Pero manda uno de los ejércitos más numerosos del planeta (1.082.000 hombres en el 2003, 9% del PBI afectado a Defensa). La actual coyuntura política. A partir de los atentados del 11/9/2001 el presidente G. W. Bush ha venido desarrollando una retórica de condena absoluta respecto a Corea del Norte. Estableciendo una relación entre la capacidad misilística y la amenaza de posesión de armas nucleares, ha abundado en alertas con respecto al gobierno de Kim. Ya en el 2002 en su discurso sobre el estado de la Unión, Bush estigmatizó a Corea del Norte como miembro de un “Eje del Mal”, una afirmación que fue recibida como declaración de guerra por Pyongyang. A esto sucedió una serie de demandas de verificación de armas de destrucción masiva, rechazada sinuosamente por el régimen norcoreano. El anuncio nuclear. Los diarios del pasado martes nos despertaron con títulos inquietantes: “Alarma en el mundo por Corea del Norte. Pyongyang concretó ayer su prueba atómica”, decía un matutino porteño. Se estimó que la explosión tenía, en lo que a poder hace, el doble que la bomba arrojada sobre Hiroshima en 1945, una estimación que parece exagerada a la luz de apreciaciones posteriores de fuentes japonesas, rusas y francesas que calcularon entre 5 y 15 kilotones y algunos bastante menos que eso. Las noticias locales señalaron que Estados Unidos condenó el ensayo estimándolo un acto de provocación y presionó a China, Japón y Corea del Sur a que frenen y encarrilen a los norcoreanos constituidos en una fuerte amenaza para la paz. “The New York Times” del día siguiente a la explosión conceptuó la prueba como muestra de “un fracaso de dos décadas de diplomacia atómica del gobierno de Washington”. Y transcribía declaraciones del senador Sam Nunn, quien dijo con burla: “Esto nos dice que empezamos por la punta equivocada del ‘Eje del Mal’. Empezamos por el menos peligroso de los países, Irak, y lo sabíamos todo el tiempo; ahora tenemos que arreglarnos con esto”. El diario recuerda que el presidente había declarado en mayo del 2003 que “Estados Unidos y Sur Corea no tolerarán armas nucleares en Corea del Norte”. Ahora alega que la “grave amenaza” consiste en la posibilidad de la transferencia de esas armas a otro país o a terroristas y sólo propone sanciones en el marco de Naciones Unidas. Los críticos de la política de anti-proliferación de Bush apuntan a un futuro tragicómico: que la táctica de Pyongyang resulte inteligente y exitosa. Quizá, dicen, los norcoreanos sopesan el empantanamiento americano en Irak y siguen la lección estratégica de Pakistán, que realizó su primera explosión nuclear en 1998, aguantó tres años de sanciones y ahora está feliz y contento, reconocido como un importante aliado de Estados Unidos. Pero hay en ese país opiniones menos absolutas. Así, hay quienes ponen en duda la capacidad nuclear pregonada por los norcoreanos y desconfían de su anuncio. Hablan de la “remota posibilidad” de que haya existido una prueba subterránea de este tipo. (Coincidentemente leemos en el “Corriere della Sera” una manifestación de dudas por parte del prestigioso geofísico italiano Enzo Boschi que se titula “¿E se fosse un bluff?”, en la que concluye que lo sabremos en 48 horas). De todos modos, el gobierno estadounidense lo toma en serio y está presionando al Consejo de Seguridad de la ONU para que dé vía libre a sanciones. En Francia “Le Monde” asegura, por su parte, que “el análisis de la explosión será laborioso”. Los países vecinos. Los norcoreanos parecen preferir un solo interlocutor en sus problemas estratégicos y éste es, por razones obvias, Estados Unidos. Pero los más tocados por la situación son los vecinos, los surcoreanos, los chinos y los japoneses, integrantes de un área geopolítica extremadamente sensible. Los primeros temen una guerra y no quieren renunciar a la esperanza de una distensión. Los segundos parecen estar desilusionados y con mucho enojo con sus antiguos protegidos. “Kim Jong no ha escuchado nuestros consejos y se ha metido en un callejón sin salida”, declaró Shi Yinhong, profesor de estudios estratégicos de la Universidad de Pekín. Quizá el asunto de mayor preocupación para China sea que el estropicio de su aliado resulte en consecuencias como una carrera de Corea del Sur y Japón en procura de armas nucleares. Y los problemas de este último, ahora que las certidumbres sobre Estados Unidos –garante de su seguridad desde hace sesenta años– han entrado en crisis y tienen en China un vecino que crece económicamente y también aumenta su potencia militar, son formidables. El espectacular anuncio de Corea del Norte resulta algo así como recibir sal en una herida. Todas estas circunstancias e incertidumbres pueden persuadir a los japoneses a salir de su indeterminación militar y constituirse en lo que realmente son: una potencia mundial. Sus actualizados liderazgos políticos internos –caso del nuevo primer ministro de derecha y del emblemático, nacionalista y shintoísta gobernador de Tokio– apuntarían en esa dirección. Concluyendo. Hay una política nuclear contraria a la proliferación, que ignoró el sabio consejo de los físicos pacifistas al inicio de la era atómica, y ésta es una política que no funciona. La historia de los últimos 50 años enseña que nadie ha podido detener a un gobierno firmemente dispuesto a hacerse de un arma nuclear. Ha existido una estrategia que a veces dio resultados (como en el caso de Sudáfrica y de los militares argentinos y brasileños) pero otras veces no (como en India y Pakistán o, quizá, Corea del Norte). Hay problemas gravísimos, como el de la posesión –consentida o escondida– de un arsenal nuclear por Israel y el de las intenciones de réplica por parte de países como Irán. Hay un club nuclear exclusivo que se expresa a través de la comunidad internacional en una clamorosa impotencia para evitar el forzamiento de entrada por nuevos socios. Parece que lo que está ocurriendo es una muestra. Hay un autócrata en un país paupérrimo que se ha dado el lujo, con un anuncio que no sabemos si es consistente o no, de intranquilizar a los poderosos y perturbar a una humanidad menos culpable. |