| Son fieles los perros? ¿Son astutos los zorros? ¿Tienen buena memoria los elefantes? ¿Destacan las hormigas por ser muy ahorrativas y las cigarras por resultar demasiado imprevisoras? ¿Es cruel el tigre y pacífica la paloma y madrugador el gallo y bailarín el oso y valiente el león y estúpido el asno y feroz el lobo y sucio el cerdo y malvada la serpiente y...? Puede que este reparto de buenas y malas cualidades sea acertado en algunos casos, pero otras muchas veces se equivoca por completo (las palomas son muy agresivas, por ejemplo, y los asnos, nada tontos). Lo cierto es que los humanos vemos a los animales desde nuestro punto de vista y les convertimos en ejemplos de vicios o virtudes que nos interesan mucho a nosotros pero no a ellos. A lo largo de la historia de la literatura, algunos escritores han utilizado a los bichos para dar lecciones o enviar mensajes a los humanos. Esos cuentos protagonizados por animales poco “animalescos” y muy humanizados, que se nos parecen en demasiadas cosas, que hablan, hacen casas, tienen reyes, etc., suelen llamarse “fábulas”. Seguro que te acuerdas de algunas muy famosas, como “La cigarra y la hormiga”, “La zorra y el cuervo”, “La liebre y la tortuga”, “El lobo y los tres cerditos”, etc... En cada una de las fábulas se plantea el enfrentamiento entre un animal que representa un comportamiento malvado o imprudente y otro bicho que se porta con bondad o con prudencia. El resultado es que el malo y sobre todo el imprudente resultan castigados por su avaricia, por su ignorancia, por su descuido o por su falsedad. Al final cada fábula tiene su “moraleja”; es decir, una pequeña lección que nos enseña lo que hay que hacer o lo que debemos evitar. A veces las fábulas son bastante crueles y yo no te recomiendo que hagas caso de algunas moralejas. A mí la pobre cigarra me ha caído siempre muy bien, ya ves, y la hormiguita hacendosa me parece una antipática y una egoísta de cuidado... Una de las fábulas más emocionantes y terribles escritas en nuestro siglo se llama “Rebelión en la granja”. ¿La recuerdas? Los animales de una granja se rebelan contra el amo que los tiraniza, un hombre brutal. Logran expulsar al amo y organizan la granja de modo que todos –las gallinas, los perros, los caballos, los cerdos, el asno, etc...– tengan igual derecho a disfrutar de lo que consiguen con su trabajo. Pero poco a poco los cerdos, dirigidos por uno muy listo llamado Napoleón, se van convirtiendo en los nuevos amos de la granja: trabajan cada vez menos, se apoderan de los mejores bocados, tienen todo tipo de privilegios, amenazan e incluso matan a quienes no les son ya útiles, etc... Napoleón acaba siendo un tirano peor que el antiguo dueño de la granja. Uno de los trucos que utiliza para conseguir mandar sobre el resto de los animales es la propaganda: se las arregla para cambiar la historia de las luchas que han mantenido contra los humanos, de modo que siempre parece que él fue un héroe, y sus rivales, cobardes o traidores. También modifica con astucia las leyes que habían establecido los animales de la granja: por ejemplo, donde ellos pusieron “todos los animales son iguales” Napoleón pondrá “todos los animales son iguales, ‘pero unos son más iguales que otros’”. ¿Cuál es la moraleja de esta fábula? Que el poder es algo muy peligroso y que siempre hay algunos que están dispuestos a cualquier cosa –la mentira, el crimen, lo que sea– con tal de dominar a los demás y aprovecharse de ellos. George Orwell, el autor de Rebelión en la granja, estaba pensando en Stalin cuando inventó al cerdo Napoleón; pero la moraleja de esta fábula sirve también para cualquier otro dictador, como Hitler, Mao Tse-Tung, Franco, etc... La única solución para evitar que alguien se haga el amo de la granja o del país en que vivimos es el sistema democrático: que sólo mande quien haya sido elegido por la mayoría y que deje de mandar cuando la mayoría decida que no le gusta cómo está mandando. ¡Ah, y cuidado con las falsificaciones de la historia o de las leyes, porque no faltará algún cerdo que se aproveche de ellas! |