| El MPN es un partido de provincia que ha hecho historia, sobre todo en lo que le toca a la corta historia política de Neuquén desde que comenzó a seleccionar sus propios gobernadores y legisladores. Desde su nacimiento, en 1963, acumuló ocho triunfos consecutivos, completó seis mandatos provinciales y pretende alzarse con uno nuevo cuando arribe el turno electoral de 2007. En ese pasado, de “triunfos duraderos” evocando a un viejo tango, de algo menos de medio siglo, parecen distinguirse dos etapas. Y para este presente, promete asomar un tercer tiempo que marcará los destinos provinciales durante el período 2007-2011 y, por qué no, en condiciones de extenderse hasta el año 2015, siempre de acuerdo a la tradición impuesta por el formato constitucional vigente y aplicado en la provincia por primera vez por Jorge Sobisch. Quien llegue al gobierno provincial estará obligado a prolongar su permanencia durante dos mandatos consecutivos. Y durante ese doble mandato, de ocho años, sostener un firme liderazgo partidario y provincial. De acuerdo a los protagonistas de la hora actual, en este tercer tiempo sólo hay lugar para la continuidad. Aunque están aquellos que insisten en sus pretensiones reformistas que también suenan más a voluntades por restaurar prácticas, cuando no deseos nunca cumplidos, todo ello herencia de alguno de los dos tiempos pasados. Lo cierto es que se impone la hora de la continuidad, en términos de sucesión de consistentes liderazgos. En esta historia, el MPN ha conocido liderazgos de “reemplazos”, si bien en algunas ocasiones prometieron ser de ruptura. Al fundador Felipe Sapag lo reemplazó Jorge Sobisch. A éste parece continuarle Jorge Sapag. Dos tiempos pasados, uno por venir. Un liderazgo fundador, otros dos de reemplazo. ¿Y dónde queda el tiempo de Pedro Salvatori, el de ayer, de un ayer no tan lejano, de su gobierno entre 1987 y 1991 y el de hoy, en su pretensión de lograr ser candidato partidario para gobernador del período 2007-2011? El primer momento del ingeniero-gobernador fue demasiado corto y poco “intenso”, exceptuando, por supuesto, su activismo social frente a la hecatombe hiperinflacionaria que se abatió en el país cuando finalizaba el mandato presidencial de Alfonsín y se iniciaba el de Menem. No hubo más en su gestión provincial que las enseñanzas que supo obtener de una anodina razón técnica del poder volcada a un ambicioso programa de construcciones de viviendas y creación de pueblos que resultó en gran parte una holgada “herencia” del tiempo Sapag. Es que Salvatori no necesitó imponer un liderazgo porque siempre contó con un paraguas carismático prestado, el de “don” Felipe. También, con la seguridad de haber sido convocado como hombre de capacidades ministeriales, de esos que ocuparían cualquier oficina del “desarrollismo” de otra época. Por una u otra razón, Salvatori no supo o no quiso construir un liderazgo de disputa, para superar el de un sacralizado Felipe Sapag y de un Jorge Sobisch que merecía algo de crédito por su juventud dentro del MPN y esa voluntad que lo caracterizó a partir de entonces de querer más, sobre todo después de su debut político como jefe municipal de la ciudad de Neuquén. El paso del ingeniero-gobernador como diputado, senador y fundamentalmente en su último rol de convencional, lo hizo acreedor de un sorpresivo y reciente, aunque posiblemente efímero, capital político. Lo cierto es que no hubo un “tem-po” Salvatori o en todo caso, si lo hubo, resultó de una situación de excepción para cubrir un tiempo de descuento, en esa suerte de oportuno “cesarismo técnico” que supo encarnar. Regresemos al primer tiem-po del MPN. A aquel que supo sobrevivir a las entonces poderosas fuerzas del peronismo con su líder en el exilio, también de las que respondían a un Perón de su brevísima tercera presidencia y finalmente, al peronismo de la polarización ideológica a través de las armas. Fue el tiempo de liderazgos personalísimos, de hombres fuertes en la política provincial y nacional, de políticas providencialistas. Fue el momento de Felipe Sapag y también de su hermano, Elías. Después de 1983 hubo lugar para la democracia de partidos, también de una naciente democracia electoral, de la política como poder y no razón técnica, de liderazgos excluyentes. Frente a todo aquello ese primer tiempo parece haberse prolongado más de la cuenta. De hecho tuvo una última parada obligatoria entre 1995 y 1999, porque se quiso bloquear el liderazgo de reemplazo que ya encarnaba Jorge Sobisch. Posiblemente el tiempo “Sapag” ya había agotado sus recursos cuando el menemismo nacional convirtió las verdades peronistas, que eran también verdades emepenistas, en razón de mercado. El tiempo de Sobisch fue de carrera desbocada, siempre ascendente, por sumar poder. Sin los atributos de un “carisma tradicional” tuvo que inventarse en cada uno de sus mandatos. El de la política como la pluralidad bajo el signo de la enmienda constitucional de 1994, para una reelección que le fue esquiva por el retorno de Felipe Sapag y que recién llegó en 2003. Junto a ese primer capitulo sobischista hubo una administración del gasto también desbocada, reduciendo a la nada la cifra más alta que supieron tener las arcas provinciales en toda su historia y, por si fuera poco, entregando su gobierno con un abultado déficit. Este tiempo de Sobisch se continuó a modo de revancha en 1999 y tuvo un traspié crítico por las consecuencias del primer intento por consumar un alto tribunal judicial a su medida con la compra de voluntades legislativas. A pesar de ello durante esos años los hombres leales al tiempo “Sapag” pasaron sus bagajes y humores al nuevo mandamás partidario. Y aun más, una buena parte de aquella familia histórica también sumaba sus cuerpos y almas. Cuando Sobisch logró su primer sueño provincialista, el de su reelección, otro sueño comenzó a birlarle las posibilidades de marcar el ritmo de la continuidad. Queda por evaluar cuánto daño ha provocado su pretensión presidencialista en la consumación de un liderazgo que, de reemplazo, parece transformarse en estos día en uno de retirada. Lo cierto es que el tercer tiempo que asoma se presenta bajo la voluntad de renovación política que, en buena medida, debiera ser la construcción de algo distinto. Sin embargo, el MPN, como cualquier partido argentino de más de dos décadas de existencia, cuenta con ladrillos viejos y no se sabe si la argamasa que piensa utilizarse está recién elaborada. Por ello es probable que el precandidato Jorge Sapag tenga un sentido más realista para saber que este tercer tiempo, su tiempo, resultará de la producción de un liderazgo no muy distinto a los que ya tuvo la provincia. Cuenta para ello el estilo y la experiencia de quien supo administrar una espera, aunque en esa antesala prefirió colocarse en un primer momento más cerca de un político sin partido y sin gobierno que defender. El MPN vive la hora de un nuevo liderazgo de reemplazo. Los dos saben... • Los dos saben que en Argentina la política de poder real no nace de complejas y sesudas elucubraciones teóricas. Nace de prácticas concretas. Y que incluso suele ser parida en términos parecidos a como Fernando Savater dice que lo hace la literatura, “en un corro de hombres y mujeres acuclillados en torno a un fuego mientras alguien cuenta una historia”. En sus más y sus menos, así nació el MPN en días que se hunden en la historia. • Los dos hacen política desde la alianza cuasi mítica que el MPN tiene con el poder y la reproducción de poder. Una cultura firme. Intensa. El ombligo de la política provincial. Pura realidad. • Los dos son soldados de espartana lealtad a esa cultura. Fungen en política con gran plasticidad para responder a las necesidades imperiosas de ese esquema de poder. Y cuando marcaron alguna discrepancia, se cuidaron de no poner en riesgo el todo. • Los dos saben de los silencios que exige el pertenecer a ese esquema de poder. Se reconocen en infinidad de oportunidades en las que debieron poner “cara de nada” ante formas y estilos con los que el MPN ejerce el poder. Un sistema de decisión que, si es necesario, no le hace asco a la impunidad a la hora de definir. Una práctica política cuya historia dice que tiene más de régimen que de sistema republicano. Una cultura en la que los intereses particulares de los hombres del poder suelen mimetizarse con los intereses colectivos de los neuquinos. • Los dos van a la política desde generaciones distintas. Pedro Salvatori se forjó en el yunque felipista. Jorge Sapag aceleró la construcción de su perfil en la bigornia desde la cual manda Jorge Sobisch. • Los dos saben de los humores de los máximos poderes que han timoneado al MPN y sus gobiernos: Felipe Sapag y Jorge Sobisch. Ese espacio donde la lógica del poder suele tornar formal todo debate. • Pedro Salvatori sabe mucho –por caso– del universo destemplado desde el cual decidía Felipe gobernador. Estilo directo. Y si era necesario, agrio. Tanto como para llevar al llanto al entonces Jorge Sobisch intendente de Neuquén. Y mandarlo a buscar en plena madrugada no para disculparse, sino para volver a encuadrarlo. Jorge Sobisch jamás olvidó esa humillación. “Impiadoso”, confesaría con ojos de rencor y desprecio una noche de abril del ’94 en Canadá. • Jorge Sapag sabe del tumultuoso devenir psíquico de Jorge Sobisch. Una especie de aritmética que lo compele a sentirse enmarcado por un destino manifiesto. Un político que suele no dejarse atrapar por exigencias éticas a la hora de decidir. ¿Cuánto cambiará de todo esto en Neuquén, sea Pedro o Jorge? |