| Lunes. Esa nueva criatura de pelo largo me sale al paso a cada rato. Siempre anda rondándome y persiguiéndome. Esto no me gusta; no estoy acostumbrado a la compañía. Me gustaría que se quedara con los otros animales... Nublado hoy, ventoso en el este; creo que se nos viene la lluvia... ¿Nos? ¿De dónde saqué esa palabra? Ahora me acuerdo: la nueva criatura la usa todo el tiempo. Martes. Estuve observando la gran caída de agua. Es la cosa más agradable del Estado, me parece. La nueva criatura la llama Cataratas del Niágara, no sé por qué. Dice que parece las Cataratas de Niágara. Eso no es una razón, es simplemente capricho e imbecilidad. Yo no tengo oportunidad de ponerle nombre a nada. La nueva criatura se lo pone a todo lo que aparece, antes de que yo pueda protestar, y siempre da la misma excusa: se parece. Tomemos el “dodo”(1), por ejemplo. Dice que en cuanto uno lo mira se ve a simple vista que “parece un dodo”. Sin duda tendrá que llamarse así. Me fastidia irritarme por esto, y de todos modos no sirve de nada. ¡Dodo! No se parece a un dodo más que yo. Miércoles. Me hice un refugio contra la lluvia, pero no pudo disfrutarlo en paz. La nueva criatura se metió. Cuando traté de sacarla, empezó a derramar agua por los agujeros con que mira, y a secarse con el revés de su mano, y hacía el mismo ruido que hacen otros animales cuando están doloridos. Quisiera que no hablara. Sábado. La nueva criatura come demasiada fruta. No sería raro que se nos acabara. “Nos”, otra vez esa palabra Domingo. Pasable. Este día se vuelve cada vez más molesto. A fines de noviembre fue elegido y separado como día de descanso. Esta mañana encontré a la nueva criatura tratando de arrancar manzanas de ese árbol prohibido. Lunes. La nueva criatura dice que se llama Eva. Está bien. No tengo inconveniente. Dice que es para llamarla cuando quiera que venga. Le dije que era superfluo, entonces. Usar esta palabra me elevó en su concepto; y por cierto que es una palabra grande y buena, que trataré de repetir. Dice que ella no es una cosa, que es una persona. Aun así me da lo mismo: lo que ella sea no me interesa, mientras se las arregle sola y no hable. Martes. Ha evolucionado todo el Estado con nombres execrables y letreros ofensivos: “Por aquí el remolino”. “Por aquí a la isla de cabra”. “A la cueva de los vientos por aquí”. Ella dice que este parque podría ser un lindo lugar de veraneo si se creara la costumbre. Lugar de veraneo –otro invento suyo–, palabras sin significado. ¿Qué es un lugar de veraneo? Mejor no preguntar: se pone terrible con las explicaciones. Martes. Me dijo que ella está hecha de una costilla sacada de mi cuerpo. Esto es por lo menos dudoso. Está muy preocupada por el halcón; dice que el pasto no le sienta bien. Piensa que debe alimentarse de carne podrida. Lo siento. El halcón debe pasarlo lo mejor que pueda con lo que se le suministra. No podemos trastornar todo el esquema para conformar al halcón. Ahora ha trabado relación con una serpiente. Los otros animales están contentos, porque siempre andaba experimentando con ellos y molestándolos; y yo estoy contento porque la serpiente habla, y eso me da una tregua. Viernes. El poner nombre a las cosas continúa temerariamente, a pesar de lo que yo puedo hacer. Yo tenía un nombre muy bueno para el Estado, y era musical y bonito: Jardín del Edén. En privado lo sigo llamando así, pero no en público. La nueva criatura dice que está lleno de bosques, rocas y paisajes, y que no se parece a un jardín. Dice que parece un parque, y ninguna otra cosa sino un parque. En consecuencia, y sin consultarme, ha sido rebautizado: Parque Cataratas del Niágara. Esto es bastante arbitrario, me parece. Pero además hay un letrero: “No pise el césped”. Mi vida no es tan feliz como solía ser. (1) Dodo: especie de ave extinguida. * Del libro Diario de Adán y Eva (1906), editados en el país por Cántaro y Trama, entre otros. |