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Domingo 01 de Octubre de 2006
 
 
 
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  LOS TORTURADORES
  Simples sirvientes sangrientos
Tan viejos como uno se pueda imaginar, la tortura y los torturadores expresan para la Argentina uno de los capítulos más morbosos de su agitada historia.
 
 

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Yo sé que me van a condenar, soy un anciano enfermo sin dinero y sin poder”...
El Comisario Miguel Etchecolatz dijo esto al escuchar su condena por genocida.
Cabe preguntarse cuáles habrán sido sus reflexiones muchos años antes y a lo largo de gran parte de su carrera cuando gozaba del poder para disponer a su antojo de hombres y mujeres a los cuales podía picanear, golpear, violar y someter a tormentos hasta destrozarlos de por vida o finalmente eliminarlos.
El seguramente tendrá su justificación, se considera un soldado, prisionero de guerra condenado injustamente por cumplir con su tarea.
Los señores de la guerra se sirven de soldados para concretar sus designios. En el campo de batalla estos ofrecen su sangre, brindando cuerpo y alma para derrotar a sus contendientes, Es así que aun en las más crueles de las guerras, cuando las batallas se libran entre guerreros se puede rescatar cierta épica desplegada por sus protagonistas. No se puede decir lo mismo de quienes actúan frente a un enemigo inerme y vencido a quien destrozan lenta y brutalmente llevándolo a la humillación y la muerte.
Con el poder en sus manos los mandos de nuestras Fuerzas Armadas constituyeron estructuras de persecución, secuestro y detención ilegales que bajo pretexto de acciones de guerra disponían de vidas y bienes de miles de civiles quienes, sin ningún derecho a defensa, pasaban a formar parte una nueva categoría de “no seres”, que eran los desaparecidos.
Así, en esta Argentina de los setenta, hubo en realidad “señores de la muerte”.
Un conocido experimento de la Universidad de Stanford en 1971 probó que jóvenes estudiantes seleccionados como “normales”, para participar de una experiencia en las que unos harían de detenidos y otros de carceleros, desarrollaban en pocos días rasgos de crueldad y actuaban sometiendo y humillando a los detenidos indefensos. El Dr. en Psicología Philip Zimbardo, que dirigió este estudio, menciona en sus conclusiones que contrario sensu a lo que se cree, que una manzana podrida corrompe al resto, cuando el cajón –metáfora del contexto– está podrido todas las manzanas, aunque buenas en su origen, se irán corrompiendo.
–Usted tiene que entender cómo se vivía en los años setenta. No hay porqués individuales. A nuestra manera también nosotros queríamos salvar el mundo. Pero también a nosotros nos usaron...
Esto contestó el comisario principal José Rubén Lo Fiego, el ‘Ciego’ o ‘Mengele’, imputado de 68 delitos de lesa humanidad y principal torturador del Servicio de Informaciones de la Unidad Regional II, de la Policía de Santa Fe , cuando el periodista Carlos del Frade le preguntó: “¿Por qué torturaba?”.
El psiquiatra chileno Eduardo Pérez Arza, un estudioso de la cuestión de la tortura y represión en su país, refiere que en el entrenamiento para la tortura se contemplan principalmente cinco aspectos a cultivar en el ejecutor: deshumanización del enemigo, habituación a la crueldad, obediencia automática, oferta de impunidad y oferta de poder.
En la escala jerárquica institucional los torturadores son individuos de rango medio a bajo, y/o pertenecientes a fuerzas de menor jerarquía como las policiales. Los grupos de tareas de cualquiera de las fuerzas militares contaban como torturadores a suboficiales o a los sumo oficiales con grado de capitán o equivalente.
Los más conocidos, entre los que se cuentan los primeros condenados Julio “Turco Julián” Simón y Miguel Etchecolatz, no son militares sino que pertenecen a la Policía.
Esto va marcando un perfil de relativo nivel de instrucción, habituados a desarrollarse en un orden cerrado y jerárquico, donde prima el hacer por sobre el reflexionar y el obedecer por sobre la toma de decisiones.
En ellos es relativamente fácil inculcar ideas maniqueas sobre la sociedad donde sólo hay buenos y malos y llegan al autoconvencimiento de que lo esencial y prioritario es la defensa de la causa (ideológica, religiosa, racial o nacional) por sobre cualquier valor ético, legal o afectivo que quedan en suspenso en función de salvaguardar “un interés superior”, “los valores de tal creencia”, “la defensa de la patria” o “el bien común”.
En esta praxis se van generando condiciones de autojustificación del tormento y el sufrimiento del otro dotando a la acción de un sentido altruista y al ejecutor de un paradójico sentido de sacrificio.
El torturador puede con su oficio acceder a ser alguien, hacia adentro de su institución y hacia la sociedad en la que vive. En su equipo, en la medida en que cumpla con eficacia su tarea, y a su vez ésta le permite experimentar situaciones en las cuales puede someter y doblegar a otros que, por su poder económico, representatividad social o nivel cultural le resultarían comúnmente inalcanzables.
Claro que necesariamente en la medida en que pasa el tiempo y se va involucrando en su trabajo criminal, la fascinación perversa de la experiencia que vive le va haciendo correr los límites de lo que se permite hacer.
Por esto mismo la autojustificación debe ser continuamente reforzada y ni aun así puede impedir la aparición de trastornos derivados.
–¿Qué sentía cuando torturaba?
–Yo recibía órdenes... Lo que pasa es que cuando uno está en una época de represión muy grande como eran esos años, uno no se puede poner en contra. Entonces hay que meterse para tratar de cambiar la cosa desde adentro... Eso es lo que hice yo.
–No sé qué quiere decir con eso...
–Yo quería corregir algunas cosas... Si usted le pregunta a alguno de los que estuvieron ahí le van a decir que yo fui el que mejor los trataba. Gracias a mí muchos salvaron la vida. Usted no sabe lo que era aquello. Yo traté de humanizar la tortura.
–¿Está arrepentido de lo que hizo?
–Le repito. Hice las cosas lo mejor que pude. Quizás me equivoqué algunas veces.
El oficial ayudante Mario ‘el cura’ Marcote a mediados de 1976 ingresó en el ‘plantel’ del Servicio de Informaciones Rosarino. Transportaba muebles y otros enseres de los domicilios usurpados por las fuerzas de tareas.
Trasladaba también detenidos y no solamente los acompañaba sino que también los interrogaba.
En las sesiones de tortura se le observaba con un escapulario (Carlos del Frade, argenpress.info).
El torturador se va identificando con y por su profesión.
 La insensibilidad emocional, la frialdad afectiva, la rigidez, las conductas sadomasoquistas, exhibicionistas o psicopáticas, el desarrollo de ideas megalomaníacas o paranoides y finalmente las conductas sociopáticas van invadiendo toda su vida diaria.
Se puede decir que el torturador no puede impedir “llevarse su trabajo a casa” y generalmente termina maltratando a su familia, teniendo actitudes de matón en su medio o transgrediendo la ley en cualquier sentido, ya que no le es posible sostener que afuera no pueda, cuando en su tarea lo puede todo.
El torturador queda atrapado en un doble laberinto, le cabe como al clásico verdugo profesional percibir en los demás el temor al mismo tiempo que el desprecio.
 En definitiva es el que hace la tarea sucia y sólo podrá salir de ella con algún grado de pérdida.
 Esto se produce a través de la enfermedad (adicciones, depresión, enfermedades psicosomáticas), la condena penal por sus acciones, el ostracismo como suerte de muerte cívica o lisa y llanamente la muerte real, en muchos casos por suicidio.
Lo que no se puede olvidar es que el torturador, a lo largo de la historia de la humanidad, cumplió y cumple una función asignada socialmente y como es consciente de sus acciones merece el castigo por las mismas, pero en realidad debemos estar atentos a nosotros mismos como sociedad para no permitir que en ningún caso el fin –así sea la seguridad de la sociedad misma– justifique que los medios a utilizar sean estos instrumentos.

“Por el título de hombre”

* “Nos fascinamos ante el abismo de lo inhumano; pero basta un hombre duro y obstinado, decidido a cumplir con su misión de hombre, para arrancarnos al vértigo: la ‘interrogación’ no es inhumana, es sencillamente un crimen innoble y crapuloso cometido por hombres contra hombres y que los otros hombres pueden y deben reprimir”.

* “En este asunto de la tortura, los individuos no cuentan: una especie de odio errante, anónimo, un odio radical del hombre, se encarniza a la vez en los verdugos y en las víctimas para degradar juntamente a los unos y las otras. La tortura es este odio, erigido en sistema, que se crea con sus propios instrumentos”.

* “Sabido es lo que se dice a veces para justificar a los verdugos: que hay que decidirse a atormentar a un hombre si sus confesiones permiten ahorrar centenares de vidas. Linda hipocresía. ¿Acaso para salvar vidas le quemaron los senos y el vello del sexo? No: le querían sacar mediante la fuerza, la dirección del camarada que había albergado. Si hubiese hablado, habrían encarcelado a un comunista más; eso sería todo”.

* “Que los hombres se maten entre sí, es la regla: se han batido siempre por intereses colectivos o particulares. Pero en la tortura, ese partido extraño, la postura parece radical: por el título de hombre es por lo que el torturador se mide con el torturado y parece como si no pudieran pertenecer juntos a la especie humana”.

* “El fin de la tortura no es sólo obligar a hablar, a traicionar: es necesario que la víctima se designe a sí misma, por sus gritos y por su sumisión, como una bestia humana. A los ojos de todos y a sus propios ojos. Es necesario que su traición la rompa y nos libre para siempre de ella. Al que cede a la tortura, no solamente se lo obliga a hablar; se le impone para siempre un estatuto: el de subhombre”.

Estas reflexiones corresponden a Jean Paul Sartre, que durante la guerra de Argelia, libró una batalla sin igual hasta transformarse en la conciencia más cuestionadora de la aplicación de la tortura por parte del Ejército francés contra los argelinos que luchaban por su independencia. Las reflexiones están en Cuadernos de Situación V; Edt. Losada, Bs. As., 1968, págs. 52 a 64.

 

 

 

   
LUIS DI GIACOMO
luis@luisdigiacomo.com.ar Médico psiquiatra. Legislador.
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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