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Domingo 24 de Septiembre de 2006
 
 
 
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  ENTREVISTA: DANIEL CARBAYO
  “Cuando la red sale llena, no buscás más... la red vacía es tristeza”
Durante cuatro días, “Río Negro” navegó en el pesquero “Viernes Santo” en el golfo San Matías, singladura durante la cual surgió el color y la idiosincrasia de un oficio siempre duro y bajo permanente desafío.
 
 

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El “Viernes Santo” navega lento, se balancea. Daniel Carbayo, su capitán, mira a “Río Negro”...
–Seguramente me vas a preguntar qué es la pesca –le dice al periodista–. Es un trabajo como cualquier otro, con algunas variantes.
–Y en tu caso, ¿por qué decidiste pescar?
–Es como ser católico. Yo nací católico. Desde muy chico mis padres y mis tíos trabajaban en la pesca y mi idea fue siempre hacerlo de grande. Una cosa es ver pescar y otra es saber si te va a gustar. Finalmente me gustó.
–¿Y qué atrae de la pesca?
–Podría decirte ventajas y desventajas. Desventajas son que a veces no tenemos feriados, que no podemos pasar un cumpleaños con la familia, que no podemos festejar una aniversario. A veces se duerme poco. Es un poco insalubre. Pero las ventajas que tiene es que, en el momento que se largan los cabos y salís de puerto, sos libre de hacer lo que vos quieras con el barco. Uno tiene la meta de sacar el buque, pescar y regresar con el barco, la carga y la tripulación en perfecto estado.
–Y además la sensación de libertad que genera el ámbito natural en el que se mueven.
–Eso es lo único impagable de todo esto. El aire que respiramos, el ambiente donde nos movemos, tan natural, es lo envidiable para muchas personas.
–¿El pescador disfruta del mar?
–Al que le gusta sí. Hay gente que está en el mar porque no tiene otro recurso y se dedica a pescar para hacerse una temporadita. Ese no disfruta del mar. En cambio aquel al que le gusta, el que tiene devoción por esto, sí.
–¿Y al mar se le teme?
–No, miedo no. Lo que genera miedo no se hace, el ser humano tiene ese instinto. Pero sí hay mucho respeto. Hay que respetarlo mucho.
–¿Te han tocado momentos difíciles a bordo?
–Sí, y no tuve miedo. Experimenté mucha preocupación por ver cómo salir de ese momento. Es la lucha de la sobrevivencia humana... pero todos los que estamos en este oficio debemos estar preparados para salir de un momento difícil.
–¿Y cuál fue el más complicado?
–En 1979 navegábamos en un barco que era de nuestra propiedad, el “Osvaldo R.”. Ibamos a Rawson para el langostino. Uno habla del langostino y se dibuja un futuro mejor, buenas posibilidades. En ese momento, si bien teníamos el barco, estábamos muy ajustados económicamente. Entonces decidimos hacer una temporada en Rawson. Navegamos hasta Península Valdés y nos avisan por la radio que iba a haber un poco de viento sur, pero el afán por llegar nos hizo que saliéramos del refugio donde estábamos fondeados. Entramos en una parte de mucho escarceo y recibimos una paliza inolvidable. Entonces el barco empezó a hacer agua, se aflojó una cabecera de tablas... Era un barco de madera, hacía mucha agua pero tuvimos la suerte de que el motor principal no se parara en ningún momento, porque dependíamos de él. Fue la prueba de fuego mía.
–¿Era tu responsabilidad?
–No, porque el patrón del barco era mi padre. Pero él estaba abocado a la máquina y yo al timón que era lo que él me estaba enseñando, porque él fue mi maestro. Yo me propuse que había que salir de esto. Estuvimos tres días perdidos, paliza y paliza. No sé si sería un temporal tan intenso pero era un barco de madera de 16 metros. Tal vez fuera un viento como el que agarramos anoche acá, pero se notaba mucho más. Finalmente llegamos. Me mantuve con una serenidad que no sé de dónde la saqué. Por eso digo que esa fue mi prueba de fuego. Mi padre estaba preocupado por  mí, porque yo, desde que mi hijo navega conmigo, hay cosas que antes no me preocupaban y ahora sí. El motivo de la preocupación es él. No es lo mismo llevar tripulación que no es propia de tu sangre que llevar a tu hijo a bordo a un lugar donde en cualquier momento puede ocurrir una desgracia.
–¿En algún momento pensaron que se hundían?
–Me quedó grabado este recuerdo porque pensé que nos íbamos a hundir y cuando uno de los muchachos apareció desesperado con los chalecos salvavidas, le saqué los chalecos, lo insulté y tiré los chalecos debajo de una cucheta. Le dije que si nos tirábamos al agua con esos chalecos no nos iban a encontrar más. Uno tiene que salvar el buque. Lo más seguro que uno va a tener es el barco, una vez que te desprendiste estás a la buena de Dios.
Daniel mueve apenas la palanca de velocidades. El “Viernes Santo” navega a tres nudos mientras arrastra la red de fondo en medio del golfo San Matías. La noche anterior un fuerte temporal había azotado la embarcación y obligó a alejarse de la costa norte a plena marcha, haciendo perder algunos lances. Pero todo se superó y ahora la tripulación acomoda el pescado en la bodega mientras Daniel charla relajado con “Río Negro”.
–¿Qué es el viento para la pesca?
–Es nuestro enemigo. Aunque es parte de la naturaleza, es el mayor factor de riesgo. El viento trae marejada, la marejada trae movimiento y el barco en movimiento se comporta de otra forma. Se complica más cuando se opera con carga, cuando se levanta peso. Hay veces que llegado el momento hay que decidir hasta cuándo se puede trabajar. El factor de riesgo más grande es el viento. Y es la mayor traba que tenemos para trabajar.
Hasta un rato antes, mientras los marineros recogían la red, el capitán había estado en popa observando la maniobra a pocos centímetros de distancia. En cada lance la situación se repite. Daniel deja el puente y baja a ver los resultados de la pesca. “Río Negro” lo sigue.
–¿Qué se siente cuando la red sale llena del agua?
–Es lo mejor que te puede pasar. La red vacía es algo tristísimo. No sabés cómo reaccionar. A veces se sabe que hay lugares de riesgo, de poca producción y uno intenta igual porque aparece alguna marca en la sonda que confunde. Cuando la red sale llena, sabés que no hay que buscar más. Un poco más al sur o un poco más al norte siempre lo vas a tocar –al cardumen– y ese día lo tenés asegurado.
–¿Qué rol cumple la familia en los pescadores?
–Este trabajo es un poco egoísta. Cuando estamos navegando pensamos en la pesca, en llenar el barco, en tener buen tiempo. Y de lo demás es como que te olvidás.
–Cada “marea” es como un parentésis en la vida familiar.
–Exacto. De todas maneras hay que agradecer a los medios y la tecnología. Ahora escuchamos algunas FM del pueblo o tenemos de a ratos señal de celular y la comunicación ha acortado esa distancia entre el pescador y la familia. La familia es la otra parte de la maquinaria necesaria para que funcione el pescador. Tenemos mujeres muy especiales, porque saben que no van a tener un marido todos los días al mediodía al que van a encontrar almorzando y le van a decir: “Che viejo, sabés que me pasa esto, tengo que decidir a la tarde”. Y a la noche en la cena le van a contar qué pasó a la tarde. La mujer sabe que el barco sale y que por cinco o seis días ese marido no va a estar y es ella la que tiene que decidir... Este oficio hace que uno esté muy alejado de sus hijos.
–¿El mar desgasta?
–Y sí, te cansa. Te cansan las presiones, los inconvenientes burocráticos, algunas tareas. Llega un momento que empiezan a molestar las articulaciones.
–¿Cómo es la convivencia a bordo?
–Acá se hace más fácil porque la gente se conoce. No cambian mucho las tripulaciones. Es importantísimo que la convivencia sea buena. Después de varios días siempre hay algún entredicho, eso es una cosa normal.
–¿Y es redituable la pesca?
–No como era antes. Pero sigue siendo redituable. Aunque no nos olvidemos que cuanto más ganás más consumís. Siempre se critica al pescador por cómo gasta su dinero. Pero es así porque el pescador, después de estar a bordo tantos días, cuando se desembarca quiere pasarla bien y gasta mucho.
–¿El pescador es un hombre duro como se lo pinta o expresa sus sentimientos?
–El hombre de mar es un hombre como cualquier otro. Todos los trabajos tienen sus riesgos y éste no es la excepción. No es la imagen esa que se da. Tiene sentimientos como cualquiera y, por supuesto, a veces hasta llora...ç

EL ELEGIDO

Daniel Carbayo lleva más de 35 años navegando por el mar argentino. Desde los años setenta, cuando llegó junto a su padre a Río Negro, optó por San Antonio Oeste como lugar de residencia y aquí han nacidos su dos hijos, uno de los cuales integra la tripulación del “Viernes Santo” de la que Daniel es responsable. A bordo de distintos barcos ha vivido peligros y experiencias que lo marcan a fuego. Circunstancias que en muchos casos se repiten en las historias de vida de los pescadores y que conforman su personalidad. Le imprimen a la manera de ver la vida por parte de estos trabajadores características particulares.
“Río Negro” estuvo casi cuatro días a bordo del “Viernes Santo” y compartió con Carbayo una jugosa entrevista donde recordó vivencias y describió con detalles la dura vida del pescador.

Aquella tragedia

A fines de octubre de 1989 el buque pesquero “Namuncurá” se incendió en aguas del golfo San Matías. Hipólito Benítez, “Cirilito” Avendaño, Raúl Radovcic y Angel Estrada murieron por las llamas. Su capitán Antonio Ricci, los hermanos de Hipólito, Zoilo y Rubén Benítez, Carlitos León, Luis Giuliani y “Piporé” Maciel se salvaron de milagro, algunos con terribles heridas. Fueron encontrados cuatro días después al garete. La tragedia enlutó a San Antonio y Daniel Carbayo la recuerda en esta charla.
–El “Namuncurá” era un barco que estaba en una situación que permitía suponer un accidente. Yo había andado mucho tiempo en ese barco. Había sido llevado a reparación, pero no le hicieron lo que había que hacerle. Cuando lo fui a ver, la calderina no había sido reparada. Entonces decidí que no iba a subir porque le tenía desconfianza. Subió el patrón que estaba cuando ocurrió el accidente, Antonio Ricci. El era consciente de lo que tenía el barco, pero la empresa le había dicho que estaba todo bien.
–¿Estabas en el agua en ese momento?
–Sí, en “El Juncal”, de la misma empresa.
–¿Y qué recordás?
–Yo me había ido a pescar afuera de Rawson con “El Juncal” y cuando llego me dicen que el “Namuncurá” no había regresado. Con Ricci habíamos tenido una conversación en la que acordamos encontrarnos en zona de pesca y no lo crucé. Estuve preguntando entre los compañeros y nadie lo había visto, entonces pensé que algo le podía haber pasado aunque no suponía nada tan grave. Hice un petitorio a Prefectura y no le dieron ni cinco de importancia, entonces fui a hablar directamente con la dueña de la empresa, Rita Traballoni. Con Prefectura decidimos hacerle combustible al guardacostas por cuenta de la empresa para que saliera a la búsqueda. El que encontró el barco fue el “San Cayetano”, cuyo patrón era Pedro Baluczinsky y él es el que pasó las novedades de que había cuatro fallecidos a bordo. Yo iba en el guardacostas con otro marinero, “el polaco” Moraga.
–¿Colaboraron en esa terrible circunstancias?
–Lo único que hicimos nosotros fue pasar al barco de Prefectura a Giuliani, a Carlitos León y a “Piporé” Maciel.
–¿Que sensación te quedó?
–Malísima.
–¿Cambió algo la pesca después de lo del “Namuncurá”?
–Sí, hubo una cuestión de conciencia. Empezamos a fijarnos en los matafuegos. Antes de lo del “Namuncurá” los usábamos para enfriar las botellas para tomar una cerveza... No en vano pueden morir cuatro personas en un trabajo sin que quede un significado. El significado era tomar conciencia de que en un momento dado, por una fatalidad, podemos perder la vida. Tenemos que preparanos, vigilar lo que tenemos, en lo que andamos y verificar todas las medidas de seguridad...

 

   
PEDRO CARAM
pcaram@rionegro.com.ar
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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