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Domingo 17 de Septiembre de 2006
 
 
 
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  DE CAUDILLOS Y CAUDILLOS
  Sarmiento bajo lupa texana
En su libro “La invención de la Argentina”, el norteamericano Nicolas Shumway –director de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas– pasa rigurosa y  muy bien documentada revista al mundo de las ideas que signó a la Argentina a lo largo del siglo XIX.
 
 

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La cuestión del sufragio universal obligó a los hombres de la Generación del 37 a explicar el gobierno que ya tenía Argentina: el del caudillo que, más que un símbolo, era también un hombre de carne y hueso, apoyado quizás por una mayoría aunque no se hubieran dado elecciones formales. Nadie describe el fenómeno del caudillo mejor que Sarmiento. El caudillo, escribe, es “el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia” (ver “Facundo”). Es un enemigo predeterminado del progreso, el hombre natural surgido de las profundidades del salvaje suelo americano, heredero de la tradición medieval española. Su enaltecimiento al poder es “fatal, forzoso, natural y lógico”, explicación más pedurable que dio Sarmiento del poder del caudillo. Postula un vínculo irracional entre las masas y su líder, por el cual el caudillo refleja de manera misteriosa la voluntad inarticulada de las masas, argumento también usado más adelante para justificar a líderes populistas tan diversos como Mussolini, Hitler, Perón, Castro. Se ha sugerido que la fascinación de Sarmiento con el caudillo no hace más que reflejar el interés de su siglo por el héroe, el individuo titánico que deja su marca personal en la historia, tema popularizado por Hegel y después retomado por hombres tan diversos como Beethoven, Stendhal, Wagner y Arnold. Pero el héroe de Hegel es muy diferente del caudillo de Sarmiento. En “La filosofía de la historia”, Hegel insiste en que los grandes hombres de la historia se destacan porque “sus objetivos particulares engloban grandes problemas que son la voluntad del ‘Espíritu del Mundo’”. Pero su grandeza personal es más aparente que real, ya que “parecen tomar el impulso de sus vidas de sí mismos” cuando en realidad son meros reflejos del Espíritu del Mundo. Aunque el interés de Sarmiento en la figura del caudillo comparte la fascinación romántica por el héroe de Hegel, invierte los términos hegelianos. En Sarmiento, el caudillo refleja no el Espíritu de Mundo, que es la fuerza de la barbarie. Lejos de permitirle seguir su curso, al caudillo es necesario eliminarlo, si fuera preciso, por la fuerza, para poner en su lugar la ley de la razón. Por mucho que se acerque Sarmiento al irracionalismo romántico, en última instancia la visión que junto a toda su generación quiere imponer a la Argentina es racional y positiva: el pueblo no debe ser necesariamente una pieza manipulada por fuerzas históricas invisibles, sino un grupo de seres racionales capaces de transformar el mundo de acuerdo a su visión esencialmente positivista.
“En contraste con una visión racional del mundo, el caudillo es la voz de la sinrazón. Puede reflejar una voluntad popular inarticulada, pero toda la autoridad está centrada en sus persona”. En opinión de Sarmiento, gobierna por decreto, no por persuasión. Dado que la obediencia esclava de sus secuaces le basta para validar su autoridad, la fuerza para asegurarse esa obediencia se vuelve la única forma necesaria de gobierno. La justicia del caudillo es administrada “sin formalidades de discusión” ya que la discusión, a diferencia del decreto, coloca la autoridad fuera del caudillo (“Facundo”). Su gobierno es creación de su voluntad arrogante. “Es el Estado una tabla rasa en que él va a escribir una cosa nueva, original (...) Va a realizar su república ideal según él la ha concebido (...) sin que vengan a estorbar su realización tradiciones envejecidas, preocupaciones de la época (...) garantías individuales, instituciones vigentes. (...) Todo va a ser nuevo, obra de su ingenio” (“Facundo”). Alzando la vista de la evidente ironía de estas palabras, es fácil ver cómo el héroe romántico (el hombre más grande que la naturaleza, la figura titánica que, como Dios, crea de la nada) influyó la descripción que hace Sarmiento del caudillo. En realidad, en algún aspecto Sarmiento quiso emular al caudillo que tanto odiaba. Por ejemplo, condena al caudillismo como un gobierno “sin formas ni debate”: ninguna descripción mejor del estilo de Sarmiento escritor. En lugar de usar argumentaciones cuidadosamente construidas, basadas en pruebas verificables, Sarmiento recurre a la declamación apasionada basada en la sola prueba de su autoridad personal y de sus conocimientos. En una palabra, escribe por decreto, motivo por el cual Alberdi lo llamó “caudillo de la pluma”. En los mejores libros de Sarmiento –“Recuerdos de provincia”, “Vida de Dominguito”–, este estilo declamatorio está felizmente ausente. Pero pese a la fascinación romántica de Sarmiento con el caudillo titán, pasó su vida condenando al caudillismo. El caudillo para Sarmiento es la encarnación del mal que debe ser exorcizado si la Argentina quiere civilizarse.

 

   
NICOLAS SHUMWAY
El libro de Shumway está editado por Emecé, de cuyo capítulo 6 ofrecemos aquí un tramo.
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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