| En su libro “Soberbias argentinas”, cuando se refiere a la pobreza que sufre gran parte de la sociedad Argentina, sugiere que si Antonio Berni tuviera hoy que componer a su personaje más representativo, Juanito Laguna, lo haría con un arma escondida entre los harapos y los labios apretados por la furia de la injusticia. –Juanito Laguna representaba la tristeza por la miseria. Hoy representaría lo miserable. En nuestro país muchos pobres se han miserabilizado y no sólo por falta de dinero. Especialmente critico a los pobres que prefieren cobrar los planes Trabajar y ser obsecuente con el puntero de barrio antes de salir a buscar empleo. Durante el tiempo que me desempeñé al frente de la Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires convoqué a muchas personas de estos planes para que aprendieran un oficio, por ejemplo asistente bibliotecario, hasta pagándoles el doble de lo que percibían de los planes... Pero, lamentablemente, pretendían cobrar sin trabajar. Y ni que hablar de los pobres miserabilizados que se han convertido en delincuentes y que a esta altura ya son irrecuperables. Fingueret también es muy dura al retratar al periodismo y los intelectuales de hoy. –Al periodismo y a ciertos intelectuales los encuadra en una suerte de amoralidad creada en los tiempos de la dictadura. Lo que sucede con los medios de comunicación es perverso. Fueron socios de la dictadura, de las democracias de turno y ahora son opositores porque les conviene o son kirchneristas porque el gobierno les da la publicidad oficial. Una vez el embajador de Israel, Ytzhak Aviran, me dijo: “Los países no tienen alma, tienen intereses”. Muy bien, estos holdings no tienen alma pero los periodistas se supone que sí la tienen. El periodismo, como tantos sectores con poder en el país, se ha convertido en parte de un modelo insano, con vicios propios, que forma parte activa del cinismo que modela esta deficitaria conciencia sumergida. Algunos merecen admiración por su compromiso y honestidad pero tampoco desnudan lo que sospechan o conocen porque saben que tendrían los días contados. –¿Y los intelectuales? –Por su parte los intelectuales están en otra cosa: en cobrar suculentos cachets para viajar y dar conferencias, integrar jurados de certámenes que ya están arreglados... Son los mismos que levantan el dedito acusador hablando de ética y estética. El menemismo cerró con un broche de oro lo que comenzó la dictadura. En los años de Menem se consagró el pensamiento brutal, unívoco, ombliguista... Por suerte existen intelectuales que siguen analizando muy bien la realidad argentina como Beatriz Sarlo, Horacio González, José Pablo Feinmann, Nicolás Casullo, Ricardo Forster y entre los más jóvenes, Alejandro Grimson y Alejandro Kaufman. –¿Por qué afirma que la cultura judía es lo más importante del judaísmo? –La pregunta viene perfecta para aclarar algunas cosas que se dicen erróneamente en un momento tan dramático, terrible y desgarrador como el que se está viviendo en Medio Oriente. En primer lugar, aclaremos que en Israel hay israelíes judíos, israelíes árabes e israelíes palestinos. La segunda confusión es pensar que el judaísmo es solamente una religión. El judaísmo es, entre muchas otras cosas, también una religión. Pero sobre todo el judaísmo es cultura. Basta con ver lo central que tiene el judaísmo que es la Torá y el Talmud, que no son libros para rezar como muchos piensan porque para rezar existen otros libros. –Frente a esta situación desgarradora, usted reivindica bregar por la ética del “No matarás”. –Exacto. Debemos bregar por la paz y la ética del “No matarás” y no por la ética de la guerra, de ninguna de las dos partes. La lógica de la guerra nos presenta que cada bando tiene su verdad. En este sentido se hace necesario reivindicar la ética judía, es decir los diez mandamientos, el Talmud y el libro Pirkei Avot, que viene a ser la sabiduría de los padres. El “No matarás” no es una banalidad, es con lo que el judaísmo ha vivido durante toda su vida. Sé de muchos israelíes que militan en el movimiento “Paz Ahora” que mantienen una postura en contra de la guerra. Israel no es una unidad. Es comparable con lo que nos decían en el exterior durante la época de la dictadura: “porque ustedes los argentinos, matan...”. –¿Es posible la consolidación de un plan de paz en Medio Oriente? –Pienso que será muy difícil. Es un tema que me conflictúa y lamento que tantos intelectuales pensantes tengan tan poca información histórica y demonicen a unos y absuelvan a otros por ignorancia, miedo o conveniencia. Esto sólo puede seguir con la creación de un estado Palestino independiente y el reconocimiento por parte de todos los árabes y los grupos armados de la existencia del Estado de Israel. Es decir, que las partes en conflicto se reconozcan como tales; y que ni Irán, ni Siria, ni los países árabes manifiesten que no quieren a Israel y que la van a tirar al mar. –La crueldad del Estado de Israel está en boca de todo el mundo. –Primero que la crueldad es por ambas partes. Porque hablamos de 1.000 muertos árabes en esta guerra y de alrededor de 100 israelíes, pero ¿no contabilizamos los miles de muertos que han producido Hizbollah, Hamas, la Yihad y Al Qaeda en los asesinatos en Argentina, Pakistán, Madrid, Nueva York, Turquía, etcétera, etcétera? Lo dice una progresista incuestionable en los derechos humanos. Varios amigos israelíes que militan en Israel en “Paz Ahora” se sienten horribles. Creo que van a caer cabezas en Israel, pero no sólo por el mal manejo indudable de sus servicios secretos y de la guerra, sino porque no se puede llevar la cuestión a un conflicto bélico de esta naturaleza que a Israel le puede costar su supervivencia. Pero la derecha es así en todas partes. ¿Por qué pedirles a los israelíes lo que no se le pide a otros países? Porque, como dice Pilar Rahola, la periodista española, contra los judíos siempre es más fácil. ¡A quién le importa! –En los años 70 la imaginación se ilusionaba con el poder, ¿qué podemos esperar de este nuevo siglo? –El poder, en estos tiempos, no tiene imaginación. Y agrego que además el poder abjura de la imaginación porque lo desean a rabiar los mediocres e incapaces. A los, cuando acceden, los desestiman. –Finalmente, ¿nuestro destino será ser un país iluminado por hipócritas y oportunistas? –Soy escéptica. El país vive una euforia parecida al “Deme dos” porque el mundo en estos últimos años giró a favor de la Argentina. Pero si no hacemos lo que dice la Biblia, de guardar para los siete años malos, derrocharemos lo que podríamos haber acumulado en estos años a favor. El mundo es cíclico y en cualquier momento nos puede llegar otro golpe como los que ya hemos vivido años atrás. Si se continúa con esta política de seguir subsidiando trenes, subtes, etcétera, nos va a ir muy mal. LA ELEGIDA Manuela Fingueret creció y descubrió el mundo en pleno corazón del barrio de la Chacarita, entre el peronismo y el 55. Ese universo, en el que convivían judíos e italianos, fue tejiendo historias protagonizadas por personajes llenos de anhelos y frustraciones, tiernamente contadas en el libro “Blues de la calle Leiva”. Unos años después, dejó de apoyar sus codos en el mostrador de la tienda que atendían sus padres para entretenerse en interminables charlas en cafés de la calle Corrientes “donde las palabras tuvieron la fuerza de un viaje apasionante”. Reemplazó a Sandokán por Anna Karenina, Gregory Peck por el Che Guevara, el cine Rotary por el Lorraine, Isaac Stern por Piazzolla, Corín Tellado por Simone de Beauvoir... Se hizo escritora, publicó siete libros de poesía, dos recopilaciones de ensayos, cuentos para chicos, una novela titulada “Hija del silencio”, cuya protagonista es una prisionera de la ESMA e hija de una sobreviviente del gueto de Terezín durante el nazismo. Además de talentosa periodista, Fingueret tuvo un reconocido desempeño como directora general de las Bibliotecas Públicas de Buenos Aires, cargo que ejerció entre los años 2000 y 2003, entre otras actividades en el ámbito de la gestión cultural. El año pasado publicó “Soberbias argentinas –miradas a un país ciclotímico–”, compuesto por ensayos breves “como si hablara en voz alta y compartiendo con un lector observador una mirada crítica” acerca de los años 90, una década crucial en la Argentina, “buscando distintos modos de expresar, a veces en los detalles, esas palabras que estallen a contramano de la sonrisa fácil, la circunspección académica, el dolor masoquista, la caricia obsecuente o la voz melosa”. Desde 2004 es coordinadora general de los Programas Casa del Escritor de la Secretaría de Cultura del Gobierno de Buenos Aires. |