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Domingo 10 de Septiembre de 2006
 
 
 
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  CINCO AÑOS SIN LAS DOS TORRES
  El día en que el poder de EE. UU. comenzó a ser desafiado duramente
A partir de aquella mañana del 11 de setiembre del 2001, Estados Unidos sintió, en carne propia y a fuego y muerte, que su poder era retado en términos que desconocía. Su reacción fue dura y sigue siendo muy compleja en cuanto a resultados.
 
 

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Cinco años después del trauma de los ataques del 11 de setiembre, Esta-dos Unidos se encuentra en el atolladero del sangriento conflicto en Irak, comprometido además en una “guerra contra el terrorismo” que puso en jaque las libertades que definen la identidad del país.
El 11 de setiembre de 2001, bajo un cielo despejado, 19 piratas aéreos causaron la muerte de cerca de 3.000 personas y pusieron fin al mito de la invencibilidad de Estados Unidos desde la caída del imperio soviético a principios de los 90.
Aquel día, mientras el polvo del World Trade Center cubría Nueva York, el incendio del Pentágono enrojecía el cielo de la capital y un cuarto avión se estrellaba en Pensilvania, “la noche cayó sobre un mundo diferente”, afirmó el presidente estadounidense, George W. Bush.
Días después, parado sobre los escombros de las torres gemelas de Nueva York, el mandatario se presentó como un jefe de guerra, dispuesto a liderar el debate político interno y las acciones norteamericanas en el extranjero con su ‘guerra antiterrorista’.
Pasados cinco años, los primeros éxitos ya parecen lejanos, como la victoria sobre el régimen talibán en noviembre de 2001 en Afganistán, donde recrudeció la violencia en los últimos meses.

BEN LADEN PROFUGO, PERO NO HUBO MAS ATAQUES

Bush tampoco cumplió su promesa de capturar “vivo o muerto” a Osama ben Laden, el instigador de los atentados del 11-S, que logró escapar de los soldados estadounidenses pese a los intensos bombardeos norteamericanos en las montañas de Afganistán.
En Irak, los soldados estadounidenses no sólo no encontraron las armas de destrucción masiva que su gobierno había denunciado para atacar al régimen de Saddam Hussein, sino que tampoco fueron recibidos con los brazos abiertos por la población a la que habían acudido a liberar.
Tres años más tarde, la entrada triunfal de los soldados estadounidenses en Bagdad en abril de 2003 y la posterior declaración de Bush, de que la guerra había concluido, sólo son un recuerdo.
Hoy día, regiones enteras de Irak están sometidas a una violencia diaria y la oposición a la guerra no deja de crecer en los EE. UU., principalmente en las filas de la oposición demócrata.

CAOS EN IRAK Y TORTURA

Desde 2003, más de 2.600 soldados estadounidenses murieron en Irak, mientras 3.200 iraquíes fallecieron sólo en la capital en los últimos dos meses, según un recuento de las autoridades iraquíes.
Al mismo tiempo, los tribunales norteamericanos cuestionaron la legalidad de los medios utilizados por el gobierno para llevar a cabo la lucha antiterrorista.
En Estados Unidos, la Corte Suprema invalidó los tribunales establecidos por el presidente para juzgar a los detenidos de Guantánamo y el gobierno tiene dificultades para justificar su programa de escuchas telefónicas sin mandato legal y el uso de la tortura en los interrogatorios.
Cuando todavía le quedan más de dos años de mandato y a dos meses de las elecciones al Congreso, Bush perdió parte de su popularidad en las encuestas, aunque tampoco se desplomó, a pesar de las malas noticias provenientes de Irak.
Tampoco sobrevivió a la guerra en Irak y al unilateralismo estadounidense, la ola de solidaridad internacional expresada tras los atentados del 11 de setiembre, ni tampoco la unidad nacional que se rompió para dejar lugar a un país extremadamente polarizado.
“La diplomacia estadounidense no logró aislar a los terroristas, sino a Estados Unidos”, aseguró James Dobbins, experto del Centro de Investigaciones RAND Corporation.
El pánico que se había apoderado del país hace cinco años, alimentado por las alertas regulares del ministerio de Seguridad Interior, ya se redujo, salvo en ciudades como Washington y Nueva York, donde la población sigue siendo sensible a las alertas.
Los estadounidenses se ven a sí mismos como un pueblo no excesivamente interesado en presionar a otros para que adopten la democracia, pero sienten que sería magnífico si su forma de vida se extendiera por el mundo. Y piensan que su gobierno tiene la precaución de consultar con otras naciones.
 Sin embargo, muchos no estadounidenses no comparten ese punto de vista. Creen que Washington hace lo que le place cuando le viene en gana, y que rara vez consulta a otros. Y muchos en el extranjero piensan que Estados Unidos quiere dominar el mundo, y consideran que la difusión de las ideas y la cultura de ese país es de hecho algo muy negativo.
Estos puntos de vista opuestos son esbozados en “America Against the World” (Estados Unidos contra el mundo), un libro de reciente publicación que intenta explicar cómo esas concepciones confusas –y en ocasiones ideas equivocadas acerca de los estadounidenses– dificultan a las naciones cooperar en asuntos importantes, desde el conflicto en Irak en el 2003 hasta e logro de un cese al fuego entre Israel y la milicia libanesa Hizbollah.
El libro fue escrito por Andrew Kohut y Bruce Stokes, que han trabajado con la organización de encuestas Pew, la cual ha realizado sondeos internacionales desde 1999 hasta este año. Emplean sus sondeos y también otros para mostrar que los estadounidenses tienen diferentes puntos de vista en comparación con la mayoría de los pueblos del mundo en asuntos que van desde la religión a la moralidad y hasta el uso preventivo de la fuerza militar.
El libro también concluye que, para muchas personas, el descenso en la popularidad del gobierno de Estados Unidos se ha traducido en que los estadounidenses sean vistos en forma menos favorable.
“La posición antiestadounidense que presenciamos en esta década es más amplia y más profunda”, dijo Kohut en una entrevista.
 Se requerirían “eventos de gran magnitud” para modificar los puntos de vista sobre el país del Norte y los estadounidenses, especialmente entre los árabes y los musulmanes, que han desarrollado un odio a Estados Unidos por el conflicto árabe-israelí y más recientemente la guerra en Irak, señaló.
Pero Kohut y Stokes también describen que los extranjeros en general tienen un punto de vista cada vez más negativo de los estadounidenses, ante los combates en Irak y especialmente después de la reelección del presidente George W. Bush en el 2004.
Esa mala opinión, hacen notar, quedó simbolizada por un titular posterior a las elecciones norteamericanas, en el Daily Mirror de Londres, que decía: “¿Cómo es posible que 59.054.087 personas sean tan tontas?”

“Demasiado humanitario”

Para el analista de temas internacionales Carlos Escudé, EE. UU. ve limarse su poder porque no quiere usar el arma atómica. Lo dijo durante un reportaje que le formuló este diario.
–Algunos analistas creen que los ataques del 11- S demostraron la vulnerabilidad de EE. UU. a un ataque terrorista y que su respuesta con la “guerra internacional al terrorismo” lo ha debilitado y aislado internacionalmente. ¿Coincide? ¿Por qué?
–Somos todos vulnerables a ataques suicidas. En términos del cumplimiento de sus objetivos, el suicida posee una enorme ventaja frente a quien busca sobrevivir. No se trata de una vulnerabilidad de los EE. UU. en particular.
 –¿Pero las dificultades que enfrenta EE. UU., tanto en Irak como en Afganistán, y los desafíos de países como Irán y Norcorea son indicios de un agotamiento del poder político y militar de EE. UU.?
–La verdadera vulnerabilidad de EE. UU. consiste en que, a diferencia de sus enemigos, es demasiado humanitario como para usar su máximo poder: la bomba atómica. EE. UU. se autorreprime y no se permite usar su arma máxima; en cambio, los islamistas apelan a todo su poder, incluyendo ataques suicidas y escudos humanos. Cuando tengan la bomba atómica, la usarán. Por ejemplo, Hiroshima fue muy efectiva e hizo más prestigioso a EE. UU. Lo que está minando el prestigio de los EE. UU. es que, desde Hiroshima, prefieren perder una guerra antes que usar el arma que usaron allí. Hipotéticamente, hoy por hoy, dos ojivas pequeñas, sobre Teherán y sobre Pyongyang, acabarían con el 80% de los problemas referidos a los desafíos a la proliferación nuclear y el terrorismo islamista.
–Los desafíos como el tema migratorio, debilidad de dólar, su creciente déficit fiscal y la merma en la productividad de su economía, ¿llevarán a EE. UU. a concentrarse en problemas internos en desmedro del internacional?
–Si la amenaza terrorista cesa, por supuesto. Esto es lo que estaba haciendo Bush antes de 11-S. Pero mientras la amenaza persista, habrá que enfrentarla.
–Algunos analistas creen que que en los próximos 25 años China alcanzará o se adelantará a EE. UU. como potencia y luego lo hará la India . Incluso algunos, como Immanuel Wallerstein, creen que junto a un debilitamiento de EE. UU. habrá “anarquía multipolar” y de “fluctuaciones económicas desordenadas” ante la falta de un polo hegemónico real. ¿Ve factible este escenario?
–Si EE. UU. regresara a las prácticas occidentales previas a 1945, nadie podría hacerle sombra. Si decae, es porque la profundización de su democracia y las características humanitarias de su cultura ciudadana le impiden emplear la contundencia que los llevó a ser lo que son.

Escude es director del Centro de Estudios Internacionales y de Educación para la Globalización.

   
STEVE COLLINSON
G. G. LA BELLE
AFP / AP
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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