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Domingo 03 de Septiembre de 2006
 
 
 
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  PEDRO PONT VERGES, ARTISTA “CORDOBES”
  El abismo que nos rodea
Un pintor que transitó distintas disciplinas estilísticas como observador de la realidad social de nuestro país y de la soledad del ser humano en general.
 
 

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Al pintar suceden cosas que no le suceden a uno, sino que están sucediendo ahí, en la superficie, en la tela, el papel, el cartón, la madera. De pronto uno toma de la paleta un color y emerge algo inexplicable en la imagen. Y ese color te dicta otro y así se va generando un proceso en el cual surgen hasta nuevas formas. Estoy observando y voy accionando en la medida que el proceso pictórico me va requiriendo determinada acción”.
Las palabras del pintor Pedro Pont Vergés resuenan, una vez leídas, como una declaración de principios o un testimonio de lo que fue una trayectoria sublime como bastión fundamental de la pintura argentina, sobre todo de la que se desarrolla en el interior. En la gran cantidad de entrevistas brindadas a lo largo de su vida, el artista siempre se ubicaba en el lugar de instrumento al que la pintura tomaba por asalto y le dictaba sus coordenadas, lo que, sin embargo, no le prohibió proyectar su propia visión del universo que lo rodeaba y establecer una identidad, más allá de todos los estilos pictóricos que cultivó.
Pont Vergés nació en 1924 en Santo Tomé, Corrientes, pero cuando tenía diez años su familia se mudó a Córdoba, lugar al que se referiría como “su sitio”. Egresado de la Escuela de Artes de la UNC, trabajaría como docente de la misma hasta 1966 que se trasladó a Buenos Aires, de donde debió emigrar a España en 1977 a raíz de que sus obras no podían ser expuestas durante la dictadura militar. El compromiso social emanaba de cada una de sus producciones y su observación de lo que ocurría a su alrededor era contundente.
Regresó en 1984 y se instaló nuevamente en Córdoba, cumpliendo diferentes roles públicos relacionados con el quehacer cultural y la docencia hasta que sus trazos dijeron adiós en 2003, en ése, “su sitio”.
“Durante los diez años que viví en Buenos Aires no fui pintor porteño, fui pintor cordobés. En los 8 años que pasé en España fui reconocido como pintor americano, y cada vez que tenía oportunidad explicaba que eso se debía a un lugar muy concreto: Córdoba. Este ha sido mi sitio, yo lo he querido así y los próximos quince o veinte años de aptitud física y sobriedad mental que con muy buena suerte me quedan por vivir los quiero pasar acá. Esa última experiencia de mi vida quiero realizarla en Córdoba, porque creo que acá voy a encontrar eso que he estado buscando durante toda mi vida”.
La visión que poseía sobre el arte y sus manifestaciones gozaba de innumerables influencias, entre las que se cuentan a Rufino Tamayo, Cándido Portinari, Velázquez, Manet, Antonio Berni, Victorica. Esto le permitió abordar variados tratamientos estilísticos transitando el expresionismo, la neofiguración, el objetivismo, la figuración lírica, el realismo mágico, en fin, sumergirse en aquellos preceptos que le permitieran expresarse. Nunca le interesó repetirse ni mucho menos fomentar un sello indistinto, algo que igualmente logró por la descarnada humanidad que brota de sus criaturas y el compromiso social que las rodea. Una sensibilidad imposible de expresar con palabras pero latente en cada una de sus pinceladas.
“Yo cambio mucho de técnicas o propuestas de una exposición a otra: en esto reside el mecanismo de mi libertad creadora”.
Esta multiplicidad le permitió recorrer el país y muchos puntos del planeta con sus exposiciones y muestras, recibir variados premios y distinciones y también volcarlas en la escritura como en su libro de relatos “Memorias de El Pueblo” (Narvaja Editor, Córdoba, 1996). Pero, más allá de la infinidad de lauros, hay algo imposible de eludir cada vez que se “ingresa” en su universo pictórico y es esa percepción del hombre en su ámbito, la soledad de esos seres desposeídos, la sensación de búsqueda de sus criaturas, siempre esperando algo, deseando algo. Como él mismo expresaría:
“La gente camina por el borde de un abismo, pero lo ignora. La actitud del artista debe ser profundizar sobre la conciencia de la existencia de ese abismo… Se trata de enseñar a ver, porque si se enseña a ver, también se enseña a sentirse comprometido con el entorno, con el medio en el que se vive”.
Sólo hay que reconocer el abismo y zambullirse en su visión. Una forma más de mirar a nuestro alrededor y reconocernos.


Para información sobre la obra del artista se puede consultar en su sitio personal en internet: www.pontberges.com. En la actualidad existen obras suyas expuestas en distintos museos nacionales en Villa María, Córdoba capital, Tucumán, Rosario, Buenos Aires y también en el exterior: Madrid, Managua y Santiago de Chile.

ALEJANDRO LOAIZA
aloaiza@rionegro.com.ar

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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