| Después de treinta años de silencio, el nombre de Francisco Urondo vuelve a instalarse en el mapa de la literatura argentina. A la publicación hace tres años de la primera biografía de este exquisito poeta y comprometido militante de las organizaciones armadas de los años 70 (“Francisco Urondo: La palabra en acción”, Homo Sapiens, del autor de esta nota), le siguió la realización del documental “Urondo: La palabra justa”, de Daniel Desaloms y más recientemente la más que necesaria edición de “Obra Poética” (Adriana Hidalgo), que recopila toda la producción en verso de una de las figuras más emblemáticas, junto a Juan Gelman, de la poesía de los años 60 y 70 en nuestro país. “Creemos en la actualidad de su obra, porque Urondo era de esa clase de escritores con mucha calle, mucho mundo y una cultura exquisita”, explican los editores de “Obra Poética”. A pesar de que había confesado “sin jactancias” que la vida “es lo mejor que conozco”, gran parte de la sociedad cultural e intelectual argentina lo condenó al destierro del silencio y del olvido. ¿Cómo podía ser que aquel exquisito poeta se convirtiera en revolucionario romántico, soberbio, irresponsable, guerrillero montonero? Urondo decidió transitar sus 46 años de vida –nació en Santa Fe en 1930 y murió en combate en Mendoza en junio de 1976– por los caminos de la poesía y de la acción política porque consideraba que “los compromisos con las palabras llevan o son las mismas cosas que los compromisos con las gentes, depende de la sinceridad con la que se encaren tanto una actividad como la otra”. Recorrer la obra completa de Urondo, le permite al lector reconocer una poesía vivencial y plena atenta al mundo que rodea al poeta (la ciudad, la vida cotidiana, las mujeres amadas, la realidad), despojada de toda retórica y con un irónico sentido del humor como así también una descripción de lo político en los hábitos y costumbres de la noche, y dar cuenta también de las encrucijadas interiores del hombre: “Puedo investigar o escribir luminosos párrafos/ que abrirían por sí el futuro/ puedo ser un intelectual responsable o desaprensivo/ firmar o no firmar/ traicionar o jugar a la lealtad/ (...) puedo elegir mi destino/ aunque no sepa darle forma adecuada/ ni por dónde empezar”, escribió. El error de considerarlo, por su militancia –primero en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y luego en Montoneros–, un autor de denuncia originó que su obra poética cayera en el olvido. “Desde mediados de los 90 se ha empezado a releer su obra desde lugares que no descartan su militancia pero que buscan indagar además cuál es el lugar que lo político ocupa en su obra sin caer en los esquematismos de las lecturas supuestamente despolitizadas que la desechan como producto propagandístico”, señala la investigadora Cecilia Eraso. Desde muy joven entendió que el espacio de la cultura era donde se podían combatir los males que asediaban a un país y por eso emprendió el camino de la escritura para dar cuenta de la realidad y el de la militancia política “para que nada siga como está”. Para Susana Cella, responsable de la edición y del prólogo de “Obra Poética”, “Urondo imprimió a toda su obra una elegancia y precisión sustanciales, que muestran acabadamente el logro de una voz poética inconfundible. El irrenunciable amor a la vida no cesa de reaparecer aun en los momentos más terribles, en los que no dejó de escribir con inmensa lucidez”. La idea de transformar la realidad injusta de un país –por la que entregó su vida– tiene relación con los placeres y el amor a la vida, que es lo que también puede apreciarse en la poesía de Urondo. “Voy cansado, es cierto, harto como todo el mundo que se precie/ o con desaliento; pero nunca falta/ alguna cosa, un olor/ una risa que me devuelva,/ para valer la pena”, escribió. Cambiar la vida para que, verdaderamente, valga la pena. PABLO MONTANARO Especial para “Río Negro” |