| ara George W. Bush se acerca la hora de la verdad. En su disputa por el programa nuclear con Irán, el mandatario estadounidense aún apuesta a que el Consejo de Seguridad de la ONU imponga pronto sanciones económicas y políticas al gobierno de Teherán, pero también sabe que el escepticismo de sus correligionarios republicanos hacia las Naciones Unidas y sus aliados europeos puede confirmarse en breve. El presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, continúa mostrándose inflexible respecto a la disputa nuclear y, si la “comunidad internacional” tantas veces evocada por Bush no reacciona con dureza, los halcones políticos en Washington podrían ganar espacio. Pese a que expiró el ultimátum dado por la comunidad internacional, la ONU no avanzaría rápidamente con consecuencias drásticas, como lo solicitó el mandatario. Sobre todo los neoconservadores están a la espera de que toda diplomacia, y por ende la estrategia de los europeos, se demuestre como totalmente inútil. “Si es necesaria la violencia para batir a terroristas, iraníes y norcoreanos, entonces es lamentablemente necesaria”, sintetizó el ex presidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich sobre la postura de los halcones republicanos. Creer que con “ejercicios multilaterales se puede persuadir a Irán de un programa nuclear fue siempre una fantasía”, dijo por su parte el periodista Charles Krauthammer. “Un ataque militar tendría consecuencias muy duras, pero deberá sopesarse respecto a las terribles consecuencias que puede significar permitir al gobierno iraní obtener armas para un genocidio”, agrega. El conflicto con Irán pone a Bush en una situación sumamente complicada. Reiteradas veces el mandatario recalcó que el mundo “no puede permitir que Irán tenga armas nucleares”. Y no sólo los conservadores en Estados Unidos, sino también Israel, esperan que esas palabras se hagan efectivas en hechos concretos. Pero la guerra con Irak ya compromete a Estados Unidos militar y económicamente y una opción militar contra Irán es vista ahora con mucho escepticismo en algunos sectores del país y sobre todo en Europa. Recientemente, 22 generales y altos funcionarios del gobierno estadounidense advirtieron sobre las “desastrosas consecuencias de un ataque a Irán”. Además, la guerra de Israel contra el Hizbollah en el Líbano demostró también a Washington el escaso poder que tiene un ejército tecnológicamente superior frente a milicias instruidas, sumamente motivadas y con gran aceptación entre la población. Los expertos militares se preguntan entonces cómo sería una guerra contra Irán, con 68 millones de habitantes y un ejército bien provisto y entrenado al que no hay subestimar. Además de la diplomacia en el marco de la ONU y la intervención militar como forma de presión, para Bush se suma una tercera opción: muchos demócratas, pero también el ex secretario de Estado Henry Kissinger opinan que Estados Unidos debe ir al encuentro de Teherán. Indican que Bush debe despedirse de la posibilidad de un cambio de rumbo en Teherán y, en vez de ello, ofrecer a Irán garantías de seguridad y estímulos económicos. Al menos es una posibilidad para comprobar si el régimen iraní no prefiere servir a los intereses del país que a la lucha contra el “pequeño y gran satanás” (Israel y Estados Unidos), comenta el “Wall Street Journal”. Sin embargo, es una opción que a Bush no le complace en absoluto: para el presidente, Irán pertenece al “eje del mal” y el Hizbollah y sus aliados iraníes son “fascistas islámicos”. Las dudas de China y Rusia China y Rusia, dos potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, siguen dudando a la hora de sancionar a Irán. China tiene que esforzarse por armonizar su necesidad de generar nuevas fuentes para su creciente demanda de energía con su nuevo papel de “socio responsable” en la política internacional. Por un lado, quiere evitar que Teherán posea algún día armas atómicas. Pero por otro, no quiere poner en riesgo sus intereses en Irán. El gigante asiático importa el 14% del petróleo que consume de Irán, su segundo mayor proveedor. Hace dos años, acordaron el abastecimiento de 110 millones de toneladas de gas licuado a China, por 20.000 millones de dólares. Ambos países cooperan en el desarrollo de campos petrolíferos, la refinación de crudo y la construcción de oleoductos. Cerca de cien empresas chinas operan en Irán, especialmente en el sector de infraestructura, como el subterráneo en Teherán, plantas nucleares o diques y la industria metalúrgica y de astilleros. Rusia también tiene una estrecha cooperación con Irán, pero relacionada sólo en parte con la economía. Lo más importante para Moscú es mantener una buena relación política con la potencia regional al sur del Mar Caspio. Rusia e Irán se consideran socios a la hora de defender el avance de EE. UU. y Turquía en Asia y el Cáucaso, opina el instituto británico Chatham House. Ingenieros rusos comenzaron la construcción de la primera central nuclear iraní en Bushehr, valorada en 800 millones de dólares. Para Washington, la tecnología rusa es la fuente de los conocimientos nucleares con fines militares en Irán. Moscú rechaza las acusaciones y espera pedidos millonarios para construir más centrales nucleares en Irán. Rusia no tiene interés en que Irán consiga la bomba atómica, pero es reacia a sancionar a su socio. (DPA) |