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Domingo 03 de Septiembre de 2006
 
 
 
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  Entrevista: Santiago Kovadloff: FILOSOFO
  “El poder está desmadrado y con vocación concentracionaria”
Santiago Kovadloff observa que, desde el punto de vista republicano, el presente es frágil y aventura que el peligro es que desemboque en una transfiguración tal que la democracia ya no sea una instancia decisiva de organización social.
 
 

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Una de las preocupaciones centrales en estos días de algunos círculos políticos y también intelectuales es la imperfección de la calidad de la democracia en la Argentina. ¿Cuál es su visión del proceso institucional conducido por el presidente Kirchner?
–Lo menos que podemos decir, al cabo de más de veinte años de retorno a la vida constitucional, después del totalitarismo de Estado representado por el último gobierno militar, es que entre nosotros la transición a la vida democrática está inconclusa. Y la responsabilidad de esto es civil, no es militar. Me parece que es importante establecer esta distinción, porque si los militares contribuyeron durante los años del Proceso a un genocidio, a través del terrorismo de Estado, y la guerrilla hizo otro tanto, avasallando el significado de la vida constitucional y democrática como ideal, sacralizando a la violencia como un recurso de transformación política, no cabe duda de que a partir de 1983 los gobiernos civiles contribuyeron a generar excluidos, que es una de las variantes posibles de las figuras del desaparecido.
–Es una definición muy fuerte...
–Cuando hablo del excluido, como reconfiguración de la figura del desaparecido, me refiero al sujeto que está ausente. Si no implica el exterminio físico, implica una total invalidación cívica. Es el individuo destituido del campo del trabajo, privado de la dignidad que da la perspectiva de un futuro... Está condenado a durar. Entonces en ese sentido me parece a mí que el presente es “republicanamente” frágil, la ley no cumple su función de acotamiento del poder. Me parece que el poder está desmadrado y la vocación “concentracionaria” de poder está generando una incredulidad muy honda acerca del valor del diálogo y la interdependencia en la Argentina. La palabra dominante es la palabra autoritaria, es la palabra que manda, no la que persuade. Entonces, en ese sentido podemos decir que hay una profunda anemia del lenguaje dialógico. La caída del lenguaje dialógico en la Argentina es un síntoma y un mal indicio de la situación en que estamos viviendo. Por otro lado no se trata de negarle realizaciones a este gobierno. Yo no diría que éste es un gobierno que no ha realizado nada; pero ha aprovechado los recursos que las circunstancias le han brindado para fortalecer el descrédito de la vida republicana en favor de un caudillismo de corte netamente personalista. Pese a los esfuerzos que en un momento dado hizo el gobierno de Alfonsín, creo yo que no hubo un encauzamiento sólido hacia la vida republicana, porque la civilidad y la dirigencia que tenía la responsabilidad de llevarla a cabo estaba esencialmente educada por el espíritu de la intolerancia y el autoritarismo y no por los ideales de la convivencia y el diálogo.
–¿Cuando cree que se perdió en la historia argentina ese espíritu dialoguista o cuándo comenzó a imponerse el espíritu intolerante?
–Yo creo que se perdió a partir del momento en que se configura el segundo gobierno de Yrigoyen. No es cierto que eso se perdió con el peronismo. Lo que hizo el peronismo fue desarrollar todas las consecuencias posibles de la caída de los ideales democráticos, alentado por la revolución de Uriburu. Extrajo de allí muchas de las pautas que le permitieron al país estructurarse como un país corporativo. Pero la gran responsabilidad por la decadencia del proceso democrático, iniciado en los años finales del siglo XIX, fue justamente la responsabilidad de la oligarquía dirigente que no supo hacer la transición plena hacia una república que se valiera del desarrollo de las clases dirigentes.
–Hay quienes interpretan esa responsabilidad como la falta de visión para modernizar el liberalismo...
–Muy bien. La no modernización del liberalismo es la causa primera de la decadencia de la experiencia democrática en la Argentina. Y aún hoy diría yo que estamos inmersos en esa decadencia, porque es menos sorprendente, me parece a mí, que el gobierno ejercido por un representante del justicialismo sea lo que es, que el hecho de que la oposición no haya aprendido nada acerca de su propia precariedad para constituirse en una alternativa política significativa.
–Han habido numerosos intentos en la Argentina de encauzar la vida constitucional, al menos desde el ángulo del discurso, que inevitablemente fracasan. ¿Cómo cree que desemboca entonces este proceso actual?
–No creo que desemboque en una ruptura del orden constitucional, sino que el peligro es que lo haga en una transfiguración tal que la democracia ya no sea una instancia decisiva de la organización social. Lo que amenaza que a nuestro país y a muchos otros de América Latina es la pérdida del protagonismo de los ideales democráticos. Otras formas de organización constitucional serán suplementarias, podrán tratarse de un sucedáneo, pero me parece que lo que estamos viendo en este momento es que la creciente volatilización de los ideales democráticos se produce a causa de un orden institucional estable sin consecuencias republicanas evidentes. Ahí es donde se puede notar el languidecimiento de la vida democrática.
–En ese contexto, ¿cuál es el papel del ciudadano? ¿Reconoce la existencia de ese proceso?
–No de manera uniforme. Yo creo que hay sectores de la ciudadanía que están profundamente preocupados por esta disociación entre perdurabilidad constitucional y languidecimiento de la vida democrática. Otros sectores no lo ven porque asocian la supervivencia a mecanismos que no necesariamente provienen del orden republicano. Políticas de subsidios, de prebendarismo, políticas donde el sujeto no vale como ciudadano, sino que vale, en el orden literal de la palabra, como votante. Esta disociación peligrosísima donde el hombre no importa como ciudadano tiene un correlato en otro plano y es que nosotros hemos sustituido la figura del ciudadano por la del consumidor y el consumido. Si usted tiene poder adquisitivo significa algo, si no lo tiene no significa nada. Pero qué es el populismo o la demagogia: la posibilidad de brindarles a los que nada significan la oportunidad de que hagan valer su número y no su presencia subjetiva. Significo una cifra, un voto, un porcentaje... luego existo.
–Cambiemos de la perspectiva doméstica a la internacional. ¿Cómo ve el proceso cubano a la luz de un posible alejamiento de Castro?
–Bueno, el proceso cubano me parece a mí que está llamado a encaminarse, después de Fidel Castro, a una normalización muy lenta. Creo que Cuba no va a poder sostenerse en el esquema de aislamiento en el que vive; me parece que el desarrollo del país va a parecerse en un punto, si se me permite la analogía, al de la España posfranquista. Yo creo que fatalmente México y otros grandes países latinoamericanos están llamados a acompañar a Cuba en un gradual proceso de reintegración al sistema constitucional, al que vamos a llamar democrático por razones más convencionales que por profunda convicción.
–¿Es inevitable ese proceso de cambio?
–No. Ese cambio es deseable y por otro lado posible. No sé si es inevitable, porque Cuba puede verse retrasada en ese proceso por la ayuda de algunos países como Venezuela, por ejemplo, que están en condiciones de subsidiar necesidades económicas durante un largo tiempo. Mientras Chávez esté en el poder puede demorarse largamente el proceso de reintegración de Cuba al mundo hispanoamericano dominante.
–Usted ha escrito sobre el conflicto en Medio Oriente. Pareciera que la situación de paz reviste mucha precariedad. ¿Cómo lo ve?
–Me parece que esta guerra reciente que han protagonizado Israel y Hizbollah, en el territorio del Líbano, ha evidenciado muy claramente que Israel después de este enfrentamiento corre más peligro que nunca. Creo que está más amenazado ahora que antes de la guerra, porque me parece que el Líbano ha quedado en las manos de Hizbollah, financieramente asistido por Irán y Siria. En realidad es un territorio capitalizado por Hizbollah con un costo relativamente bajo para el partido y muy alto para la población libanesa. Ha sido una victoria muy importante en el orden político, porque en este momento puede financiar la reconstrucción desde un altísimo grado de protagonismo político, lo cual representa para Israel un gran peligro. Temo que la conciencia israelí de ese peligro precipite un nuevo enfrentamiento armado, a pesar de la presencia de algunas fuerzas internacionales como la francesa o la italiana. Creo que ese nuevo conflicto no se producirá ahora en territorio libanés. La situación apunta a una tensión creciente con Irán y con Siria. Me parece que muy pronto es allí donde vamos a advertir la fuente más álgida de tensión bélica de Medio Oriente. Un desplazamiento geográfico, y temo que pueda dar sí lugar a un enfrentamiento de características mundiales. La perspectiva para mí es muy sombría, porque ésta es una guerra de desenlace insuficiente, es como un Tratado de Versalles de l918. Crea una situación de asfixia que no resuelve, sino que aplaza.

RAUL CLAUSO
cluso8400@yahoo.com.ar

EL ELEGIDO

Santiago Kovadloff es un pensador indiscutido y habitualmente polémico. Filósofo, ensayista, poeta, el diálogo con él fluye naturalmente, sin reparos ni restricciones. Ningún tema se traduce en incomodidad. El estilo calmado y amigable contrasta con el apasionamiento de sus juicios, la contundencia de sus opiniones que atraviesan todos los aspectos de la realidad, frecuentemente desde interpretaciones inesperadas. Kovadloff estuvo en Bariloche, cerrando un ciclo de conferencias de escritores en el hotel Llao Llao, a propósito de su último libro “Una biografía de la lluvia”.
Como ensayista fue distinguido con el Primer Premio Nacional de Literatura, 1992; en 2000 obtuvo el Primer Premio Ciudad de Buenos Aires. Integran su obra ensayística: “El silencio primordial” (1993), “Lo irremediable”, (1996), “Silencio y riesgo de la vida cotidiana” (1998), “La nueva ignorancia”, (2001) y “Ensayos de intimidad” (2002). Como escritor sobresalen obras como “La vida es siempre más o menos” (Cuentos, 1994) y “Hombre en la tarde” (Poesía, 1997). También obtuvo el Premio Konex de Platino al ensayo filosófico en 2004 y en 1994 el Platino, pero en esa oportunidad al ensayo literario.

“K no valora el diálogo”

–Desde su punto de vista, el hombre actual ¿busca esa información o está resignado a vivir con el conocimiento somero de lo que pasa?
–Me parece que la cuestión de fondo la planteó Giovanni Sartori en el “Homo Videns”, su magnifico ensayo. Creo que el hombre de hoy es un espectador pasivo de la actualidad, quiere estar al tanto de lo último que ocurre, pero no es primordialmente amigo de la reflexión detenida de la información que recibe. Se ha dejado dominar por el impacto mucho más que por la reflexión. La pregunta es, entonces, qué es la información. La información es distracción, tentativa de ahogar el pensamiento en el mundo del impacto. Y esto hace que las últimas noticias tengan el valor de verdaderas ojivas que explotan en la cabeza de la gente, pero no le permiten constituirse en intérpretes de la realidad.Debemos cambiar la dirección de la información si aspiramos a crear una ciudadanía más responsable de lo que oye, ve y lee.
–¿Cree que los diarios han sido abducidos por esa suerte de fenómeno MTV, en su objetivo de parecerse a los medios audiovisuales?
–Sin duda. Pero hay núcleos de resistencia muy interesantes en el periodismo escrito. Me parece que la palabra escrita no puede ser sustituida, es irremplazable; debe ser sostenida por una convicción ética que dé la posibilidad de fundar reflexión, análisis, interlocución. La palabra puede ser canjeada por todo lo que se pueda pensar como medios más rápidos de comunicación, pero la función de la palabra es generar significados y estos significados son una responsabilidad que a su vez alimenta la capacidad de reflexión.
–Ya que nos referimos a la comunicación, la situación de la prensa en la Argentina atraviesa una zona peligrosa, si se juzga a partir de las denuncias del periodismo...
–Me parece que estamos asistiendo a un maniqueísmo cultural muy penoso.
–¿Qué características tiene ese maniqueísmo?
–El oficialismo está convencido de que donde hay disonancia o disidencia hay falta de respeto, desconsideración, amenaza, violencia latente o manifiesta. Yo creo que no es así. Me parece que la situación de la prensa no es crítica en extremo, pero hay un diagnóstico oficial sobre la prensa libre y es la de homologar esa prensa libre a un proyecto no democrático. Esto es sumamente peligroso, pero es relativamente natural allí donde no reina el diálogo y donde el orden vertical parece dominar sobre el orden horizontal. El presidente evidencia que el diálogo es una instancia de encuentro con el prójimo que a él no le interesa, no le importa, no lo valora. Si no puede valorar la instancia del diálogo es porque no concibe el enriquecimiento del propio pensamiento a través del intercambio.

 

   
   
 
 
 
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