| Alfred Kinsey era un profesor cuyo aspecto era como el de las caricaturas: cabello desgreñado, pajarita torcida, medias de lana tejidas a mano. Publicaba voluminosos libros llenos de estadísticas y daba clases con tono de voz monótono. A pesar de ello, Estados Unidos lo conocía simplemente por el nombre de “doctor sexo”. Cuando murió hace 50 años, el 25 de agosto de 1956, era el segundo hombre más conocido de Estados Unidos, después del presidente. En amplias regiones del Estados Unidos neoconservador este sexólogo es considerado en la actualidad otra vez el diablo en persona. Desde hace tiempo que la derecha religiosa no concentra sus acusaciones ya sólo en la aplicación de un método supuestamente deficiente. Ahora, el “perverso más grande en la historia estadounidense” es tildado de abusador de menores. Si bien Kinsey interrogó a los niños siempre sólo en presencia de sus padres, el actual director del Instituto Kinsey, John Bancroft, comenta: “¿Qué mejor forma de desacreditar a alguien en un momento en que el miedo ante el abuso infantil limita con la histeria?”. El propio Kinsey provenía de una familia estrictamente puritana. Con horror recordaba su niñez, llena de temores y prohibiciones. Pero si bien posteriormente logró desembarazarse de casi todo lo que representaba a su padre tirano, la ética protestante de trabajo fue algo transmitido en carne y hueso. Kinsey leía e investigaba como un obsesivo y, a pesar de ello, durante 20 años toda su atención no se centró en ningún objeto provocativo más que en una especie de avispa. Cuando, con 27 años, se casó, aún era virgen y le regaló a su novia Clara McMillan una avispa en ámbar. La noche de bodas fue un fiasco. Con el transcurrir de los años, a Kinsey le llamó la atención que sobre el comportamiento reproductivo de los insectos se supiera bastante más que sobre el del ser humano. Así, decidió documentar por primera vez empíricamente la sexualidad humana en todas sus formas. Así como antes había recolectado cinco millones de avispas, interrogó junto con su equipo de colaboradores a 18.000 estadounidenses sobre su vida sexual y publicó los resultados en los best-sellers “Comportamiento sexual del hombre”, en 1947, y “Comportamiento sexual de la mujer”, en 1953. Aun después de finalizada la jornada de trabajo, Kinsley tomaba contacto con personas que no conocía con una frase que se volvió famosa: “Quiero hablar con usted sobre sexo”. Su esposa se quejaba: “Desde que mi marido comenzó con el sexo, casi no lo veo”. Su sed de conocimientos hizo que utilizara procedimientos curiosos: para aclarar si el esperma sale en el momento decisivo como un chorro o de a gotas, grabó a 2.000 hombres eyaculando. “Con fines de investigación”, Kinsley se hizo cada vez más ávido de experimentar y comenzó una relación con un asistente. Pero, a pesar de todos los rumores nunca confirmados sobre sexo grupal, este padre de cuatro hijos permaneció felizmente casado hasta su muerte a los 62 años. Sus críticos tienen razón cuando lo acusan de haber descripto la sexualidad humana desde un punto de vista demasiado funcional, con la fría mirada del zoólogo. Pero la liberación sexual de la mujer y la eliminación de artículos contra homosexuales en muchos países del mundo son, en gran parte, mérito de Kinsley. Es posible que ningún biólogo después de Charles Darwin haya causado un cambio tan decisivo en la sociedad estadounidense como Kinsey, pese a que muchos quisieran volver atrás. |