| Riguroso en el manejo del tema. Y con la única aspiración de poner al alcance del común de los argentinos, la dialéctica con la que se mueve un poder que pasa desapercibido para el grueso de ellos. A esto se resume “SIDE. La Argentina secreta”. O historia de La Casa, como se la conoce. Impecable investigación sobre ese mundo dedicado, en última instancia, al control social. “Los agentes de inteligencia están acostumbrados a moverse en la desconfianza, a caminar sobre verdades que nunca lo son tanto y mentiras que siempre tienen algo de cierto”, señala Gerardo Young en la introducción del libro. Y remata: “Los agentes de inteligencia piensan mal de todos, están convencidos de que nada es lo que parece y preguntan mucho más de lo que responden. Algunos son muy inteligentes. O quizá demasiado astutos. Todos, absolutamente todos, son definitivamente amorales. Lo que hay que hacer, se hace. A la mierda con el resto”. La definición no abreva en los espías de la Guerra Fría que toman cuerpo en las páginas del inglés John Le Carre. Mucho menos en los que da forma otro británico: Graham Greene. Pero en la literatura de uno y otro los espías son sigilosos. Su cotidianeidad es casi intrascendente. Seres que podían pasar 30 años como apacibles relojeros en un pueblo perdido de la otrora Alemania Oriental, espiando para la otra Alemania de aquel tiempo. Días de OTAN versus Pacto de Varsovia. Los hombres de la SIDE en la investigación de Gerardo Young se parecen a los barbouzes, aquellos grupos de la inteligencia francesa a los que apeló Charles De Gaulle para combatir por izquierda a la OAS. Seres rústicos. Proclives a la omnipotencia. Dosificada discreción. Seguros en patota. Lealtades repartidas. “La SIDE mata, la SIDE chupa, la SIDE tortura, extorsiona, coimea, te escucha, te filma, pinta paredes, patotea, toma whisky de contrabando”, escribe Gerardo Young. Como los barbouzes, pudo acotar. Y estos SIDE también se referencian en sus pares de la CIA que describe en un vetusto y apasionante libro Philips Agee: “La CIA por dentro”. Tienen de éstos la capacidad de trabajar en la desestabilización de un poder en función de otro, al que paralelamente también comienzan a desestabilizar. Doble vía. –Simple transferencia de lealtades –reflexionó el culto y flemático inglés Kim Philby cuando le preguntaron si no se sentía traidor por espiar a su país en favor de la entonces URSS. “La SIDE es el ratón en las cloacas de la Nación”, sentencia Gerardo Young en su libro. También lo demuestra. Calificación de alcance ecuménico. ¿Se puede ser servicio de inteligencia sin ser cloaca del país al que se pertenece? Complejo esquive, al menos de ser posible. Porque la información es poder. En el ámbito que sea, pero poder. Y obtenerla suele implicar mucho de fétido. Principista y audaz almirante, el británico Lord Ranglan escribió: “La recolección de información por medios clandestinos es repulsiva para el sentimiento de los caballeros”. Pero la razón de Estado regula los principios. Le sirven o no le sirven. Mandan las circunstancias y los intereses. Y si es necesario meterse en la “cloaca”, se mete. Con estilo seductor en el manejo de la palabra, Gerardo Young desviscera a la SIDE desde la experiencia de 10 años de tratar con sus agentes. Muestra a La Casa más como una organización con burocracias y poderes con intereses muy propios, que como un eslabón del Estado de pareja utilidad para el conjunto del país. La investigación se hamaca en veloz ir y venir en el enigmático Jaime Stiuso. Nombre de guerra: Aldo Stiles. Lleva más de 30 años manejando el poder concreto de la SIDE en materia de operaciones. Y desde ese plano –el de las tareas encubiertas, duras, barro y más barro–, influyendo decisivamente sobre el conjunto de La Casa. O el “Estado paralelo”, como denunció Gustavo Beliz a la SIDE en su último día de ministro de Justicia. Jaime Stiuso, ingeniero. Hombre de sport. Jeans. Mocasines. Camisas escocesas. Gorrita con visera, maniático coleccionista de gorritas con visera. Pinta “de diariero, electricista, vendedor de flores”, sostiene Gerardo Young. Y remata con el recuerdo de la primera vez que se vieron cara a a cara con Jaime Stiuso o Aldo Stiles. Porque es norma de La Casa: ni bien se forma parte de sus filas, La Casa le da otro nombre y apellido al flamante espía. El encuentro fue en el 98. “Durante la cita con Jaime, el sólo inclinó el cuerpo hacia adelante dos veces. La primera para servirse agua mineral; la otra para apoyar sobre la mesa un grabador de periodista y un cablecito de unos cuarenta centímetros de largo. Supongo que debió notar con satisfacción mi cara de sorpresa. “–¿Cuánto sale esto? –preguntó sosteniendo el grabador. “–No sé, unos sesenta pesos –arriesgué. No lo sabía con precisión, pero suponía que no más que un par de zapatos. “–Bien. ¿Y esto? –agarró el cable. “–Nada, centavos –seguí yo, cada vez más intrigado. “–Bueno, eso es lo que yo necesito para intervenir el teléfono de tu casa. “Jaime me dio una explicación rápida sobre lo fácil que era intervenir teléfonos... Según él, hasta un chico podía hacerlo. “Lo que yo no sabía, aún, era el poder real que tenía Jaime. Ni siquiera imaginaba que ya era hombre de confianza de la CIA y del servicio secreto de Israel, el Mossad. Tampoco, que en esos momentos se estaba desatando en la SIDE una pelea crucial entre distintos agentes. Una batalla que iba a durar años y de la que Jaime saldría triunfador. Ese hombrecito de aspecto insignificante se estaba convirtiendo en el hombre más poderoso de La Casa. En gran medida gracias a ese grabador y a ese cablecito. A sesenta pesos y algunos centavos...”. “SIDE. La Argentina secreta” luce como un libro iniciático para comenzar a conocer La Casa. Y ese es uno de los méritos esenciales que tiene la investigación. Gerardo Young lo escribió ajeno a toda idea totalizadora, excluyente sobre el tema. No buscó “el libro” sobre la SIDE. Prudente, toma distancia de asumir su investigación como la única verdad. Simplemente abre surco para ayudar a saber cómo funcionan los pliegues y repliegues del poder. La Casa es, en todo caso, un reflejo de más miserias que grandezas del poder institucional argentino. Claro, así suele ser la historia del poder. Aquel 2002 “No fue fácil para Carlos Soria asumir la SIDE. Jaime y los otros estrenaban cargos y poder y se sentían demasiado cómodos manejando la SIDE. Hicieron lo que mejor sabían hacer:conspirar. Alimentaron versiones de lo más tenebrosas que parecían convertir al Estado en un ser anodino y vulnerable. Tiempos violentos aquellos, con las calles repletas de vecinos en estado de asamblea, con miles y miles de desocupados cortando rutas y accesos a Buenos Aires. Los espías sentían que era un momento histórico único, un momento de acción... “Y Soria compró todos los cuentos que intentaron venderle. Las primeras semanas comenzó por recibir informes que alertaban sobre posibles asaltos a la Casa Rosada, ataques a bancos con bombas caseras, supuestos planes para matar funcionarios y legisladores. Del presidente Duhalde se sabía que era un hombre temeroso de su seguridad. Pero no era tonto y empezó a acostumbrarse a los llamados de Soria. Día por día recibía avisos aterradores del jefe de la SIDE, quien por momentos parecía contento con eso de andar anunciando apocalipsis. El colmo fue una madrugada –Duhalde diría que a las tres o cuatro de la mañana–, cuando el ‘Gringo’ lo despertó en la quinta de Olivos. Soria ingresó a la residencia presidencial en uno de los Megane de La Casa, por la entrada que se reservaba para el presidente, sobre Avenida del Libertador. Soria recorrió los jardines de madrugada, acompañado por dos agentes de la SIDE, y llegó hasta el chalet principal, un palacete que en los últimos tiempos había soportado demasiadas noches de desconcierto y pánico. Soria llegó hasta la antesala del dormitorio presidencial. La mujer de Duhalde, Hilda, no llegó a despertarse. El presidente se levantó agitado, se puso su bata roja de siempre y salió a la antesala. Con su metro sesenta de altura, la bata lo hacía verse bastante más petiso todavía. “–Detectamos el ingreso de comandos de las FARC. Entraron por Jujuy –anunció histérico el jefe de la SIDE. “El disparate del alerta no soportó más que unas horas y Duhalde decidió que esta vez había sido demasiado. Desde entonces le prohibieron a Soria despertarlo en las madrugadas. “El ‘Gringo’ era zorro y no se iba a dar por vencido...”. (Tramo del capítulo del libro en el que se analiza el paso del rionegrino Carlos Soria como jefe de la SIDE, entre enero y julio del 2002) |