| García Lorca lo desvelaba la muerte. Cuenta el pintor Salvador Dalí, con quien compartió sus días de juventud en la “Residencia de Estudiantes” en Madrid, que algo totalmente propio de Lorca era su obsesión por la muerte. Se pasaba todo el tiempo hablando de la muerte, de su muerte; “por ejemplo –recuerda– jamás se dormía antes de que todos sus amigos fueran a su habitación. Recuerdo una madrugada en que se hizo el muerto y dijo: ‘Es el segundo día de mi muerte’. Habló de su ataúd pasando por las calles de Granada y de un romance de la muerte dentro de un ataúd. Todos íbamos a verle y nos angustiábamos mucho con esa pantomima, y él se reía al ver la mirada de terror en nuestras caras y después se relajaba y parecía muy contento y dormía muy bien. Le era absolutamente necesario, todas las noches representar su muerte...”. Ni estos juegos para conjurar el miedo, ni los rituales fúnebres cotidianos a los que los amigos asistían entre la fascinación y el horror fueron suficientes y lo que empezó como rumor se confirmó como tragedia. Lorca fue asesinado en 1936 a los 38 años, durante los primeros días de la guerra civil española, a manos de un pelotón de fusilamiento del franquismo “que no osó mirarle la cara”, como imaginó Machado. Pese a la confusión inicial, esa muerte nunca pasó inadvertida ni quedó en el olvido y muchos opinan que este hecho trágico fue lo que le garantizó trascendencia a su obra literaria, lo que lo convirtió en símbolo y lo vinculó por siempre al terreno de lo político, en una suerte de emblema de la lucha de la libertad contra el totalitarismo. Y puede que de alguna manera sea cierto ya que, su muerte temprana, injusta, intempestiva, que aún sigue conmoviendo, generó entonces un sinfín de textos poéticos de escritores europeos y americanos, cuyo corpus analizó Haydee Ahumada Peña de la Universidad Católica de Valparaíso (Rev. Signos, v.31 n.43-44, Valparaíso, 1998). La autora chilena advierte que en esta escritura, erigida contra el silencio y el olvido, “se puede reconocer el posicionamiento de una primera mirada, en la que el asesinato asume el estatuto de un verdadero símbolo. En este sentido, García Lorca se bosqueja como víctima propiciatoria, objeto del odio, clara señal del horror de la guerra, o bien otro trágico exceso del egoísmo humano, del fanatismo, de la intolerancia...”. Federico en vida fue vida pura, creación constante, movimiento perpetuo. Quienes compartieron su existencia lo recuerdan como narrador de anécdotas, una especie de juglar moderno que recitaba poemas ante los amigos o cantaba canciones folclóricas en reuniones familiares, un dibujante de líneas puras y también excelente pianista Nació en Fuente Vaqueros (Granada, 1898) en el seno de una familia de holgada posición económica. Allí estudió bachillerato y música hasta que, entre 1919 y 1928, se trasladó a la Residencia de Estudiantes en Madrid donde conoció a Salvador Dalí, Luis Buñuel y Rafael Alberti. Viajero incansable, verdadero trotamundos dispuesto siempre a lo imprevisto, visitó Nueva York, Cuba, Uruguay y Argentina adonde vino por quince días, se quedó seis meses y se hizo amigo de Neruda y de González Tuñón. Entre 1933 y 1934, escribió las obras teatrales que la crítica considera como su obra fundamental (“Bodas de Sangre”, “Yerma”, “Dona Rosita la soltera”, “La Casa de Bernarda Alba”). Hoy, a setenta años de su partida, podemos decir que fueron la muerte y sus verdugos quienes condenaron a este joven poeta a la vida perpetua. |