| Lo pasado pensado” remite a un período muy cercano de la historia argentina. Imagino que escribirlo debió ser como tocar de cerca ese momento que en algún punto te es contemporáneo. –Sí, por supuesto... Desde la elección del nombre: “Lo pasado pensado”, que remite a esa frase maldita que es “lo pasado pisado”, que pretende olvidar todo. Obviamente yo invito a pensar el pasado reciente, que ya es historia, y me siento parte de eso. Yo tengo 47 años, formo parte de la generación del 70 y muchas de esas cosas las viví intensamente siendo muy joven, algunas con alegría, otras con dolor... Cómo nos atravesaba la historia en aquellos años donde uno comenzaba muy joven a interesarse por la política. Era otro mundo y otro país. A partir de todos esos episodios y de haber tenido la suerte de hablar con tantos protagonistas de aquellas historias y procesos, me pareció que estaba bueno ponerlas en un libro y completarlo con algunas entrevistas especiales. –Tu libro reúne a varios protagonistas de esos años duros... –Sí, inclusive quedó material para un segundo tomo porque las entrevistas llegan hasta el 2001, pero todavía no arranqué. –¿Por? –Tengo mucho trabajo y lo tengo como un libro que lo quiero disfrutar tranquilo, porque es un material que requiere mucho tiempo de elaboración y edición, que la hago yo. El segundo tomo está pensado casi como si fuera un guión de documental donde se contestan los personajes unos a otros, sin sacar de contexto, y como me impongo la regla de oro de no sacar una coma de contexto es mucho más complicado y a la vez fascinante. Entrevisté gente de la más variada que va desde Firmenich hasta Martínez de Hoz, Díaz Besone, Alfonsín, Cafiero... Una larguísima lista de personajes que incluye a Jorge Palma, un personaje clave, poco conocido, que es el actual presidente de la Comisión Permanente de Homenaje de la Libertadora y que fue el enlace entre Aramburu, Rojas y Lonardi previo al golpe del 55. Es muy interesante la contraposición entre lo que dice el almirante Palma y lo que dicen Andrés López o Ramón Landajo –colaboradores de Perón– que estaban del otro lado, recibiendo las bombas que tiraban éstos. Es sumamente fuerte, dicotómico. –¿Te sentiste un poco árbitro de esos relatos? –No, yo no me pongo en árbitro, eso se lo dejo al doctor Grondona. –¿Pero cómo encontrar un justo medio entre esas historias? –Yo no se si busqué un justo medio porque uno tiene sus simpatías también y al historiador no le son ajenas las simpatías... Me caen mucho más simpáticos los que recibían las bombas que los que las tiraban. No sé si hay un justo medio, pero sí la constatación de los hechos que uno pueda rastrear por otras fuentes, y es eso lo que está también presente de mi parte en las introducciones, las aclaraciones y un rico material documental que acompaña al libro. Es un trabajo que me gustó mucho hacer y que a la gente le gusta leer –ya va por su segunda edición con más de 40.000 ejemplares vendidos–. Una cosa que no hago en el libro es poner la etiqueta previa, ni el condicionamiento del lector para que le caiga mejor uno u otro entrevistado. –En el prólogo de “Lo pasado pensado” renuncias a toda imparcialidad. ¿Esa decisión no afecta la perspectiva que se puede tener del trabajo? –En el libro tomo partido por el lado de la democracia, de la justicia y nunca del lado del autoritarismo y ni del lado de los dictadores; tener que ser demócrata con los autoritarios me parece una cosa tan ridícula. –Hoy en Argentina hay mucho interés por leer historia. Como investigador, ¿sentís que hay un vínculo firme con el público o que hay algo de moda? –Decir que es una moda es subestimar a la gente. –No es nuestra intención, pero las modas existen... lo fue andar con Sartre bajo el brazo o, no sé... Marcuse... –Creo que se lee historia como consecuencia del trabajo de hacer accesibles situaciones complejas que tiene la historia y que la gente no se queda con eso. Los pibes se engancharon con “Algo habrán hecho”, el programa de televisión que tuvimos con Mario Pergolini. Luego los pibes leyeron los libros, mandan miles de mails pidiendo material de consulta sobre tal o cual tema... Creo que hay mucho interés por la historia, especialmente cuando se la respeta tal cual fue... descarnadamente. Es un proceso que a mí me estimula, me pone contento y me compromete muy sanamente a seguir investigando. –¿Cómo es ese ida y vuelta con el lector? –Hay una corriente afectiva que por momentos me supera, como pasó en la Feria del Libro que estuve cuatro horas firmando y, a diferencia de otros años, me llamó la atención la cantidad de chicos, pibes de ocho, nueve, diez años... no sé... que venían con sus libros y traían a sus padres, no al revés. –¿No te resulta llamativo este interés por la historia en un momento en que hay tan poca participación cívica, que no hay una militancia política de base clara? –Bueno, yo vivo y ejerzo la historia como una militancia, sin ningún tipo de duda y eso la gente lo percibe, como percibe que hay un compromiso con la realidad. Y eso para mí es muy valioso, aspiro a no perderlo, a no perder la sensibilidad... a hacer realidad esa frase tan linda del “Che” Guevara que decía que nunca hay que dejar de mirar para abajo y para los costados. Y es fundamental... no olvidarte nunca de donde venís, no creértela. –¿Crees que en algún momento va a llegar a la educación formal una interpretación más oxigenada de la historia argentina... menos épica y con más sustancia? –En alguna medida eso se viene dando desde antes de mis libros. Comenzó a partir de la reforma de la Ley Federal de Educación aunque no fue un punto buscado particularmente por la reforma. Se dio como contrapartida a la modificación de los planes de estudio, que obligó a cambiar los contenidos y dio lugar a una incorporación de textos y libros de muy buena calidad, con un enfoque progresista, moderno, documentado. –Pero aún falta un cambio en el modo de enseñanza y los profesores. –Creo que ahí está uno de los problemas para avanzar, en la renovación del plantel docente que no tiene que ver con lo etario... –No, con la concepción... –Exactamente, nadie está acá planteando “La guerra del cerdo”, sino la modificación de vicios de formación, con ganas o no de trabajar, de actualizarse, posibilidades económicas de hacerlo... Algo fundamental, el salario docente tiene que ser un salario alto porque además de las necesidades básicas y reproductivas tenés una importante necesidad de inversión en libros, revistas, internet. Y no es un absurdo, es lo que debe ser. Nosotros necesitamos gastar mucha plata para mantenernos actualizados y, por supuesto, la mayoría no puede. EL ELEGIDO Su capacidad de trabajo es impresionante. Lo mismo que su interés por hacer, del interés por la historia, una propuesta que apunta a lo masivo. A ambas virtudes Felipe Pigna las despliega en términos exigentes, entrega total. Una labor resistida en determinados tramos del mundo académico. Espacios donde se le imputa mantener más interés por hacer, de la historia, una cuestión mediática y rápida y no un proceso sistematizado de la exploración del pasado. Felipe Pigna sigue en la suya. Provoca enojos e irritaciones desacralizado la solemnidad con la que interpretó nuestro pasado la denominada “historia oficial”. Pigna avanza sobre íconos, lo insustancialmente simbólico y todo lo idealizado que forma parte de cómo fue construido nuestro pasado por parte de la “historia oficial”. Un estilo polémico pero que encuentra significativa inserción en amplios sectores del país que encuentran en Pigna el estímulo para meterse en la madeja de la historia. Apuntes compartidos sobre un tramo del pasado Tiempo atrás este diario rastreó a una de las figuras secundarias mencionadas en “Lo pasado pensado”: Martínez de Hoz, a quien Ramón Landajo –colaborador del ex presidente Juan Perón en Caracas durante el exilio de aquel– identifica en el libro como “Cholo” Valenci, “capitalista de juego” de Río Negro. Contactado Landajo por este diario, reconoció que se trataba de “Cholo” Alenci, un bahiense que por años vivió en Allen vinculado al juego. Dijo, además, que estaba interesado en “matar a Perón”. Acotó que el grupo que acompañaba a Perón siempre sospechó que ese era el propósito de Alenci, que sin embargo terminó relacionándose con el ex presidente. En Bariloche Pigna dijo que es poco lo que conoce del personaje mencionado por Landajo porque no lo investigó en forma particular. Pero consideró que el episodio de Martínez de Hoz –tal vez Valenci, tal vez Alenci– y su aproximación al ex presidente Perón tiene que ver con las características personales de Perón. También hay otro episodio de “el Tunesino”, un personaje que va con la intención de matar a Perón, termina arrepintiéndose y no lleva adelante el atentado porque Perón... Landajo cuenta algo bastante gracioso: este personaje toca el portero eléctrico, le preguntan quién es, dice: “Soy fulano de tal, vengo a matar a Perón”. Y Perón lo hace pasar, insólitamente, y tienen un diálogo donde el tipo desiste de la operación. Era un sicario pagado por la llamada Revolución Libertadora, que estaba en problemas porque se había gastado la plata que le habían adelantado para poder salir del país. Perón lo ayudó a zafar de la situación dándole dinero. Esto tenía que ver con ese carisma tan particular que tenía Perón. Lo mismo pasó con Isabel que llegó al entorno de Perón con la intención de espiarlo. –Pero Isabel llegó más lejos. –Según cuenta Landajo, que era el hombre de Inteligencia que ustedes entrevistaron, sabían que iba a llegar un ballet que venía subiendo desde Colombia en el cual venía una persona con la intención de espiar a Perón. Cuando este ballet proveniente de la Argentina llegó a Panamá, en un asado donde estaban todas las chicas, Roberto Galán, etc., Estela Martínez se acercó a hablar con Perón para perdirle un trabajo –todo esto según lo que dice Landajo– y es así como Perón la incorporó a su entorno familiar de alguna manera, porque cuando le preguntó: “¿Qué sabe hacer?”, descubrió que no sabía escribir a máquina, no sabía nada, como después comprobamos todos los argentinos cuando fue presidenta. Lo que si fue detectando este grupo de hombres cercanos a Perón fue que ella espiaba para la embajada y para los servicios, y se lo dijeron a Perón que, sin embargo, la cobijó y la transformó luego en su mujer. Y cuando yo le pregunté a López –uno de los colaboradores de Perón– “cómo es posible que Perón haya incorporado a un espía a su entorno tan cercano”, López me respondió: “Lo que pasa es que Isabel no servía ni para espiar”. |