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Domingo 13 de Agosto de 2006
 
 
 
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  LITERATURA INFANTIL
  ¿Por qué los chicos no leen? ¿Por qué habrían de hacerlo?
“El gusto por la lectura es una creación social”, comenta la docente e investigadora Fabiola Etchemaite. Por ello, agrega: “Es obligación de los adultos poner a disposición de los chicos toda la cultura”.
 
 

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Por una cuestión de supervivencia, todos los habitantes del Valle deberíamos saber nadar. Para no ahogarnos en nuestros caudalosos ríos. Pero, ¿quién nos enseña a nadar?, ¿dónde? ¿cuánto cuesta?, ¿cuántas veces por semana? Veremos que hay pocas posibilidades de que todos los habitantes del Valle sepamos nadar. Deberíamos hacernos preguntas similares para cualquier práctica cultural que consideremos valiosa o necesaria para nuestros jóvenes. Si hablamos de lectura, al tratar de responder esas preguntas, veremos que hay pocas posibilidades de que a los chicos les guste leer, lo puedan hacer y se conviertan en lectores independientes, exigentes y entusiastas.
Veamos dónde, cómo, qué , con quién, cuándo… leer.
En primer lugar, el espacio natural de los niños pequeños, la casa. Además de a la hora de dormir, en casa podría haber cuentos, libros para pintar, historias dibujadas, como hay juguetes, siempre a mano. También adultos leyendo, que les lean a los más chiquitos, siempre dispuestos a una buena historia o a un juego de palabras.
El otro lugar de la lectura es por supuesto la escuela. La escuela es el lugar donde se enseña a leer. Las más de las veces, la lectura tiene un carácter instrumental: leer para aprender geografía, para responder un cuestionario, para “investigar” un tema, para resumir otro. La lectura de literatura o la lectura para nada tiene muchas veces un espacio, pero suele ser escaso, pautado, pobre de libros, sin más sentido que el de ocupar el tiempo.
Los maestros, que deben enseñar y entusiasmar a los alumnos en las más variadas disciplinas y que por supuesto tienen que saber mucho de todas ellas, también deben saber y amar la lectura. Pero aquí está el problema: la lectura y la literatura pueden aparecer como un deber para los maestros y allí se acaba la magia. Y otra vez las mismas preguntas y algunas más: ¿cuándo pueden leer los maestros?; ¿cuánto cuestan los libros?; ¿conocen mucha, buena, nueva, vieja literatura?; ¿quién, cómo, con qué les enseñó a enseñar?
Y las bibliotecas… buen lugar. Pero sólo van a la biblioteca los que ya son lectores. A veces, atentos bibliotecarios aprovechan la presencia de estudiantes-“investigadores” para tirarles el anzuelo, rescatarlos de entre los manuales y acompañarlos a otro estante.
Hay pocos lugares para entrar al río gratis y muchas veces vamos con alguien que apenas chapotea…
En estas condiciones, entonces, a la consabida pregunta ¿por qué los chicos no leen?, sugiero completarla: ¿por qué habrían de hacerlo?
Tengo una buena noticia: cuando se dan las condiciones, los chicos sí leen.
O sea, cuando hay un buen nadador que nos enseñe, cuando el río está cerca y abierto a todos, cuando es gratis o al menos baratísimo, cuando lo podemos hacer todos los días, aprendemos a nadar.
Es nuestra obligación como adultos poner a disposición de los jóvenes toda la cultura. Y no hablo solamente de la cultura de los libros, también la música, el cine, los deportes, los juegos, los idiomas, la física. Digo toda la cultura. Y más todavía: no solamente ponerla a disposición, sino enseñarla, practicarla, ejercitar todos los campos posibles para poder elegir a qué prefieren los jóvenes dedicar sus vidas. Nadie puede elegir lo que no conoce, conoce poco o conoce mal.
El gusto por la lectura, por la natación o por los crucigramas no es algo innato: como todo gusto, es una creación social. Solamente brindando espacios, tiempo y buen material podremos darles la oportunidad de que elijan ser lectores. De literatura o de lo que quieran.
¿Alguna vez le ha pasado que un chico rechace la invitación a un cuento a la hora de dormir? ¿Vio algún chico despreciar una historieta de Garfield, por ejemplo?
Ante una buena lectura de un buen cuento en el momento apropiado no hay quien se resista. Ni chicos ni grandes.
A todos nos gustan las historias, las ficciones, los cuentos, los chistes, las películas, las telenovelas, lo que nos cuentan las canciones.
Es difícil, muy difícil, encontrar alguien que no caiga en las redes, que no se sienta seducido por alguna de esas expresiones. Es difícil, muy difícil, que alguien se resista a la magia del fuego o a la magia del agua o a la magia de una historia bien contada
Y ahí está el anzuelo. Cualquiera de esos anzuelos es un punto de partida para entrar a la lectura, a la literatura, para meterse al río.
Qué leer. De todo. No hay libros dañinos o hay muy pocos libros para chicos que puedan realmente causar daño. Hay libros malos, sí, y hay libros intrascendentes. Todos los hemos leído. Quizás podríamos lamentar el tiempo perdido pero no es así. Leer banalidades es una buena manera de pasar el tiempo, de entretenerse, de dejar vagar la mente, de tener con qué comparar. Claro que, si lo repetido y lo intrascendente es lo único que se lee, se transforma en peligroso. El peligro es que se crea que la lectura es eso: vagar y entretenerse.
Pero la lectura es precisamente aventurarse en las aguas más oscuras, turbulentas y procelosas, tener ganas de aventurarse, tomarse el trabajo de salir airoso, conquistar el río.
De vez en cuando, hasta el más experimentado nadador necesita un chapuzón en el canal, cuando el calor sofoca, cuando nuestros compañeros apenas flotan o cuando el aburrimiento o el cansancio es mucho.
Y si pensamos que la escuela es el lugar central de la lectura, ¿por qué conformarnos con eso? En la escuela es donde hay que elegir lo mejor. La escuela debe poner al alcance de los chicos lo que en otro lugar es imposible hallar. Y no me refiero sólo a la literatura sino a toda la cultura.
Por qué leer literatura. Las primeras experiencias de lectura de los chicos suelen ser los cuentos maravillosos, la vieja Caperucita, la centenaria magia del zapatito de cristal, un hada madrina salvadora y milagrosa. La fascinación por lo maravilloso puede diluirse si no se alimenta, si se la arrincona con la lectura informativa, si se la escolariza en la enseñanza de la lengua. La fascinación por lo maravilloso sólo se alimenta de literatura. En los cuentos, en los poemas, en las novelas está ese otro mundo posible, que consuela y da esperanza. Que permite entender el mundo cotidiano bajo otras reglas. Que habla de nosotros con otras palabras o con las propias, pero bellamente. Que hace ampliar la mirada y construir la propia. Que sin decirnos todo nos propone el trabajo de construir nuestra propia interpretación del mundo leído y del mundo vivido. Y por si fuera poco, ese trabajo –ese tremendo trabajo intelectual que es el placer de la lectura y de la conquista del significado– está envuelto en la seducción de la historia, en la conmovedora saga de un personaje, en la bella oscuridad de un poema, en las ganas de saber qué pasa al final y de seguir leyendo.
Con quién: un buen lector, un buceador o también alguien que esté aprendiendo a nadar, que tenga ganas de buscar, que tenga preguntas.
También se puede ser un autodidacta. En una biblioteca abierta, en una casa con tiempo libre, en una feria para leer más que para vender, en un aula sin consignas de lectura.
En cualquier parte y en todo momento es posible leer, ¿o hay que buscar un lugar o un momento especial para escuchar música o para jugar? Los adolescentes son especialistas en encontrar lugar y espacio para escuchar música y los chicos para jugar.
Cuando leer es un asunto personal e importante los lectores no esperan a que los inviten o que les den la oportunidad, que suene el timbre, andan con su libro o buscando uno y se ponen a leer llueva o truene. Si hemos llegado a eso, ya está. Dejémoslo leer sin preguntarle nada. Puede entrar al río por donde quiera, nadar en superficie, cruzar el río o volver a mitad de camino, aventurarse a las profundidades y volver con un enigma entre las manos.

ACERCA DE LA FERIA

“Pero aunque nos moleste el contraste entre el mundo íntimo de la lectura y estas exultantes romerías, nosotros saludamos con simpatía cualquier libresco amontonamiento”. Alejandro Dolina, “La Feria del Libro en Flores” en Crónicas del Angel Gris. Bs. As., Ediciones de la Urraca, 1988.
Días atrás terminó la 17ª Feria del Libro Infantil y Juvenil. El Centro Municipal de Exposiciones de la ciudad de Buenos Aires estuvo repleto de madres e hijos, abuelos y nietas, tías y sobrinos, maestros y alumnos. ¿Qué hacían allí? Algunos compraban libros, muchos miraban libros y preguntaban precios, otros intentaban conocer a un escritor, la mayoría deambulaba entre pasillos atestados tratando de encontrar un lugar y de hacerse oír entre los ruidos de la Feria. Otros buscaban a sus parientes perdidos. Lo que nadie hacía era leer.
En la Feria había editoriales con bellos, bellísimos libros a más de 40 pesos, había libros de escritores magníficos, todos a más de 15 pesos y había también a menos de 10 y a menos de 5. Esos que ya están en todas las escuelas y en todas las bibliotecas. Ya no puedo decir que los libros para chicos sean baratos (casi no hay bajadas libres al río y el canal de riego está prohibido).
Además de stands de libros había otras ofertas, muchas y variadas, de educación, simulación de vuelo, internet, plástica, talleres de instrumentos musicales, de química, de títeres. Quioscos de helados en la puerta y panchos en la vereda. Malabaristas, narradores, bailarines, actores, titiriteros, músicos en el hall central y en las salas cerradas.
En el programa de la Feria no figuraba ‘ninguna’ actividad que implicara la lectura. Es decir, una persona con un libro en la mano leyendo para sí o para otros y comentando entre todos un libro.
Libros había, muchos. Lectura no.

ACERCA DEL INVENTARIO

“Mucho he meditado, sola y en compañía, acerca de esta absurda situación: chicos y maestros que necesitan libros y montones de libros que no pueden ser usados.
¿Qué hacer?
Yo tengo algunas ideas.
* Dirigirse a quien corresponda –yo me ofrezco– para que los libros queden fuera del inventario.
* Abrir las bibliotecas inventariadas de par en par, acabar con los monstruos y, en un acto público, repartir en préstamo los libros, todos los libros, a los chicos que los pidan. ¿Y eso cómo? Apelando a la desobediencia debida.
¿Qué puede ocurrir si un director se anima a hacer esto? ¿Y si son diez, cien, quinientos? ¿Los van a sumariar? ¿Por prestar libros a los chicos? Bueno….
Si es así, habrá que arriesgarse. Por los chicos. Por los libros”.
Graciela Cabal, La emoción más antigua. Bs. As., Ed. Sudamericana, 2001.

ACERCA DE LA OCASION

 “Y la escuela es la gran ocasión, ¿quién lo duda? La escuela puede desempeñar el mejor papel en esta puesta en escena de la actitud de lectura, que incluye, entre otras cosas, un tomarse el tiempo para mirar el mundo, una aceptación de ‘lo que no se entiende’ y, sobre todo, un ánimo constructor, hecho de confianza y arrojo, para buscar indicios y construir sentidos (aun cuando sean sentidos efímeros y provisorios). Si la escuela aceptara expresamente –institucionalmente– ese papel de auspicio, estímulo y compañía, las consecuencias sociales serían extraordinarias”. Graciela Montes, La gran ocasión. La escuela como sociedad de lectura. Plan Nacional de Lectura, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, 2006.

(*) Docente de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNC-Cipolletti e integrante del Cepropalij (Centro propagación patagónico de literatura infantil y juvenil).

 

   
FABIOLA ETCHEMAITE (*)
 Especial para “Río Negro”
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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