| í, Fidel es mortal, pero eso hay que comprobarlo... Lo dijo una noche de diciembre del 87 a “Río Negro” quien se definía como “El Rey del Mojito”, un alegre barman del Hotel Riviera de La Habana. Y ahora, va llegando el tiempo de comprobarlo. Hace 47 años que Fidel está omnipresente en los pliegues y repliegues de la vida cotidiana de los cubanos. Quizá no en los términos del Gaspar Rodríguez de Francia que inmortaliza Roa Bastos en “Yo, el Supremo”. Fidel no controla personalmente la correspondencia de cada uno de los cubanos. Pero el comandante está. Quizá no detrás de los postigos como aquel dictador paraguayo, pero está. Como el dictador Francisco Franco durante años para millones de españoles. En acción u omisión, “El caudillo” estaba. Uno y otro mandaron desde cierta ósmosis instalada en el inconsciente colectivo de ambos países. Franco, desde la “España eterna y única”. Fidel, desde los ríos iniciáticos de derroches de emoción generados por la “Revolución cubana”. Uno, Franco, tomó el poder y no disimuló: fue dictador desde el vamos. Fidel, en cambio, demoró dos años en asumir esa condición. Aquel se fue entregando una España impregnada de desarrollo económico. Y así allanó, casi sin quererlo, el trayecto hacia la democracia. Fidel, en cambio, dejará una isla cargada de dificultades en el campo económico. Y es una aventura intelectual predecir, desde este hoy, como será el sistema político que lo sobreviva. Durante años fue tabú en Cuba hablar del final de Fidel. –Como si al no hacerlo se eliminará el problema –sentencia el español Manuel Vicent. Hablar de la finitud de Fidel orillaba ser acusado de agente de la CIA. Escribe Vicent: “Dictador iracundo para unos, líder del Tercer Mundo y revolucionario sincero para otros, desde que asumió el poder en 1959 –y aun antes, desde los tiempos de la lucha armada en Sierra Maestra– Fidel ha gobernado a golpe de discursos y creando entornos a su medida, guiándose básicamente por su intuición, entendida ésta al modo guerrillero, muerde y huye, que le ha permitido convertir en victorias no pocos reveses políticos y encontrar siempre nuevos aliados”. Pero ahora Fidel está en curso de pleno repliegue. Es posible que asuma una vez más sus cargos. Será un acto de utilería. En los hechos, comienza su final. ¿También el del sistema que modeló y timoneó? –No habrá shopping mañana ni pasado, pero la tuerca de la historia dará otra vuelta –acaba de declarar un hombre que, en relación a Fidel, sólo depara desprecio: Mark Falcoff. Ultraconservador y americano. En un libro en el que abrevan todas las cancillerías del continente, “Cuba a la mañana siguiente: Confrontando el legado de Castro”, Falcoff sostiene que es muy complejo definir por dónde irá la política cubana cuando Fidel no tenga el poder. Luego abona un diagnóstico de ese cuadro de situación: • No habrá ingobernabilidad ni el poder que suceda a Fidel entrará en colapso como para fraccionarse, dispersarse y degenerar en violencia. • “No habrá crisis de sucesión”, sostiene Falcoff. Y fundamenta el juicio en la gravitación que en ese camino, “tendrá un poder que hoy nadie computa como decisivo para organizar la Cuba sin Fidel: el poder militar”. Para Falcoff es el reaseguro del sistema en lo inmediato y en un largo plazo: “Con Castro, los militares están al costado. Sin él, ese costado no existirá: será el centro”. • Sin mayores consideraciones, Falcoff desliza incluso una advertencia a la oposición cubana que anida en los Estados Unidos. Les lima los sueños “que probablemente nunca podrán verse realizados: regresar a casa, de ambas maneras, física y espiritualmente, reivindicar su oposición a la Revolución, exigir la venganza sobre aquellos bajo cuyo gobierno ellos y sus familias sufrieron enormemente y fusionar la Cuba de la isla con la Cuba de la diáspora”. Y en el mundo académico de los Estados Unidos –influyente a la hora de dotar de ideas a la política exterior– crece la convicción de que el régimen cubano tendrá su Deng Xiaoping. O sea, ya sin Fidel, la puesta en marcha de un proceso de acelerada apertura económica estimulado por la experiencia China post Mao. Aceptada esta posibilidad, todo es incertidumbre sobre los alcances de ese proceso en el sistema político cubano. En su interesante “Cuba, la isla de la globalización”, Jonathan Rosenberg (Edt. Sudamericana) señala que es complejo saber si en Cuba hay un Deng Xiaoping esperado una oportunidad. “Pero –acota– hay algunos elementos indicando que Cuba podría seguir el camino” de reformas implementadas en China. Los que siguen son algunos de los hechos con los que apoya su especulación: • Existencia de un número significativo de funcionarios bien posicionados que han desarrollado sus carreras adaptando a Cuba a una economía más abierta. Ninguno de estos se perfila como un sucesor único y carismático, pero han probado su capacidad para guiar y manejar los efectos de la economía doméstica vinculada con la globalización. • No estaría dentro de los planes de esa burocracia una intempestiva y completa transición a una economía de mercado ni tampoco a un sistema político abierto. • Los mecanismos represivos, incluyendo el ejército cubano, se han involucrado en la reforma económica. Los militares han recibido tierras para cultivar, venden los excedentes de su producción en el mercado libre y han establecido sus propias empresas en el sector turístico y en otras industrias. En fin, especulaciones sobre el destino de un régimen político que, como alguna vez lo dijo Ronald Reagan: “No tiene sustituto para Fidel”. Una carencia que es lo mejor que le puede pasar a Cuba. Vivir sin Fidel Muchos cubanos permanecen mudos desde que se enteraron de la grave situación de su presidente. En la noche el lunes sucedió algo que se temía desde hace tiempo pero que nadie terminaba de creer: Fidel Castro está tan enfermo que, a 13 días de su cumpleaños 80, debió traspasar el poder al vicepresidente, su hermano Raúl. La mayoría no ha vivido otro gobierno que el del omnipresente comandante, marcado por un fogoso estilo de liderazgo que se combina con la larga tradición de culto a la personalidad de los gobiernos comunistas y del caudillismo latinoamericano. Fidel está en todos lados. Cada mañana, miles esperan en los cruces y bajo los puentes de las carreteras de sus pueblos y ciudades a que llegue un eternamente atrasado medio de transporte público para que les lleve al trabajo, al colegio o al mercado. Allí, leen en gigantescos carteles sus consignas antiimperialistas y de defensa de la Revolución, sacadas de sus maratónicos discursos que escuchan en vivo, por televisión, radio o el eterno “Granma”, diario oficial. Si el líder de la Revolución es un personaje histórico para muchos en Latinoamérica, en la isla tiene características de mito: se lo ama, se lo odia o se lo teme, pero jamás se lo ignora. Muchos simplemente hablan de “él” cuando se refieren a Fidel. O si no quieren nombrarlo, llevan las manos a la cara, como si acariciaran una barba. Durante casi 50 años, ha estado al frente del único país comunista del hemisferio occidental. Ha guiado a la isla en su eterna lucha contra Estados Unidos, sobrevivido a la caída de la URSS en los 80 y encabezado la tibia apertura económica en los 90. Es visto como el gran garante y gestor de los planes educativos, médicos y asistenciales que ayudan a la mayoría de la población a soportar una difícil situación económica y social. Más allá del destino personal del comandante, todos sienten que comienza una nueva época, un período de transición, en el que podría haber grandes cambios. Pero nadie tiene claro de qué tipo ni en qué rumbo. “Estamos muy preocupados”, dijo Víctor González en la ciudad de Cienfuegos, en una primera reacción tras escuchar la noticia junto con otros compatriotas en la televisión. “No estamos acostumbrados a estar sin él, nos ha liderado durante tanto tiempo...”. Muchos no encuentran motivos para alegrarse: los fieles al régimen están asustados porque tienen miedo de que llegue el final y los demás se sienten inseguros porque no saben si ha llegado realmente el ansiado momento de empezar una nueva era. “Todo seguirá igual como lo hizo él”, dice Angel Rodríguez, empleado en una estación de servicios en la sureña ciudad portuaria de Trinidad. “Nos va bien, pero debería haber cambios, ese es el sentido de las revoluciones”. Para el publicista Reinaldo Escobar, ahora comienza el “fidelismo”, que dominará Cuba cuando Fidel Castro haya muerto y sus seguidores más cercanos lleguen al poder. Oficialmente, el líder cubano sólo ha depositado el poder en manos de otro durante un tiempo y eso significa, en principio, que Fidel, que el 13 de agosto cumplirá 80 años, volverá una vez curado. “¿Queremos eso?”, se preguntan muchos en la mayor de las Antillas. |