| El 6 de abril de 1906, arribaron a la Argentina tres rusos con un mismo fin: la posibilidad de adquirir tierras directamente del Estado y constituirse en agricultores. Un poder firmado por casi 100 familias de un “shtetl” (villorrio) llamado Shimiatz en Bielorrusia, dado a Isaac Locev, avalaba esta empresa. Luego de viajar por algunas regiones del país, decidieron instalarse en el Alto Valle, ya que “donde hay agua hay vida”. En principio, se les negaron las tierras que estaban ubicadas al oeste del asentamiento Roca y que eran regadas en ese momento por el denominado canal de Los Milicos, que en aquella época finalizaba unos kilómetros al este del pueblo. Finalmente, el 25 de julio de 1906 y mediante un decreto del presidente José Figueroa Alcorta, les concesionaron 100 hectáreas por familia, a $ 2,50 la hectárea, pagaderos en 6 años. El problema de las tierras que estaban al este es que se hallaban sin mensura, y mientras se esperaba al agrimensor surgió un nuevo decreto a fines de ese mismo año, que elevó el precio de la hectárea a $ 32.50.
Con el fin de obtener las tierras, se adelantaron algunas tareas comunitariamente. Pero en septiembre de 1907, el gobierno decretó que las mismas pasaran a un valor de $ 50 cada una y que se debería constituir una asociación con un capital imposible de reunir por los interesados.
Finalmente, en 1908, los colonos rusos obtuvieron de “lástima” 50 hectáreas por familia, privilegiando solamente a aquellos que se hallaran en el sitio. Por lo tanto, todas las familias de Shimiatz quedaron fuera del proyecto.
Pero para acercarnos un poco más a la comprensión de la historia de la colonización judía en la Argentina, debemos primero ocuparnos de algunos sucesos que acontecieron con esa población en su lugar de origen, es decir, la Rusia zarista.
También analizar la política del gobierno argentino proclive a recibir colonos para sus miles de tierras conquistadas a los pueblos aborígenes en la Campaña del Desierto y, por último, los diversos hechos que llevaron a la concesión de tierra al este de la Colonia Roca, que dieron como resultado la conformación de la Colonia Rusa.
LA RUSIA DE LOS ZARES Entre los siglos XIII y XIV, diferentes corrientes de población judía fueron asentándose en la región de la gran Polonia. Las oleadas fueron llegando desde Europa central y occidental debido a persecuciones y masacres contra las comunidades en distintas oportunidades. A fines del siglo XVI, se produjo una gran huida de cosacos y campesinos que habían sido despojados de sus tierras por la avanzada polaca sobre el territorio que posteriormente sería Ucrania. Miles se refugiaron a orillas del río Don conformando un pueblo compuesto por estos refugiados, turco-tártaros y otros pueblos, que a la orden de un terrateniente polaco sublevado llamado Bogdan Jmielnicki, decidieron comenzar a recuperar las tierras ocupadas. Algunos judíos eran administradores de estas tierras y la cara visible de los males de estas tribus seminómadas. En 1648, dicha revuelta llegó hasta la misma Varsovia, asesinando a más de 100.000 judíos. A fines del siglo XVIII, la Gran Polonia comenzó a dividirse entre las grandes potencias. Desde la primera partición en 1772, Rusia sumó gran cantidad de judíos a los cuales se los destinó a una zona de residencia o “cherta”, en ruso. A medida que Moscú avanzaba hacia el oeste en distintas conquistas, tanto a Polonia como a Turquía en el sur, creció el número de judíos bajo su mando y continuó ampliando la “cherta” e inclusive envió adentro de estas zonas a muchos que se hallaban fuera de ellas. Tras la derrota de Napoléon en 1815, Rusia terminó de anexar Polonia, con unos 3.000.000 de judíos confinados en la zona de residencia. El zar Nicolás I (1825- 1855) mantuvo como política “rusificar” de cualquier modo a sus súbditos de otras nacionalidades. Para esto creó un servicio militar llamado cantonista, que obligó a miles de comunidades judías a enviar a los cuarteles a niños de 12 a 14 años. Los niños eran adoptados por familias cristiano-ortodoxas rusas, alejándolos de toda forma de judaísmo. El servicio militar era extensivo hasta los 40 años. Además, se puso en marcha un importante número de monasterios en la zona para bautizar a judíos, se exigió el uso obligatorio del idioma ruso y se prohibió la concurrencia a las sinagogas bajo pena de muerte. Su sucesor, Alejandro II (1855-1881), comenzó su reinado adoptando una serie de medidas liberales que repercutieron hasta las primeras décadas del siglo XX. Abolió el servicio cantonista y dio permiso de vivir fuera de la “cherta” para aquellos judíos que habían sufrido este tipo de enrolamiento, así como la posibilidad de educación para un número limitado en academias y escuelas. La más importante de estas medidas consistió en un “ucase” (decreto zarista) que permitió la liberación de miles de siervos de la nobleza terrateniente. El decreto buscaba dar mano de obra a los incipientes capitales occidentales que iban invirtiendo en el imperio. Miles de siervos huyeron hacia pueblos y ciudades, adonde vivían en la pobreza y comenzaron a competir con oficios que estaban en manos de judíos. En 1871 se produjo el primer “pogrom” (revuelta en masa contra un sector de la comunidad judía) en Odesa, una ciudad con un 25% de comunidad judía. Los desposeídos atacaron las barriadas pobres de los judíos con un saldo de decenas de propiedades incendiadas, personas gravemente heridas y violaciones. Estos movimientos comenzaron a ser temidos por el Estado. Y 10 años más tarde, el zar fue asesinado en un atentado atribuido a los “revolucionarios” y en especial a los judíos. En 1881 ascendió al trono Alejandro III, que aprovechó el descontento del pueblo e incitó a las masas a cometer “pogroms”. La solución zarista para hacer desaparecer al judaísmo ruso fue: 1/3 emigraría, 1/3 se convertiría por medio del bautismo y el último tercio moriría de hambre y por el vandalismo organizado del gobierno. Los actos se repitieron a diario en distintos poblados a lo largo de toda la zona con la consecuente huida en masa de miles de judíos, principalmente hacia Estados Unidos. Los de Moscú, fueron atados en cadenas y llevados cientos de kilómetros hacia la zona. Los que vivían en “shtetls” (villorrios judíos) y en áreas rurales fueron forzados a abandonarlas en cuestión de horas dirigiéndose en masa hacia las ciudades. Se permitió la creación de un movimiento antijudío conocido como las Centurias Negras, que organizó en parte las revueltas y cometió los hechos más aberrantes, precedente del nazismo alemán. ARGENTINA, LA IEVISH Y LOS JUDIOS RUSOS En este contexto, el gobierno argentino destinó agentes en Europa para que informaran sobre la situación de los judíos que huían del imperio ruso. Un buen número de asociaciones filantrópicas judías surgieron en Europa occidental con el objetivo de ayudar a quienes huían de las atrocidades. Algunos apoyaron la creación de centros educativos; otros, proyectos productivos. El alcance era tal que grandes aportes de este tipo se hicieron en Jerusalén y sus alrededores, entonces bajo el imperio turco-otomano. En 1889, unas cuarenta familias con deseos de cultivar la tierra y provenientes de Ucrania llegaron de manera independiente a las costas de Argentina. El terrateniente Pedro Palacios les ofreció tierras y ayuda para que se establecieran en Santa Fe. Sin embargo, no cumplió con lo pactado, abandonando a los colonos. Lowenthal, quien era un representante de una firma alemana en el país, describió la situación de estos colonos en la Aliance Israelite Universelle en París y uno de sus aportantes, el Barón Maurice de Hirsch, contrató a Lowenthal para que estudiara a la Argentina como posible país receptor de colonos judíos. Hirsch envió a otra persona a San Petersburgo con el fin de obtener el permiso de edificación de una extensa red de escuelas técnicas para la mayoría de judíos que vivían en condiciones de pobreza y miseria . Para tal fin ofreció una importante suma de capitales, pero rechazó la condición del gobierno del zar de que dicho capital fuera manejado por su gobierno. En 1891 se creó la Jewish Colonization Association (JCA) con un enorme capital para la época: 2 millones de libras esterlinas. Se adquirieron las primeras tierras en el partido de Carlos Casares en la provincia de Buenos Aires y las tierras de Palacios en Santa Fe pasaron a formar parte del plan colonizador. La empresa funcionaría mientras los colonos fueran cubriendo los empréstitos que la JCA iba otorgando y éstos harían posible la llegada de más inmigrantes desde Europa; pero desafortunadamente las plagas, el clima y en algunos casos el desaliento arruinaron a varias colonias. Como toda gran empresa, la política de la JCA fue mutando. En los primeros años de vida los colonos recibían el inventario. Este consistía, excluyendo el crédito de la tierra a pagar hasta en unos 25 años, los enseres de trabajo, entre otros implementos. Las oficinas de la JCA funcionaban en la capital argentina y en París, alejados de las colonias. Cada colonia tenía su administrador, que en muchos casos tuvieron serias controversias con los colonos, tanto que un grupo de Entre Ríos decidió viajar aguas abajo del río Uruguay hasta llegar a Buenos Aires y quejarse por los terribles tratos a los que se hallaban sometidos. A las colonias se las proveía en general de un salón de usos múltiples que servía de sinagoga y escuela, el hogar del administrador, un dispensario y un Mikve (baños rituales). Primeramente las viviendas se hallaban en los mismos campos; luego fueron conformando aldeas en algún sector de la colonia con el fin de evitar el aislamiento, a pesar de que en algunos casos las tierras se hallaban bastante alejadas del pequeño núcleo urbano. |