| Algo cambió. Ese artista, que a lo largo de su existencia no cesaba de pregonar que el arte sólo tenía la obligación de brindar placer, no parece el responsable de la muestra: “El dolor de Colombia en los ojos de Botero”. Pero lo es y la inigualable marca registrada de sus figuras humanas es testimonio de esto. Sus agraciados “gorditos” no transmiten en esta oportunidad ternura ni felicidad sino todo lo contrario e intentan retratar la realidad colombiana como espejos de la violencia que allí generan narcotraficantes, guerrillas y paramilitares. Es claro que algo cambió en Botero y sus palabras así lo atestiguan: “El arte debe dar placer. La mayor parte de las obras maestras de la pintura se hicieron sobre temas más bien amables. Hubo pocos artistas dedicados a temas dramáticos, como Matías Grunewald y Hans Baldung. A veces los temas dramáticos son un paréntesis en la producción de un artista, como ocurrió con Goya (los fusilamientos). Así que creo que es posible conjugar, pasar de un tema dramático a uno amable, siempre que el artista sea fiel a su estilo y siempre que su obra produzca placer estético”. Un placer que el pintor y escultor sabe como conferir a sus creaciones que han recorrido el planeta. Alguna vez su familia pensó que Fernando Botero quería ser torero y lo envío a una academia en su Medellín natal. Allí fue donde vendió su primer óleo a sólo dos pesos y también el momento en el que, tanto él como sus seres queridos, enfrentaron su pasión. Hoy, a los 72 años, es uno de los artistas de mayor reconocimiento a nivel mundial y una prueba de esto es la reciente venta de su obra “Los músicos” por 2,3 millones de dólares. Su impronta personal es hoy reconocible por el público en general, más allá de los especialistas en la materia. Corrió mucha agua bajo el puente desde aquel 1956 cuando el artista estaba instalado en México interesado por el arte precolombino. Atrás habían quedado su educación en Colombia y el posterior aprendizaje europeo. Ese año fue el momento clave, aquel en el que sus figuras comenzaron a “aumentar” su volumen. Estaba pintando la obra “Naturaleza muerta, con mandolina” cuando el hecho ocurrió: “Un día, estando completamente agotado, hice una pequeña marca en el centro de una mandolina que había dibujado…”. Ese círculo que el pintor había realizado para marcar la calidad sonora del instrumento, le dio al mismo la solidez que desembocaría en la afamada proporción “boteriana”. Como él mismo afirma: “Fue como atravesar una puerta para entrar a otro cuarto”. Un cuarto del que jamás saldría. Las proporciones algo exageradas de sus figuras comenzaron a desandar el mundo y a transmitir una mezcla de sensualidad y ternura poco comunes en el arte en general de esos tiempos, que recibía con aplausos a sus creativos abstractos y desdeñaba otras corrientes. Sin embargo, Botero, siempre confío en su estilo y, lenta pero gradualmente logró que fuera aceptado. La escultura surgió como una consecuencia lógica del “volumen” de sus pinturas lo que le permitió diversificar su producción y poblar plazas y espacios al aire libre de todo el mundo (incluida Buenas Aires) con sus “gorditos”. A pesar de esto, la denuncia social nunca emanó de sus intereses hasta esta muestra itinerante que está atravesando el planeta y que se puede visitar en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, integrada por 50 óleos y dibujos, hasta el 13 de agosto. Un cambio drástico en su arte que fue recibido entre ovaciones y críticas. Están aquellos que pregonan los valores estéticos de sus pinturas en las que no debió sacrificar su estilo ni ninguno de los recursos plásticos que habitualmente utiliza. Y también los que no encuentran relación alguna entre su imagen de artista “amable” y los acontecimientos que se relatan. Como si Botero hubiera sido más fiel a sus voluminosas y afables figuras humanas que a la violencia que intenta transmitir. Objeción que, más allá de las opiniones personales, no puede ser descartada ya que es un hecho tácito. Observar a estos seres que el mismo artista logró ubicar en el imaginario popular como referentes del placer y la felicidad en situaciones tan violentas tiene un cierto dejo de ambigüedad difícil de asimilar. Y, aunque él sigue aseverando que no pinta “gordos” sino sensualidad exuberante y que sus figuras literalmente engullen el espacio con el único objetivo de brindar el goce total, (lo que el arte sí o sí debe dar), esta vez, la experiencia es distinta. Hay muy poco placer en las imágenes violentas y en el sufrimiento de estos seres que parecían ser felices eternamente. “También soy víctima de Colombia”, dispara el artista en variados reportajes y uno no puede dejar de concluir que su obra, naturalmente, también lo es. Un paréntesis de dolor para el universo amable de sus figuras obesas que, aparte de sorprender, revela un interrogante: ¿es su estilo consecuente con el tópico? Mientras críticos y especialistas dirimen la cuestión, es trabajo del público reconocer si aún puede disfrutar del placer estético que tanto desea Botero o si la violencia lo abraza sin dejarlo escapar. Debate que tiene tantos puntos de vista como miradas que se interesen en recorrer la obra. |