| Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, no es un adicto al trabajo, pero tampoco sabe decir “no” a las tareas pendientes. Además, le apasiona la música, nunca se le dieron bien los deportes y, cuando los cardenales lo eligieron en el cónclave, ya tenía reservadas las próximas vacaciones con su hermano mayor, que tuvo que cancelar. Un indicio de que no pensaba en convertirse en jefe de la Iglesia católica. Así por lo menos lo ve el periodista y escritor alemán Peter Seewald, quien desde 1992 mantiene una estrecha relación con Ratzinger. Seewald escribió con el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dos libros entrevista, “La sal de la tierra” y “Dios y el mundo”, que en poco tiempo se convirtieron en grandes bestsellers con ediciones en una veintena de idiomas. Ahora acaba de publicar en Ediciones Palabra (Madrid) la edición española de su semblanza “Benedicto XVI. Una mirada cercana” y ya está por ultimar la preparación de un nuevo libro sobre el Papa. Seewald, que descubrió la fe a raíz de su contacto con Ratzinger, conversó con la agencia dpa en su casa en el centro de Munich acerca de cómo se ve al Papa de cerca. –Usted conoce a Ratzinger desde hace casi 15 años. ¿Qué ocurre cuando un hombre con el que se tiene trato desde hace tanto tiempo se convierte en Papa? ¿Se le sigue viendo de la misma manera? –Mi manera de verlo sí que ha cambiado en algo. Por una parte, la aureola del cargo es muy grande y te obliga a ver a la persona de manera diferente. Pero por otra, en el encuentro que he tenido ya con el nuevo Papa me he dado cuenta de que es el Joseph Ratzinger de siempre. Es encantador, adorable, atento y ha ganado un aura de alegría que muchos no conocían en él. –Se ha dicho a menudo que Ratzinger no quería ser Papa y él mismo expresaba desde hace años su deseo de retirarse. ¿Cree usted que está contento ahora con la decisión tomada? –No me atrevo a juzgar si es feliz o no, pero su alegría se puede ver claramente. Sin lugar a dudas, desde hace más de diez años quería retirarse del cargo de prefecto para dedicarse a su querida Teología, y después de la muerte de Juan Pablo II, antes del cónclave, estaba convencido de que por fin podría descansar. Pero no pudo ser. Después de la elección, él mismo dijo sentir cómo en cierto modo caía la guillotina sobre él. De todas maneras, hoy se puede ver que se dedica con todas sus fuerzas a su nueva tarea, y la amabilidad que emana muestra que lo hace también con amor. –¿Por qué habla el Papa en este contexto de “guillotina”? –Naturalmente ha tenido que renunciar a muchas cosas, sobre todo a la alegría de poder acabar su vida con la tranquilidad de una jubilación. Quería compartir gran parte de ese tiempo con su hermano Georg y en el momento de su elección ya tenían reservadas sus vacaciones. También quería escribir una cristología. –De Juan Pablo II se conocían muchos hobbies desde su juventud como el esquí o el teatro. ¿Qué hace Benedicto en su tiempo libre? –Ratzinger es algo diferente. Nunca fue adicto al trabajo, pero es alguien a quien le gusta mucho trabajar, que se carga de trabajo y a quien le resulta difícil decir “no” al trabajo. Como prefecto siempre se llevaba trabajo a las vacaciones, aunque se tomara tiempo para el café, pasear o hablar con la gente. El deporte nunca fue lo suyo, aunque le gusta el montañismo y pasear. También le gusta mucho la música, escucharla y tocar el piano. –En las semblanzas sobre él se dice a menudo que hay un Ratzinger liberal de tiempos del concilio y otro conservador, el cardenal prefecto. ¿Está usted de acuerdo con este esquema? –En absoluto. Sólo hay un Ratzinger y es muy raro encontrar a alguien como él que siempre siguió consecuentemente una misma línea. Como teólogo siempre estuvo con la Iglesia y no contra la Iglesia, pero su línea es moderna desde el principio. Se puede apreciar también ahora que es Papa. Ha quitado por ejemplo la tiara del escudo y la ha sustituido por una simple mitra de obispo. Tampoco quiere que lo besen en el anillo y ha introducido en el cargo una nueva colegialidad. –¿Y qué es en definitiva lo que persigue con dichos cambios? –Estos cambios concretos no son fundamentales, pero en el centro de su interés está el dar a conocer a Cristo de manera renovada. Benedicto sabe que no ha cambiado nada en la situación de crisis de la Iglesia y no se deja engañar por brotes de júbilo o gestos positivos en los medios. Sabe lo difícil que es presentar a las personas el Evangelio de manera que sientan el deseo de imitarlo. Para ello, trata de ir a la raíz y no ocupar a la gente con debates torturadores como el celibato o las sacerdotisas. Los problemas verdaderos de la Iglesia son la pérdida de la sustancia de la fe y que muchos no saben de qué hablan cuando hablan de Cristo. –El Papa dice a menudo que es necesaria una “purificación” de la fe. ¿Qué quiere decir con ello? –Que hay que apartar de la fe todo aquello que no tiene nada que ver con ella. El creer se ha convertido en algo muy complicado, en un inmenso conjunto de normas, por lo menos a los ojos de muchas personas. Hay que simplificarlo, pues el mensaje de Cristo es algo que deben poder entender todos. Para ello es necesario regresar a las verdades básicas de la fe. También es imprescindible establecer una relación personal con Dios. –¿Le sorprendió que su primera encíclica trate sobre el amor? –Sinceramente, sí. Creía que este Papa sería más político, pero ahora se ve que el componente político y social para él no ocupa un primer plano. Se concentra en el Evangelio, en Jesucristo, y su mensaje central es el amor. Muchos no lo hubieran creído capaz. Lo consideraban alguien sin corazón, a quien le falta humanidad, pero justo alguien así va y en su primer mensaje como Papa dice que el amor es algo que debe dominar sobre el resto y que, si perdemos el mayor regalo de Dios a las personas, perdemos nuestra humanidad. |