Número de Visitas Agréguenos a Favoritos 
TITULOS SECCIONES SUPLEMENTOS OPINION CLASIFICADOS SERVICIOS NUESTRO DIARIO PRODUCTOS
  podio
RURAL
DEBATES
GUIA OCIO
eH! HOGAR
Espectáculos
ECONOMICO
CULTURAL
ENERGIA
 
Domingo 25 de Junio de 2006
 
 
 
>>EDiciones ANTERIORES
   
  Golpe a Illia
  Y aquella mañana, a Illia sólo lo acompañaban pibes radicales

La soledad que rodeó hace 40 años el derrocamiento del presidente Illia define claramente la escasa voluntad que, al menos en aquel presente, tenía la sociedad argentina para avanzar hacia un sistema político que, fundado en la democracia plena, integrase al conjunto del país con miras a un mejor futuro.

 
 

Click para ampliar

Doctor, las Fuerzas Armadas se han hecho cargo del gobierno. Vengo a solicitarle que abandone la Casa de Gobierno reiteró el general Julio Alsogaray.

Arturo Illia redobló su desprecio con el militar con sólo no mirarlo y seguir en la suya.

Usted le dijo a Alsogaray no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted además es un usurpador que se vale de la fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra la misma Constitución y la Ley. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos que, como bandidos, aparecen de madrugada.

Alsogaray y los coroneles que los acompañaban Prémoli y Perlingercomenzaron a sentirse incómodos.

La tensión, en un despacho presidencial con larga historia de tensiones, trepaba a niveles extremos.

Doctor, con el fin de evitar violencia lo invitó a dejar la Casa Rosada señaló el general.

¿De qué violencia me habla? respondió el presidente. La violencia la acaban de desatar ustedes en la República. Yo he predicado en todo el país la paz entre los argentinos, he asegurado en todo el país la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. El país les recriminará siempre esta usurpación y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar los hechos.

La tensión caminaba por las paredes.

¡Te vamos a matar a vos y a tus hijos, hijo de puta! cuentan que le gritó con vehemencia a Alsogaray la hija del presidente, Emma.

Lejos estaba Emma Illia de saber la suerte que correrían con los años los hijos del general. Uno de ellos, Carlos, sociólogo y miembro de Montoneros, cayó herido en Tucumán en febrero del '76. Los matarifes del general Bussi se encargaron de asesinarlo. El otro Julio, ex director del hoy desaparecido BPRN, también peronista, debió exiliarse tras el golpe del '76.

Emma Illia trató de acercarse al general. Los coroneles se lo impidieron. Los tres militares se retiraron.

Era madrugada.

Horas después, cansinamente, el presidente dejaría la Casa Rosada por la entrada de la calle Rivadavia. Rodeado sólo por un puñado de jóvenes radicales que se agrupaban a su alrededor y cantaban la marcha partidaria.

Brillaban por sus ausencia Ricardo Balbín y todo el Comité Nacional de la UCR. También los ministros.

Sólo los pibes recordaba sin enojos Illia en Viedma, ya a finales de su vida.

Y en la vereda de la Rosada, este hombre alto y muy canoso paró un taxi. Digno, se alejó.

Los pibes radicales cruzaron la Plaza de Mayo cantando el himno. Las fotos recuperan sus rostros cargados de emoción.

Amanecía aquel 28 de junio del '66.

El gobierno de Arturo Illia comenzaba a ser historia.

En un lugar del Gran Buenos Aires, otro general de precario funcionamiento neuronal, lo sucedería. Autoritario, enemigo del humor y la risa tal como el bibliotecario de "El Nombre de la Rosa" y, eso sí, hombre de comunión diaria. Se llamaba Juan Carlos Onganía.

"El país espera un Moisés, porque vislumbró la tierra prometida", había escrito días antes en "Primera Plana" uno de los mentores intelectuales del golpe: Mariano Grondona. Moisés era Onganía: "Ultima alternativa de orden y autoridad", rematará Grondona.

Restricción que acosó la presidencia de Illia desde la ilegitimidad en que se fundó cuando ganó las elecciones de octubre del '63 arañando el 24% de los votos.

Acierta James Neilson cuando sostiene que, entre 1955 y 1966, tanto gran parte de la sociedad argentina como el poder militar creyeron que para construir la democracia "era suficiente excluir a los peronistas del poder, cometido que comparaban con la prohibición del nazismo en algunos países cuyas credenciales democráticas eran impecables. Pero el peronismo no era nazismo y, de todos modos, había muchísimos más peronistas en la Argentina de aquellos años que nazis en la Alemania destrozada de la posguerra. Y aunque los peronistas no fueran demócratas auténticos, su hegemonía electoral era tal que, conforme con las reglas democráticas, eran los primeros con derecho a gobernar. El dilema no habría existido si el peronismo se hubiera desprestigiado a sí mismo, algo que estaba en vías de producirse cuando la rebelión militar de 1955 suspendió la evolución política del país".

Tan fue así, que otro hombre del antiperonismo, más duro pero que siempre dijo lo que pensó Alvaro Alsogaray, declaraba: "El golpe del '66 se dio para evitar que el justicialismo, con ese nombre o mimetizado en otro, ganara las elecciones parlamentarias del '67".

Precisamente en marzo del '65, bajo sello de Unión Popular, el justicialismo había ganado las elecciones para la renovación parcial del Parlamento.

En un acto digno, Illia había evitado todo intento de proscribir ese sello.

Era mucho para una gran parte de una Argentina insólitamente convencida de que la razón esencial de sus problemas tenía única causa: el peronismo.

Pero el peronismo quería más. Buscando consolidar espacios de poder, desde su esencia corporativa, autoritaria y violenta, a lo largo del mandato de Illia operó desde un "todo o nada".

El Plan de Lucha puesto en marcha por la CGT en 1965 mantuvo durante semanas tomados más de 10.000 establecimientos fabriles.

Y alteró los nervios del sistema.

Illia, con escaso respaldo partidario y un estilo de ejercicio del poder que se definía más por formas que por acción, vio desdibujada su imagen.

Estaba convencido de la existencia de un potencial sin embargo inexistente en amplios sectores de la sociedad argentina: virtudes de la democracia.

"Tal vez el gobierno de Illia fue el que menos motivos ofreció para su derrocamiento, no obstante concitó en su contra a los sectores más diversos: empresarios y obreros, estancieros e industriales, liberales y nacionalistas, peronistas y antiperonistas", recuerda Juan José Sebreli.

Y acota: "La sociedad estaba demasiado acostumbrada a la visión dramática de la política para apreciar valores como tolerancia y moderación, ridiculizados por los medios como muestras de debilidad. Además existía un consenso generalizado en contra del sistema liberal democrático de partidos y a favor de regímenes fuertes con tinte nacionalista".

Y la Argentina se prestará al golpe.

Punto de partida hacia un tiempo de sangre y más sangre.

 

   

CARLOS TORRENGO

debates@rionegro.com.ar

   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
Todos los derechos reservados Copyright 2006