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  Sábado 21 de Febrero de 2009  
 
 
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  A 180 años: Alcides D\'Orbigny por el Valle Inferior
 
 
 
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Solamente se autotituló "naturalista viajero", pero sus andanzas, investigaciones y estudios lo introdujeron en otros componentes de las ciencias naturales y cercanías: antropólogo, botánico, zoólogo, geólogo y hasta paleontólogo. Alcides D'Orbigny (Alcide, según su "Voyage" de 1844), también en otros escritos Alcide Charles Víctor Marie Dessalines d'Orbigny o D'Orbigny, nacido en Coveron (Loire, Francia) en 1802 y muerto en Saint Remis en 1857, tuvo la semilla y palmada hogareña para que en 1925 el famoso Museo de Historia Natural de París le encomendara una exploración por América del Sur. Jorge Cuvier y Alejandro von Humboldt le dieron el visto bueno y en su largo recorrido por América del Sur llegó al Valle Inferior del río Negro, donde permaneció desde los primeros días de enero de 1829 hasta agosto de aquel año residiendo principalmente en Carmen de Patagones, aunque también pasó unos días en San Blas, San Javier y la desembocadura del río Negro. D'Orbigny recorrió todo el litoral atlántico patagónico, pero en esta recordación lo hacemos de su escrito principal sobre su estadía en el Valle Inferior del río Negro.

Muchas páginas resultaron de la publicación del naturalista francés ("Voyage Dans L'Amérique Méridionale", 1844) que viajó al río Negro en el velero goleta "Convención". Forzado a resumir su actividad en esa zona, anotó "los numerosos restos de navíos que se veían" antes de llegar a la desembocadura del río Negro y "vimos pronto el mástil de señales del puesto de los pilotos, al norte del río", sin duda el llamado "Estacionario", hoy en jurisdicción bonaerense. Les costó vencer la "barra" del Negro, lo que les hizo opinar que "El Carmen es, en una palabra, el puerto más peligroso de toda la costa oriental de América Meridional".

Mientras ascendían por el Negro vio "estancias y chacras, donde, no sin placer, reconocí muchos de nuestros árboles frutales de Europa: cerezos, higueras, durazneros y sobre todo muchos manzanos"; en la margen sur, "gran número de ganados" y en las barrancas del norte (Patagones) "se veían agujeros practicados por excavaciones que fueron moradas de los primeros colonos españoles de esas comarcas".

El comandante Rodríguez lo alojó en el fuerte; allí conoció a caracterizados vecinos y se informó de la "guerra con los brasileños" dos años antes. Entrando en el motivo especial de su viaje, no podía dormir por la idea "de estar en un país nuevo para la ciencia" y luego, visitando "los arenales de atrás del fuerte", encontró "numerosos insectos que no había visto antes". En medio de zarzales "una hermosa especie de serpiente, adornada de los colores más vivos" y "también muchos pájaros que me parecieron nuevos". Observó campos sembrados con trigo y luego, siguiendo por la costa del río, llegó a la conocida "isla de Crespo", con "trigales o bosquecillos de durazneros, manzanos, higueras con una casita cubierta de tejas, de aspecto limpio y modesto", y regresó "sin haber matado ni un solo pájaro interesante". Luego cruzó en bote a la "Población del Sur" (Viedma), para visitar la inmediata "reunión de toldos, tiendas de cueros o tolderías, habitadas por los indios de la nación puelche; luego a otros, donde vivían únicamente los patagones o tehuelches". Tuvo contacto con algunos nativos que por medio del español le sirvieron para obtener información.

Visitó el "bañado", terreno aluvional donde se cultivaban legumbres "y donde hay numerosos vergeles". Entre zarzales descubrió "pequeños cobayos o chanchitos de la India de una variedad especial (Cavia australis). Participó en una velada en la casa del vecino Álvarez con un alemán que tocaba el piano y supo que los pianos maragatos eran producto de los corsarios que operaban en ese puerto. Con su criado francés que llevó desde Buenos Aires más cinco oficiales, siete marinos de nave anclada en San Blas y carretero, carreta, bueyes y caballos emprendió viaje hacia aquel paraje con, además, "un fusil de bandolera, un morral de cazador, un sable, dos pares de pistolas, una en el arzón, otra en la cintura y un gran cuchillo en su vaina que cruzaba el cinturón por detrás" (sic) al estilo gaucho. También poncho y sombrero de paja. La carreta era arrastrada por bueyes y ellos iban a caballo.

Para su inventario fueron apareciendo chañares y chinas (pequeños cantos rodados, porfídicos, basálticos y cuarzosos). Observó muchas maras en "tropillas de seis a ocho" y se divirtió con sus corridas -en su libro la describiría de manera especial-. "Vi lechuzas urucurea" (Strix Cunicularia) y parásito "caracara" (Polyborus vulgaris), agregaría. Apareció el "quirquincho" al que los nativos llamaban "pichi" (Dasypus minumus), "alimento muy delicado". El zorro no estuvo ausente. Llegaron a laguna Blanca. Comieron un tatu (peludo) asado: "manjar superior en delicadeza al lechón".

Llegaron a la "estancia de la bahía de San Blas" de Alfaro, lugar de alojamiento, pero las pulgas "impidieron tomar el descanso que tanto necesitaba". Se enteró por qué a un lugar lo llamaban "península de los jabalís" y vio "algunas perdices y muchos ciervos (ciervo guazi-ti de Azara) y muchos esqueletos de focas". La estancia tenía de "doce a quince negros esclavos". Visitó el velero "La Gaviota" anclado en el lugar, propiedad del francés Dautan apresado en abordaje. Entró en el brazo del mar y en los bordes halló "muchas conchillas acéfalas de lo más interesantes, caracoles y olivas vivientes" (Oliva puelchana y la Anatina patagónica). Aparecieron puntos geográficos que están presentes en la actualidad: Bahía de todos los Santos e islas de las Gamas y de los Chanchos, Larga y de los Arroyos. Almejas, ostras, cangrejos y conchillas ingresaron en su colección y en un islote "había un hornillo a medias elevado sobre el mar, construido por los marineros que, todos los años, van a pescar las focas". Uno de esos días se dedicó a "observar, dibujar y describir los animales recogidos en la víspera.

Los negros de la estancia le informaron sobre un posible ataque al Carmen por aborígenes encabezados por Pincheira, "oficial del partido español que se había unido a los indios chilenos"; halló "muchos pájaros interesantes" y descubrió "una colonia de vizcachas". Reunió otros insectos de "la familia de los melásomos" y le impresionaron "el gran número de restos de navíos de que está cubierta la costa" y "algunos esqueletos humanos diseminados por la playa".

Navegó por el "Riacho del Inglés" y tuvo noticias de la gran salina. Con boleadoras sus ayudantes cazaron "un puma de lo más hermoso, una mara y muchos tatus pichi". En la costa mataron focas y él, un macho: "Experimenté un instante de horror por esa carnicería sobre todo al recordar de qué coraje debí armarme para decidirme a matar a pobres animalitos casi indefensos, cuya dulce mirada parecía pedirme clemencia; mientras creía de mi deber matarlos en interés de la ciencia. Me los habían recomendado -agregaría- de una manera especial por faltar en el Museo de París" y a modo de justificación o disculpa diría: "Se debe perdonar al naturalista tener que mostrarse a menudo cruel por necesidad".

"La foca con trompa es conocida por los españoles con el nombre de elefante marino o lobo de aceite", diría. Hizo buena descripción de aquellos animales y al regreso estuvo en "una inmensa extensión de sal brillante", la famosa salina. El 12 de febrero de 1929 se despidió de San Blas.

En febrero de 1829 visitó las tolderías de la margen sur (actual Viedma), donde "había tres tolderías o reuniones distintas de tiendas: una de los puelches y patagones, ubicada cerca del caserío; una segunda, más alejada, donde vivían los aucas o araucanos, y una tercera, mucho más importante, de patagones o tehuelches, a las órdenes de un cacique llamado Churlakin.

A continuación desarrolló una estupenda narración sobre las tribus allí asentadas, sus costumbres, formas de vida, juegos, instrumentos musicales, creencias, tareas de hombres y mujeres, toldos y hasta dentaduras, caza, cabellos y caballos, armas, etcétera, en la que prevalecieron los tehuelches, los que después serían una de las partes principales de su "Voyage" de 1844.

Sin que nuestra opinión sea terminante en cuanto a lo que vio y escribió D'Orbigny sobre aquellos aborígenes, nos arriesgamos a expresar que no conocemos escrito tan valioso como el producido por el naturalista francés por aquellos años.

También visitó la salina de Andrés Paz: "marché por ribazos escarpados hasta el lugar donde los obreros han construido pequeñas cabañas; ese punto de embarque está a cinco leguas de Carmen. Al llegar vi diez a doce montones de sal que se trajeron de las salinas, cada uno de los cuales podía cargar un navío de cien toneladas". También la flora y fauna de la salina y una descripción de la misma y de los obreros que allí trabajaban formaron parte del documentado escrito, más las excavaciones que hizo, donde recogió "una serie de cristales de la mayor belleza" que después adornaron el Museo de París. En la costa marítima -en otra oportunidad- entre lobos marinos sus hombres "se dedicaron a moler a palos a unos y otras". Como los machos (león marino) no podían ser matados así, traté de cazarlos a tiros de fusil: herí a muchos inútilmente", confesaría.

Estuvo en las ensenadas de Ros y de los Loros y abatió a un cóndor (o buitre de plumaje negro), también para el museo parisiense. Examinó la "composición geológica de esas inmensas barrancas perpendiculares que bordean el mar", recogió "magníficas ostras fósiles" y halló "en las capas más inferiores diversos esqueletos de mamíferos". Y algo siempre presente en esa zona: "Muchos desmoronamientos recientes revelaban que en tiempo de lluvias sería imprudente pasar por el pie de las barrancas, porque entonces deben desprenderse a menudo pedazos enteros". Encontró "algunos animales marinos en los charquitos de agua, entre otros un crustáceo muy próximo a los tribolitas, que pertenece a la animalización más antigua de las capas de que se compone la corteza terrestre... animal perdido, uno de los más antiguos de nuestro suelo; era el primer caso que se me presentaba hasta entonces". Halló gobias y ostras fósiles y en "las capas superiores esqueletos de mamíferos". La cosecha era abundante al punto de expresar: "Estaba cargado de fósiles y de muestras geológicas".

Visitó el matadero y saladero de Álvarez, del cual hizo una "descripción detallada" que omitimos. También estuvo en San Javier y ante el inminente ataque aborigen comandado por Pincheira se vio "obligado a desempeñar las funciones de soldado, en vez de las de naturalista", siendo "designado para comandar una de las patrullas que debía recorrer los alrededores, en medio de las malezas". El malón se hizo presente y la tenaz resistencia también: "el jefe fue alcanzado. Hizo sonar la trompeta de retirada; todos los indios obedecieron y, en un instante, no quedaron en el campo de batalla más que caballos muertos, sangre y muchas lanzas abandonadas, el puñal (lo llevó a Francia) y el sombrero del cacique Mulato".

Con aquel inesperado final terminó la visita del naturalista francés Alcides D'Orbigny, autor de "El hombre americano", al Valle Inferior del río Negro, hace 180 años.

 

HÉCTOR PÉREZ MORANDO (*)

(*) Periodista. Investigador de historia patagónica

Bibliografía y fuentes principales: D'Orbigny, A.: "Voyage", París, 1844, trad. 1945; Revista "Argentina Austral", T. 2, 1984; Bierzychudek, A.: "Historia", 1979; Albarracín Millán, J.: "Una visión", 2002; Suárez, M.: "Hipótesis" (Correo del Sur), Bolivia, 2002; Giachino, A.: "Breve biografía", 1993; archivo del diario "Río Negro", Biblioteca Patagónica y otros.

   
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