-Dígame Cortázar, ¿por qué escribe?

-Dígame usted, ¿por qué respira?

-¿Qué es para usted la novela como género y cuáles son sus exigencias básicas?

-Está bien que haya empleado la palabra "género", porque se la voy a demoler. No creo más en los géneros. Me da la impresión de que ahora hablamos de razones de método, justamente por ese racionalismo occidental, de novelas. Pero en realidad los productos, los libros que estamos leyendo todos los días, tienen ya una plasticidad, una abertura tan grande en todas las direcciones... Hay novelas que son poemas, hay poemas que son novelas, hay novelas que son collages; Miguel Barnet escribe en Cuba un largo texto diciendo algo así como que la novela tradicional está muerta, que lo que vale es la novela testimonio. Sigo creyendo que la novela es un gran baúl, es una posibilidad de expresar una multiplicidad de contenidos con una libertad enorme, porque en realidad la novela no tiene leyes, como no sea la de impedir que la ley de la gravedad actúe y el libro se le caiga de las manos al lector. Pero, aparte de eso, se terminó: no hay más retóricas de la novela. En ese sentido, es un instrumento precioso porque, en manos del creador, da infinitas posibilidades.

-¿Qué relaciones guardan la realidad real y la realidad ficticia, verbalizada?

-En mi caso tengo una relación bélica con la realidad: es una especie de batalla, una batalla fraternal, porque yo soy muy realista en el sentido de que la realidad me apasiona. Estoy muy contento de estar vivo, quisiera vivir mucho; estoy muy contento de ser un hombre y de que no me haya tocado ser un lagarto o una gallina. Porque eso forma parte de la literatura fantástica, esa suerte increíble que tenemos usted y yo de ser hombres y no esa mosca que se está paseando por allí, que es también un hecho biológico. ¿No me va a decir usted a mí que eso no es absolutamente fantástico, no?

(Julio Cortázar en "Cosas de escritores", Ernesto González Bermejo; Biblioteca de Marcha, Uruguay, 1971, págs. 128 y 129)