Es una de las especies únicas en el mundo que tiene, como otras, su hábitat restringido en la meseta de Somuncura y está incluida entre las especies vulnerables, al igual que la "mojarrita desnuda", pero la historia de su descubrimiento es apasionante.
El geólogo Oscar V. Reverberi cuenta que "En la primavera de 1963 recorría el sur de Río Negro, las veranadas de la estancia de un señor de apellido Asconapé, residente en la localidad de Valcheta. Más por curiosidad que por necesidades de trabajo, me propuse ascender al borde del cráter del cerro Corona que, desde sus 2.000 metros de altitud, fue uno de los volcanes que eructaron las lavas básicas que cubriendo los sedimentos terciarios dieron lugar a la costa rocosa que delimita la superficie de la meseta de Somuncura".
Continúa su ameno relato contando que "me aproximaba al centro de esa inmensa mesada de basalto por una precaria huella apenas usada por los ovejeros que durante el verano conducen majadas a pastar a tales alturas cuando me detuve al pasar al borde de unas lagunas temporarias remanentes del agua del deshielo.
"En la orilla de uno de esos espejos observé renacuajos asoleándose con el sol de la media tarde. El tamaño de las larvas me llevó a pensar que por alguna necesidad extrema esos animalitos podían suplir eventuales sardinas o mojarras como dieta de subsistencia en ese desierto carente de cualquier otra ocurrencia alimenticia. Ocupado en la investigación geoquímica de regiones aledañas a los bordes de esa meseta nunca más tuve necesidad de volver a subir nuevamente a esos alejados parajes".
Continúa diciendo que "un año más tarde recibí el anuncio de la posible visita a Valcheta de un conocido biólogo italiano que una semana después llegó a la localidad para conocer mi laboratorio de campaña y conversar sobre mi experiencia en la zona.
"En sus viajes por la Patagonia el herpetólogo italiano José M. Cei intentaba localizar posibles relictos habitados por estos pequeños batracios telmatóbidos cuyos fósiles ya se conocían en la Patagonia desde el Oligoceno. Charlábamos sobre su hipótesis cuando le pedí mayores detalles sobre las características de dichos sapitos: destacó, entre otras cosas, el considerable tamaño de sus larvas a pesar de que en estado adulto los animales apenas alcanzan de tres a cuatro centímetros de tamaño. Lo más significativo era el hecho de vivir en estas condiciones climáticas extremas. Le expresé al profesor que había tenido suerte: había dado con el guía adecuado ya que personalmente conocía a esos renacuajos por haberlos visto a más de 1.200 metros de altura en estos 40º de latitud sur, parámetros que definían como extremas sus condiciones de vida.
"La época era adecuada. Al día siguiente subimos a la meseta y tanto en la base de la barda basáltica como luego en lagunas de la veranada tuvimos la suerte de encontrar los ejemplares necesarios para completar su hipótesis científica". Finaliza Reverberi su relato sintetizando que "el doctor José M. Cei publicó en Washington su hallazgo científico en el volumen 3 del Journal of Herpetology. Las nuevas especies se bautizaron como Telmatobius somuncurensis, por la región del hallazgo, y la otra, como Telmatobius reverberii, como latinización del apellido de quien contribuyó a su descubrimiento".
Reverberi finaliza su emocionado relato considerando que uno de los mayores privilegios de su vida fue haber patrocinado una nueva especie animal, ¡una nueva especie de batracio hasta hoy totalmente desconocida!
JORGE CASTAÑEDA