Del relato "Bernardina" del libro "Turistas":
(...)
Rosa me vistió lo más bien y me dijo:
Vamos a la confitería.
Y como a dos cuadras, ella tenía dos confiterías "La Hildita" y "Chantilly". Yo ya había bichado las dos y en la Chantilly toda la gente era fina, con unas sillas altas, muy derechos, muy nariz parada, y la gente que no mira para ningún lado, como si llevaran las anteojeras, no se les puede tomar el punto. Porque si te hacen un payé, después se puede desempayar, pero esto ¿cómo viene a ser? Y la Rosa quiso entrar a la Chantilly. Yo le dije:
No, no me hallo.
Nos fuimos a "La Hildita" y Rosa estaba contrariada por demás, porque ella era experta en las dos confiterías. Nos trajeron el café en una taza chiquita, como para el bebé y yo dije:
¡Qué taza chiquita!
Se llama pocillo y vas aprendiendo unas cosas. Acá no digas compadre ni comadre, ni hermano a nadie. ¿Cómo vas a decir "hermanito" al mozo? Acá te contestan "Hermano de tu abuela".
Y así siempre adoctrinando, que yo ya no decía "Esta boca es la mía".
Y no limpies la mesa, que la limpia el mozo.
Ni esta boca es la mía ni esta mano es la mía.
Y con un revoleo de las manos le llamó al mozo, que él la entendía a ella; el mozo le trajo el diario, ella no le pidió. Más después con otro revolido apuntó al pocillo y el mozo trajo otros cafeces para enanitos. Abrió el diario y entró a leer. Eso sí, ella lee sin ningún entorpecimiento y leyó para mí:
Mirá Bernardina, ¿querés una pareja? "Contamos con quinientas maravillosas personas de quince a setenta años, que quieren conocerte".
¿A mí? ¿Para qué quiero quinientas personas?
Por favor, es un decir.
Yo ya soy casada. Ya demasiado casada estuve.
Yo no soy muy ardiente del cuerpo, y repliqué:
Casate vos, che, que nunca te has casado.
¿Para qué? ¿Para lavar ropa sin la paga?
Y de vuelta me pareció la mujer-tiniebla. Yo estaba pegada a la ventana, pasaba mucha gente por la calle, esa cantidá de gente me mareaba. Y me venían a la cabeza mi casa, los chicos y también mi marido; él se ponía jodido con el viento norte, las veces estaba bueno.
Yo si me caso -dijo la Rosa- me caso con extranjero.
El papá siempre decía "Y ustedes no me hablan con los extranjeros".
Solían estar los alemanes, rubios de ojos celestes, y una vecina decía que una chica se recostó abajo del timbó con un alemán, sin hacer ninguna cosa, sin tener trato, la chica quedó preñada. Eso le relaté a la Rosa y me dijo:
¡Por favor!