MONTEVIDEO.- El capitán de navío Hans Langsdorff (1894-1939) sirvió al nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, intervino en la Guerra Civil Española y hundió buques mercantes ingleses, pero nunca pudo desprenderse de su profunda formación religiosa y llegó a ser considerado "un caballero" por los enemigos de entonces.
Esa conducta de quien fue comandante del acorazado "Graf Spee", buque insignia de la marina nazi, "es algo medio anacrónico" y por eso llamativo, según el investigador alemán Thomas Schmid, que escribió el guión para un documental que dirige el realizador Martín Papirowski y que se rueda en este invierno austral en Montevideo y Buenos Aires.
Fue en estas dos ciudades sudamericanas donde transcurrieron los últimos días del marino que se suicidó en Buenos Aires luego de hacer volar el "Graf Spee" y de asegurarse de que la mayor parte de su tripulación estuviera a salvo en ellas.
"Sus superiores le ordenaron que enfrentara a los ingleses, que perdiera si tenía que perder y se hundiera con todos. En esas expectativas estaban implícitas su muerte y la de toda la tripulación", recordó Schmid en declaraciones a DPA en Montevideo.
Pero "contra eso primaron sus valores morales. Nunca se olvidó de que su objetivo principal era salvar la vida de sus subordinados", acotó Papirowski. Langsdorff "sabía qué se esperaba de él". "Había expectativas sobre la actitud de combate que asumiría" ante los ingleses, que lo habían sorprendido frente a las costas uruguayas mientras navegaba hacia el sur a fines de diciembre de 1939 y habían matado a 39 de sus hombres.
No solamente desobedeció las órdenes superiores y traicionó los códigos militares sino que lo hizo en contra de sus propias convicciones religiosas. Su debilidad fue quitarse la vida; siendo cristiano creyente, priorizó la de unos mil hombres.
En vez de hundirse él con el barco, hundió el "Graf Spee", dejó a la tripulación a salvo y después se pegó un tiro en un hotel de Buenos Aires.
El suicidio significó una "carga de conciencia muy pesada" para aquel hombre, entonces de 45 años, porque para los cristianos "es un pecado suicidarse". Era protestante y pensó: "Mi Dios me va a entender". "Se mató con la seguridad de que sería perdonado por Dios", recuerdan Schmid y Papirowski.
Langsdorff había nacido en Bergen -capital de Rügen, la isla más grande de la fría región del Mar Báltico-, hijo de Ludwig Langsdorff y Elizabeth Steinmetz, practicantes de la doctrina de Martín Lutero, el reformador protestante alemán del siglo XVI.
Cultivó los sentimientos humanos inculcados por sus padres, quienes pretendían para él un futuro en la Justicia, como el padre, o en la religión. Pero el joven también sentía una fuerte inclinación por el mar, vocación que se potenció cuando la familia se mudó a Düsseldorf y el destino los llevó a tener como vecinos a la familia del conde Maxilimian von Spee, de gran protagonismo en batallas navales de la Primera Guerra Mundial.
Otro de los elementos que marcaron al oficial alemán fue la Conferencia de las Armadas, realizada en Ginebra en 1936, donde se abordó el tema de la "humanización de la guerra en el mar", doctrina que despertó su interés y que intentó luego llevar a la práctica, reforzada por su formación religiosa.
"¿Por qué estuvo entonces al servicio del nazismo?", se preguntan Schmid y Papirowski. Y en base a la investigación que realizaron elaboraron una explicación: "Quería ser cura, pero también era un marino de vocación, un hombre de mar que llegó a altos cargos. Era apolítico y amaba su oficio".
Los dos investigadores y realizadores alemanes consideran que "de alguna manera era un ejemplo, un apasionado por su profesión que al mismo tiempo nunca se olvidó de que tenía como prioridad salvaguardar la vida humana. Un principio que siempre mantuvo. Trabajaba para un régimen pero no dudó cuando tuvo que elegir entre el honor militar, la gloria y la vida de sus subordinados".
La historia recoge dos hechos que refuerzan el perfil humano de Hans Langsdorff: un capitán mercante inglés llevó una corona de flores al sepelio del oficial alemán en nombre de "los capitanes mercantes ingleses" y el capitán inglés Patrick Dove, que había sido su prisionero, escribió un libro sobre su experiencia con el elocuente título de "Fui prisionero de un caballero".
(DPA)