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-Cuando estás por iniciar una columna, ¿tienes algún tipo de restricción personal, de pauta o de frontera crítica que sabes que no pasarás? Me refiero a que tal vez haya un punto en que digas "No, esto sería demasiado fuerte". O tal vez no.
-Yo tengo una ética personal, un compromiso conmigo misma que tiene que ver con la acción y no con el humor. No me interesa ser diplomática, ni políticamente correcta ni amistosa. Tampoco me interesa si mi humor es hiriente. Pero me importa mucho para quién trabajo, en qué condiciones y cómo esas elecciones afectan a mis colegas, para darte un ejemplo. Yo jamás escribo para medios que no me cierran y tampoco escribo gratis. En ningún caso. Aunque directamente me convenga. Un columnista que trabaja gratis le está dando la posibilidad al diario de no pagarle a él ni a todos sus colegas. ¿Qué queda, entonces, para un pasante? Si todos los colaboradores se negaran a escribir en esas condiciones, el medio en cuestión no tendría más remedio que pagar. Y pagar bien por el trabajo intelectual de otra persona.
-He leído que construyes tus personajes a partir de exageraciones de modelos humanos; sin embargo, cada vez que leo tus columnas encuentro personas reales cargando con problemas reales que son e-xac-ta-men-te como las describes. ¿A veces no te sientes una creadora rodeada de sus creaciones parlantes?
-Cuando digo que exagero, me refiero a que la gente real es más gris, mixta, por decirlo de alguna forma. Nadie tiene todas esas anomalías juntas. Pero siempre están basadas en la realidad. La gracia es justamente ésa: encontrar el patrón oculto en un tipo específico de comportamiento, descubrir por qué las mujeres que cierran el paquete de yerba con un broche son las mismas que usan doble bolsita de residuos en el tacho de basura. O probar que las nenas de cuatro años que se perdían en la playa
hoy son las mismas que buscan llamar desesperadamente la atención en la oficina. Encontrar ese gesto que las define es mi vida. No como un chiste, sino como forma de reorganizar el mundo, como una excusa para escribir, que es lo que más me divierte en el mundo.
-¿Eres la representante de una nueva generación de mujeres escritoras que están usando nuevos recursos y medios para expresarse o sólo es Carolina Aguirre haciendo lo suyo?
-Yo no me siento parte de un grupo de mujeres, aunque a veces me siento conectada, de alguna forma, con algunos colegas. El género es indistinto. Siento que se están tirando abajo las medianeras de las profesiones, que internet está tirando abajo esas medianeras, que ahora hay escritores que saben administrar un blog y diseñar la plantilla, periodistas que hacen podcasts, artistas plásticos que trabajan con Photoshop. Ya nadie es "escritor", ahora hay gente que escribe y es, al mismo tiempo, blogger, periodista, columnista, crítico de libros, investigador... Me parece más interesante definir a la gente por lo que hace (escribe) que por lo que es (escritor). Después de todo, uno es sus acciones y no sus palabras.
-¿Te imaginas cómo sería un manual de autoayuda escrito por ti?
-Una bomba pesimista llena de estereotipos exagerados y chistes crueles. Si alguien se puede ver beneficiado por lo que yo escribo será únicamente mediante el shock y la crisis. No hay aliento ni contención en mis palabras. No me interesa. Ser bueno es aburridísimo.
-¿Escribes enojada o riéndote de tus caracterizaciones?
-Escribir enojada es algo que me gusta mucho. A diferencia de lo que creen los lectores, yo soy muy graciosa cuando me enojo. No grito; al contrario: empiezo a hablar rapidísimo, sacada, y uso hipérboles fatalistas que siempre están relacionadas con la muerte. Además, escribir enojado es estar en contacto con la fuente de inspiración, si es que algo tan pavo como la inspiración existe.
-¿Cómo se han comportado los hombres que en el último tiempo han tratado de conquistarte?
-Yo estoy en pareja desde hace mucho tiempo, así que casi no me acuerdo de cómo era un ritual de conquista. Ahora recibo algunos mails pidiéndome citas o avisándome que están disponibles si yo decido dejar a mi marido. Deben ser adictos al rechazo, de otra forma no me lo explico. Pero es verdad que escribir en internet alimenta mucho las fantasías de los lectores. La gente a veces cree que se enamora. A mí me parece halagador, pero es un poco ridículo. Por otro lado, les recomiendo a las chicas solteras que se pongan un blog, que eviten hacerse las sensuales, porque es desesperado y desesperante para los que leen pero es una muy buena manera de conocer gente nueva.
-¿Y cómo has respondido a sus requerimientos amorosos?
-Me hago la interesante, obvio.
Textual
El mejor lugar para reconocer a una afectada es la cocina. Es la única persona que corta medio tomate y guarda la otra mitad en un tapercito adentro de la heladera, le pone un broche al paquete de yerba, usa una bandita elástica para cerrar el paquete de galletitas y huele absolutamente todo lo que va a comer.
Además, revisa puntillosamente la fecha de vencimiento de todos los productos, va al supermercado con una lista, descarga los productos en orden sobre la cinta de la caja registradora (primero carnes y lácteos, luego verdulería, después perecederos, bebidas y limpieza) y pone los pollos y las bandejitas de carne en otra bolsita de nailon de la verdulería para evitar que alguna gota de sangre salpique la mercadería.
La afectada nunca cocina sin receta. Es incapaz de innovar o modificar los condimentos de acuerdo con su gusto personal. No improvisa ni una ensalada. Su cocina se parece a una gran cadena de franquicias: es siempre la misma tarta, con la misma cantidad de queso y el tomate puesto en el mismo lugar. Si aprendió a hacer un plato que lleva doscientos setenta y cinco gramos de queso rallado y sólo tiene doscientos cincuenta, el menú se frustra hasta nuevo aviso.
(Fragmento de la columna “La afectada” publicado en “Bestiaria”)