Hasta fines del siglo XIX la Patagonia era una zona poblada por tribus nómadas de tehuelches que deambulaban por las mesetas buscando pastura para sus caballos y cazando guanacos para alimentarse, vestirse y hacer sus chozas con sus cueros. Esporádicamente algunas expediciones exploradoras bordeaban las costas y se internaban en sus ríos.

Muchos extranjeros de distintos orígenes, atraídos por la venta de tierras fiscales, se aventuraron a iniciarse especialmente como ganaderos, luchando desde muy abajo para llevar adelante sus empresas. Uno de ellos fue Pablo Lenzner, que había nacido en Lanchstedt, Sajonia (Alemania), en 1871. Desde muy joven tuvo vocación para trabajar la tierra. Como en su patria no tenía posibilidad de hacerlo, decidió viajar a América del Norte, pero cuando llegó al puerto el barco en el que pensaba hacerlo había zarpado. Decidió embarcarse, en octubre de 1892, en otro que tenía como destino Buenos Aires.

Al poco tiempo de arribar se conectó con dos compatriotas y decidieron formar una colonia agrícola cerca de la localidad de Canals, en el sur de la provincia de Córdoba. Después de algunas semanas de trabajo compró una chacra de cien hectáreas con un dinero que le había dado su madre. Pero su primera experiencia no fue afortunada: el bajo precio de los granos y las mangas de langostas que entonces asolaban con frecuencia la zona hicieron que después de tres años de trabajo decidiera vender todo. Se radicó en Santa Fe y posteriormente en Buenos Aires, donde realizó distintas tareas siempre relacionadas con el campo.

En 1897 conoció en Buenos Aires al hacendado John Hamilton, quien le habló del interés del gobierno argentino en poblar la Patagonia, más específicamente el territorio de Santa Cruz. Decidió emprender la aventura de ir hacia lo desconocido y se embarcó en el buque "Villarino", único medio de transporte que lo podía llevar al extremo sur. En octubre de 1897 llegó a Río Gallegos. Allí consiguió un empleo como ovejero en la estancia Marcach Aiké. En esa época en Santa Cruz sólo existían estancias en las zonas costeras, aunque también había explotaciones ganaderas en la cordillera, en la zona cercana al lago Argentino.

Después de un tiempo de intenso y sacrificado trabajo fue contratado para hacer todo lo necesario para que un campo llamado "El Chingolo", situado en plena meseta santacruceña, fuera apto para la crianza de ganado ovino. Contaba con 12.000 hectáreas y no tenía siquiera una precaria vivienda, de tal manera que con la compañía de sólo un peón habitó una pequeña carpa de lona. Después de cuatro años de trabajar haciendo enormes sacrificios entregó una estancia bien armada con 12.000 ovejas.

Un año después resolvió trabajar por su cuenta y adquirió en sociedad con los señores Braun y Blanchard un campo denominado "Librún". Allí logró afianzarse económicamente al formar una importante estancia en la que, después de comprar la parte a sus socios, quedó como único dueño. Cuando terminó de construir su casa en el casco contaba con 40 años; entonces creyó que había llegado la hora de formar un hogar. Viajó a su patria, y allí conoció a una hermosa joven llamada Sofía Schmidt, hija de un prestigioso médico. Se casaron sin el consentimiento de los padres de la novia el 11 de noviembre de 1911.

Después de un interminable viaje, la pareja llegó a su destino: la estancia "Librún". Ella contaba con 23 años. Pero ¿cómo reaccionó la joven ante el nuevo mundo que tenía por delante? El señor Lenzner en sus memorias dice: "Ella superó todas mis expectativas, pues nunca insinuó ni se lamentó de nada sino por el contrario, fue mi apoyo y mi compañera incondicional en todo momento".

Llegaron los hijos, cinco en total, de los cuales uno murió poco después de nacer. Trabajando sin descanso toda la familia en aquellas comarcas lejanas, desconocidas e inhóspitas, en una lucha tenaz contra los elementos, el implacable viento y los crudos inviernos, lograron progresar de tal manera que viajaban todos los inviernos a Alemania, donde los padres descansaban y los hijos concurrían a colegios alemanes.

La tranquilidad de la vida del campo se vio amenazada en la primavera de 1920, cuando se desataron las trágicas huelgas de los obreros. Entonces doña Sofía puso de relieve su temple y se quedó sola con sus hijos en la estancia. Su esposo tuvo que refugiarse en Chile, amenazado por los huelguistas, sin otro cargo que el de ser un dueño de estancia que tenía muy buena relación con los obreros, de tal manera que los peones que trabajaban allí no tenían intención de plegarse a la huelga.

Algunos importantes estancieros, entre ellos don Pablo Lenzner, reconocían que los reclamos de los huelguistas eran justos. Todos sabemos que las huelgas de los años '20 y '21 dejaron un triste recuerdo en todos los pobladores. Se había actuado con suma brutalidad y dejado como saldo 1.500 obreros muertos, la mayoría fusilada sin juicio previo.

En los años siguientes los Lenzner se fueron a vivir a una estancia en Sierra de la Ventana a la que llamaron como la dueña de casa: "La Sofía". Más adelante compraron campos en Azul. Durante el invierno vivían en una mansión ubicada en el barrio Belgrano de Buenos Aires. La vida de la familia Lenzner volvió a ser como en Alemania. Sin duda era un premio justo después de tantos años de duro trabajo.

La estancia "Librún" está a cargo de uno de los hijos. Sofía fue una mujer muy respetada por toda la gente que la rodeaba. Sobrevivió a su esposo algunos años.

En 1946 don Pablo Lenzner terminó de escribir sus memorias, en cuyo epílogo dice textualmente: "Mientras escribo estas líneas y en retrospectiva ya sobre el final de mi vida, sé que debo estar muy agradecido por el destino que me tocó vivir en la Argentina. Tuve una mujer que me acompañó en todo momento, que supo armar un verdadero hogar, inclusive haciendo de maestra, enseñándoles a leer y escribir a los niños en ausencia e inexistencia de cualquier escuela; de enfermera y partera, al no haber médicos ni farmacias a ciento cuarenta kilómetros a la redonda, en sulky o a caballo, y que me dio cuatro hijos sanos que ahora, adultos, han encontrado cada uno su camino. En lo personal, creo que pude resistir los tiempos difíciles, por un lado gracias a la suerte de disponer de una muy buena salud y, por el otro, a tener un carácter austero y con pocas pretensiones. Aún hoy en día suelo recordar con placer y nostalgia aquellos tiempos rústicos".

Como esta historia se han sucedido muchas en las que hombres con sus familias, haciendo enormes sacrificios y trabajando honradamente en nuestros campos, lograron formar una buena posición económica. En su conjunto hicieron que la Argentina fuera un país cuya prosperidad dependiera en gran parte de lo que producía el agro. Considero que los hombres del campo deben merecer la consideración y, en especial, el respeto de todos los habitantes de nuestro país.

Fuentes: "Historias de inmigración", de Lucía Gálvez, y "La Patagonia argentina".

ABEL MANCA