-Hay palabras que parecen estar desalojadas de la literatura argentina de estos tiempos cuando se trata de texturas que tienen que ver con la política, con nuestra historia. Una de esas palabras es "ternura"; no la ternura como manifestación muy visible en lo que está escrito o fácil de detectar sino como algo que subyace, algo que está pero no se expresa abiertamente con palabras ni con gestos. Está. Y está mucho en tu novela. ¿Lo ves así?
-Bueno, es una lectura que se vincula con la naturaleza de la materia con la que trabajo gran parte de la novela: la inmigración y las ideas políticas que llegan con ella, anarquismo, socialismo, comunismo... todo un manojo de identidades y de vínculos familiares que se sostiene desde otro manojo de identidades ideológicas muy fuertes. Todo ese andamiaje, a su vez, se sostiene desde mucha entrega, entrega total a la causa por la cual se lucha; entrega abierta, riesgosa, de vida. Y claro, toda esa militancia se vertebra en mucha solidaridad, romanticismo... y sí, un tramado de humanidad al cual no es ajena la ternura. Vittorio, el personaje central de la novela, es un comunista pleno de esas características.
-Decía Soriano que el lector se mete en la novela seducido por la contratapa o la solapa, pero que sin embargo esto no siempre tenía que ver con lo que estaba adentro. Vos metés al lector muy rápidamente en tema y con mucha fuerza. Quizá no pueda "especular" por dónde irá el relato, pero ya sabe de qué se trata. ¿Reconocés en todo este hacer una técnica?
-Yo tenía esta novela muy metida en mi cabeza. Tanto, que las primeras líneas las escribí en el '91. Muy conversada conmigo mismo. Pero también es cierto que era otra novela. Así, independientemente de las reformulaciones que sufrió el proyecto original, de hecho yo tenía la novela en la cabeza y lentamente en la escritura. Y bueno, todo esto facilitó inicios y avances.
-Es un clásico de Ricardo Piglia decir que, al menos para él, a la hora de asumir una novela el problema no es armar la trama sino encontrar el tono del relato. Narrar en un ritmo, en lo que él llama "una respiración del lenguaje". ¿Cómo manejaste estas cuestiones a la hora de tu novela? Porque tener muy conversada con uno mismo la novela no necesariamente significa tener resuelto el tono...
-Hay muchas cosas que convergen para responder. Por un lado, creo que el tono lo fui logrando en el tramo donde está narrada la militancia en los años '20.
-¿Cómo definís ese tono?
-Me es difícil definirlo, pero me han dicho que suena a arcaico.
-En literatura, lo arcaico puede decir mucho como puede no decir nada. Neutro o no neutro. Seguramente, si uno hace una novela alrededor de las reuniones de gabinete del primer gobierno de Roca, no habrá ningún "¡Che, boludo!" ni ningún "¡No pasa nada, loco!"...
-Sí, el tono que le imprimo a ese tramo suena deliberadamente anacrónico, al menos por momentos. Suena incluso con mucho del romanticismo del siglo XIX, pero fue sí el tono que yo busqué para meter la novela en un mundo de lucha política que hoy emerge como ocurrido hace siglos.
-¿Te resultó complejo cambiar el tono en la segunda parte de la novela, cuando la trama es ya más contemporánea?
-No, no. Yo apuré la novela en el 2003 y di la estocada final en el 2005, algo que hice en alguna medida facilitado por mi propia experiencia política. Yo soy cuarta generación de familias, tanto por padre como por madre, muy enraizadas con la política, fundamentalmente la de mi madre: judíos ucranianos anarquistas.
-Pero tu novela no es autobiográfica, aunque...
-...abreva mucho en mis vivencias. En algunos tramos hay algo así como historias ocultas o quizá no tan ocultas que tienen que ver con mis familias. Custode, uno de los personajes, inmigrante... bueno, Custode se llamaba mi bisabuela. ¡Cuando uno escribe una novela sobre la militancia que llegó con la inmigración, no puede sustraerse de su propia historia en tanto todos descendemos de esa inmigración! No llegaban sólo personas; llegaba la izquierda misma. Desde lo ideológico, la inmigración fue un momento fundacional. En ese espacio están tanto la familia de mi padre como la de mi madre. Si a eso le sumás que exiliarse, como nos pasó a mis padres y a mí, fue también una realidad, a la hora de ponerme a escribir la novela, uno...
-Ya tenías el tono...
-Iba surgiendo.
-No sé por qué, o quizá porque en el marco del relato el partido es una entidad que está muy explicitada, al leer tu novela a uno le vuelve mucho de algunos relatos que hicieron historia en la izquierda... "Reportaje al pie del patíbulo", de Fucik; "Autobiografía de Federico Sánchez", de Jorge Semprún. Hay algo, posiblemente no muy firme, pero en común. Vos conocés esos relatos. ¿Qué creés que pueden tener en común con tu libro?
-La entrega a una causa: la del Partido Comunista, la de la revolución.
-Bueno, el libro de Semprún hace a la crítica de él al partido...
-Sí, pero después de años de militancia. Además, aunque no fuese autobiográfica, puesto yo a escribir la novela lo hice aguijoneado por mi propia experiencia o la de mi generación en materia ideológica, política: la transición entre dos formas de vivir, entender e imaginar el mundo y su futuro. Mi generación se forjó políticamente en la Guerra Fría y en una fe laica en virtud de la cual había hombres y mujeres a matar y morir por la revolución... y que veíamos un horizonte muy corto para Occidente pero, de golpe, con el des
plome del '89 del muro y etcétera, etcétera, todo estalló y nos quedó la sensación de que todo lo anterior no había existido... era la muerte de un Dios. El vacío. Yo creo que esa transición a fuerza de... de...
-...de pura historia...
-Sí, sí, ese tránsito fue de las experiencias más decisivas que me llevaron a la novela.
-¿Qué decís si uno llega a la conclusión de que duele el romanticismo con que lucha Vittorio por la revolución y sin embargo la historia termina arrasando ese sueño? Es muy cálido, por ejemplo, por donde va el relato de la soledad de la esposa de Vittorio ante tanta entrega de éste a la revolución...
-Vittorio es eso: fe en la revolución, fe total. En alguna medida esa fe forma parte de cierta intriga que tiene la novela cuando se la relaciona con lo que sucede, ya avanzado el relato, con el guerrillero de los '70 que, derrotado, hace su recuento. Se trata de situaciones de fes perdidas, cada una en su tiempo y cada una desde sus prácticas pero perdidas ambas.
-¿En esa situación está el sostén esencial de la novela?
-Es una conexión fuerte, sí, sí, un soporte muy importante en tanto que el planteo de la novela es, en alguna medida, un interrogante: ¿cómo se hace para vivir más allá de esa fe perdida, esa fe en la que se ha puesto todo? Es en el marco de ese interrogante que aparece el concepto de traición, que hace al título incluso.
-Lo que pasa es que "traición" es una palabra de contenido muy fuerte y en política tiene connotaciones extremas, aunque ahora hay quienes hablan de elogio de la traición en tanto que ésta puede destrabar situaciones, problemas. ¿Cómo evaluaste vos la incorporación de este concepto en tu novela?
-Surge como consecuencia directa de tener que vivir más allá de esa fe con que se la luchado, militado... esa fe en la revolución cuya posibilidad murió. El título "La fe de los traidores" hace al planteo de cómo se puede vivir sin esa fe que fue absoluta, que por tan absoluta, precisamente, condiciona el pensar en cómo seguir viviendo sin ella... y de ahí lo de traición: cómo no sentirse traidor a esa fe que ya no puede dar la revolución. Un tema de escapatoria.
-Pero ¿no es también una cuestión más trascendente que el encontrar salida?
-Bueno, se trata de tener que asumir que la vida se vivirá en adelante sólo a escala humana. El interrogante que asumen los diversos personajes en diversas épocas de la novela se centra en cuál es la otra fe a seguir en esta otra vida, esta vida de la cual ha desaparecido la fe en la revolución.
-Siguiendo ese razonamiento, la novela nos estaría acercando a la metafísica, ¿o no?
-Por lo menos, a los personajes de la novela los remite a nuestra contemporaneidad: ¿cómo se hace para vivir en un mundo sin la idea de trascendencia ni en el cielo ni en la tierra, vivir a una escala puramente humana?
-¿Estás diciendo que los personajes de la novela, adheridos a la fe de lo inevitable de la revolución, en alguna medida estaban imbuidos de cierta idea de redención?
-¡Por supuesto! Se traduce mucho de eso. Hoy es muy difícil explicar esto, hablar de que esa militancia sellada por esa fe no era sólo una opción política asumida en términos utilitarios de costo-beneficio. No se trató de un debate interno sobre a quién se iba a votar, se trataba de algo con fuertes componentes de redención, algo que iba más allá de la vida de uno. La revolución era la razón de la vida... en Stalingrado, arrojándose contra los nazis con granadas atadas al pecho, o cruzando el Ebro para enfrentar al franquismo durante la Guerra Civil Española.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com