"En las noches frías de Chicago, Bobby y yo bebíamos dry martinis y conversábamos durante horas sobre los temas que nos obsesionaban. Yo hablaba sobre distancia, geografía y nostalgia, y Bobby sobre historia, escritores y poetas. Años después, cuando supe que había muerto, pensé en Joan Manuel Serrat y el poeta Miguel Hernández. Después ya no pensé en nadie y me puse a llorar desconsoladamente. Recordé su cara risueña, el mechón de pelo claro sobre su frente y volví a verlo como en aquel día de mayo de 1969 -casi treinta años atrás- en que se había aparecido en nuestras vidas para no salir de ellas jamás. Es cierto que pasaban largos períodos sin que nos viéramos y que a veces creímos estar peleados, o más bien lo creía yo, ya que a él no se le pasaba por la mente pelearse con los amigos; pero, a pesar de todo, sabía que siempre estaba ahí, al alcance de un telefonazo. Añoré su risa lenta y cadenciosa y su inquebrantable lealtad; el saber que, pasara lo que pasara, estaría a mi lado con esa serenidad que nunca dejaba de sorprenderme. De inmediato supe que me iba a hacer tanta falta".
De "El misterio de las Tanias"