Juan José Millás (Valencia, 1946) no soñaba con ser escritor. Esa ambición no formaba parte de su mundo, asegura él. "Pero tampoco leía para ser lector", comenta. De hecho, su salto definitivo a la literatura y el periodismo ocurrió en 1993, cuando ya tenía su vida acomodada gracias a un alto cargo en la compañía aérea Iberia. "Durante mucho tiempo compatibilicé ambos trabajos hasta que hubo un momento en que me vi obligado a elegir, no podía seguir con las dos cosas. Decidí dejar Iberia, donde trabajé veintitantos años", le cuenta a "Río Negro" con la mirada fija y sus manos en constante movimiento.
Durante la charla recuerda que cuando era pequeño en su casa no había libros. "Sólo tenía la Enciclopedia Espasa que, como la Biblia, estaba llena de historias. Allí, el artículo de la muerte me pareció fantástico por el juego de contrarios, eso de que sea simultáneamente un cuento de terror y humor. Me fascina".
-Ése es un registro de su escritura, ¿no?
-Es lo que intento. El artículo hablaba de la muerte como un hecho real pero lo contaba como un cuento. A mí me gusta mucho el pensamiento paradójico porque es un modo muy eficaz de hacer salir afuera todas las contradicciones de la realidad. Por eso me gustan tanto autores como Chesterton, un maestro del pensamiento paradójico. Además, cuando cultivas el pensamiento paradójico, se está muy cerca de la ironía.
-Algo que también lo atrae.
-Sí, la ironía es un método muy interesante de acercarse a la realidad porque la vas rodeando sutilmente, no vas al centro, y por lo tanto vas viendo todas sus contradicciones de un modo absolutamente eficaz.
-¿Qué considera como un texto eficaz?
-El que cumple los objetivos para los que ha sido escrito.
-¿Se pone objetivos antes de escribir?
-No es que sean objetivos tan claros como los de un arquitecto antes de hacer un edificio. Nosotros no trabajamos con planos. Pero hay objetivos, generalmente conscientes o bien inconscientes. A mí la actitud que más me gusta es la que pone por delante la eficacia, pensando que como efecto secundario será bello. Un relojero no pretende que un reloj sea bello sino eficaz; luego, como efecto secundario, las maquinarias de los relojes son bellísimas. Hay otros que ponen como objetivo principal la belleza pensando que por eso estará lleno de contenido. Hay textos bellos absolutamente vacíos de contenido, que son una cáscara vacía.
-En su proceso para ser escritor, ¿hubo algo que lo marcó?
-Me ayudó mucho que durante siete años di clases de escritura creativa en una escuela de letras en Madrid. Eso me obligaba a verbalizar cosas que sabía pero tenía sin verbalizar. Me exigía reflexionar sobre la propia escritura para transmitir a los alumnos determinadas cuestiones. Reflexionar es algo que, si no lo obligan
desde afuera, un escritor no tiene por qué hacer. Pero yo tenía la obligación de que mi clases fueran buenas. Debo mucho a esos años porque aprendí más que todos los alumnos juntos.
-¿Concibe su carrera de otro modo?
-No. De hecho no he tenido ningún interés en dejar Iberia. Me empujó a ello la vida. Nunca tuve la idea de que viviría de escribir. El modelo de escritor que yo imaginaba cuando era joven era el de un tipo que por las mañanas tenía un trabajo cualquiera, que reportaba lo mínimo para comer y pagar el alquiler y por la tarde escribía. Jamás estuvo en mi cabeza... jamás tuve esa ambición. Fue una situación a la que me empujó la vida.
-Un desembarco impensado en la literatura.
-Sí, no estuvo en mi intención. Yo además me resistí. A mí me gustaba el trabajo que hacía en Iberia. Tenía un salario bueno, había llegado al tope de mi nivel profesional. Lo que pasa es que la vida me fue empujando allí y en un momento tuve que decidir.
-¿Qué lo empujó a decidirse?
-Fundamentalmente pensé que quedarme en Iberia era como negarme a crecer, ¿no? Era más arriesgado dedicarse a escribir. Porque en Iberia estaba todo muy seguro. Tomé esa decisión, de la que no me arrepiento en absoluto; ha sido estupendo, estoy encantado de trabajar en casa, me va muy bien... o sea que no estoy arrepentido. Pero quiero decir que eso no formó parte de un plan. No trabajé para alcanzarlo. La vida me llevó a eso.
-Sin la intención de ser escritor, ¿cómo llega la primera publicación?
-Desde el punto de vista de orden práctico, pues coges una novela, la llevas a una editorial y pones "Muy señor mío...".
-Hubo entonces una intención, nadie mandó sus textos.
-No, los mandé yo, porque no soy inválido. Era un texto en el que confiaba, creía que estaba bien y lo mandé. Les pareció bien y lo publicaron. Es como se hacen las cosas. Bueno, a veces no; también ocurre que se ocupan de esto las madres, las novias, los amigos...
-Bueno, la mayor parte de la obra de Kafka se publicó cuando ya había muerto.
-Pero yo no me he muerto.
-¿Y qué recuerda de sus primeras publicaciones?
-Antes de mi primera novela publiqué algún articulito por ahí pero la primera publicación que me emocionó fue mi primera novela ("Cerebro son las sombras", 1975), que fue un momento muy importante y emocionante... algo que has escrito lo ves con tu nombre. Es muy difícil de explicar, porque para llegar a eso se ha tenido que trabajar mucho.
La presentación de su última obra, "El mundo", con la que ganó el Premio Planeta 2007 y embolsó 601.000 euros, comenzó en México, siguió en Colombia y Perú y concluyó en la 34ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. "Me encontré con un público que tuvo una lectura entusiasta, muy identificado con el texto. Muchos me dijeron: 'No ha contado su vida sino la mía'. Pues de eso se trata. En Colombia un periodista me preguntó si los lectores sabrán más de Millás después de esta obra. Y le respondí que lo interesante es que sepan más de sí mismos. Porque nosotros no leemos para conocer más al autor, leemos para conocernos más a nosotros mismos".
-¿Por qué se genera esa identificación en el lector?
-No hay una intencionalidad en el sentido de que haya un proceso de racionalización que diga "voy a intentar conseguir esto". Uno escribe desde la necesidad y sus propias obsesiones, que si las tratas con honestidad posiblemente golpees en las de tu vecino. Como seres humanos no somos tan distintos unos de otros.
-Relativamente, a todos nos pasan las mismas cosas.
-Sí, sí, básicamente nos pasan las mismas cosas, esto es así. Lo que cambia es la mirada. Un escritor tiene una mirada especial, capaz de verbalizar cosas que una persona que no es escritora no puede. Por eso muchos lectores dicen "Has expresado a la perfección lo que yo quería decir". De eso se trata, de poner palabras a sensaciones que están flotando por ahí sin verbalizar.
-¿Esa capacidad del escritor es innata?
-Si uno lo desea, puede ser escritor; ésta es la condición fundamental. Cuando una persona joven me pide algún consejo respecto de esto le digo que lo primero que tiene que averiguar es si quiere escribir o ser escritor. Son cosas bien distintas. Si quieres escribir, lo más probable es que como efecto secundario te conviertas en escritor. Pero puede que no, no es necesario. Donde hay que cargar el acento es en el hecho mismo de escribir: ahí está todo. Después, si te conviertes en escritor, pues bien. Si publicas, estupendo. Si vendes, fantástico. Si te va muy bien, mejor. Pero todo eso, si se da, es por añadidura y no hay que contar con eso. Ésta es la diferencia entre el botánico y aquel al que le gustaría tener plantas en la terraza de su casa: el botánico, como le gustan plantas, como efecto secundario las tendrá, pero aquel que quiere tener plantas pero no le gusta regarlas, cuidarlas y estudiar si les viene mejor el sol o la sombra, las tendrá marchitas en su balcón. Innato hay poco en todas las actividades; lo que hay es deseo. Y si hay un deseo enorme de escribir, es probable que uno se convierta en escritor, pero tiene que saber que hay posibilidades de que no se convierta en escritor y que no es necesario.
-Su proceso...
(Interrumpe) -Yo escribí por necesidad. Jamás pensé que me convertiría en escritor. Escribía y leía por necesidad personal, porque entre el escritor y el lector no hay mucha diferencia. No leía para ser lector. Lo hacía porque tenía la necesidad de escribir. Pero no escribía para ser escritor. Como leía, me convertí en lector. Como escribía, me convertí en escritor. Pero podría no haber sido escritor y seguiría escribiendo igual.
-¿Los mejores textos surgen de momentos difíciles?
-Para escribir es necesario que haya un conflicto, de lo contrario no hay escritura ni lectura. Uno se acerca a la lectura porque hay un conflicto que resuelve leyendo. Si hubiera una persona que se llevara estupendamente con la realidad, pues no escribiría porque no tendría ninguna necesidad de hacerlo. Se escribe para resolver algo que está sin resolver.
-Suele decir que su objetivo es lograr una escritura compleja y sencilla simultáneamente.
-Sí. La escritura con la que uno sueña y me gustaría alcanzar es una que fuera compleja y sencilla a la vez. Los mecanismos y los artefactos mejores en la existencia son simultáneamente sencillos y complejos. "La Metamorfosis", de Kafka, es un ejemplo paradigmático de lo que llamo una escritura simple y compleja al mismo tiempo. Es un libro tan enormemente simple como, a la vez, complejo. Un lector de 15 años poco o nada experimentado lo disfrutará. Lo mismo sucederá con un lector experimentado, en distinto nivel. También hay escrituras complejas, como "Ulysses", de James Joyce, que si se lo das a una persona sin experiencia lectora lo abandona porque no puede comprenderlo. Hay escritores que son capaces de ser simples y complejos al mismo tiempo, como Conrad y Rulfo, entre otros.
-Tom Wolfe afirma que la novela está muerta. ¿Qué opina?
-¿Quién dijo eso?
-Tom Wolfe.
-Ah, Tom Wolfe. Bueno, la realidad siempre ha superado a la ficción, o sea que eso no es nuevo. Por otra parte esto de que la novela ha muerto se decía cuando yo empecé a escribir. Una de las razones por las que me dediqué a la novela es que me dijeron que estaba muerta. Y estaba a punto de estudiar letras muertas. Me ha sorprendido mucho y me he sentido engañado porque resulta que en los últimos 40 años estuve trabajando en un género que estaba vivo pero yo creí que estaba muerto. En fin, es una cosa que se lleva diciendo desde que empezó la novela y permanentemente alguien anuncia su final. No me sorprende que alguien diga que la novela ha muerto, lo que me sorprende es que los periódicos lo pongan en primera página como si realmente la defunción se hubiera producido ayer.