Hace ya unos cuantos años en una de mis incursiones tangueras conocí, en Nueva York, a una física nuclear que a sus dotes de bailarina unía una dedicación poco usual: estudiaba la existencia del universo paralelo en el que, según me explicó en términos legos para que saliera de mi ignorancia, las partículas que se bombardean en el famoso laboratorio Fermi, de las afueras de Chicago, sufren igual bombardeo y producen las mismas reacciones en un universo que duplica el que nos es conocido.
Recordé entonces que Jorge Luis Borges ya había arriesgado una teoría similar, sin ser físico ni experto en esas cuestiones, en aquel memorable libro que se llamó "El Aleph", en cuyas páginas alude con frecuencia al universo paralelo. De la misma forma, la prodigiosa inteligencia del maestro argentino llegó a intuir la existencia de internet, especialmente cuando se refería, en ésa y otras obras suyas, a la posibilidad de una biblioteca infinita que sería, en su opinión, el arquetipo y esplendor del paraíso.
Como cabe al mundo imaginario del formidable autor, descubrí que la bailarina estudiosa era griega y respondía al nombre bíblico de "María". No me sorprendió irme enterando poco a poco de que la joven era renombrada en el mundo secreto y muy exclusivo de eruditos en la física de partículas. Por años me aficioné a seguir (en internet, como no podía ser de otro modo) las intrincadas disquisiciones de los físicos nucleares sobre el tema. Mi carácter de lego en la materia me impidió (e impide) comprender cabalmente las complejidades del asunto, pero no sin advertir los notables paralelismos entre el pensamiento de Borges y los descubrimientos de los físicos de hoy.
Releyendo "El Aleph", que compré hace unos días para obsequiarle a una amiga cubana ávida de conocer el universo borgeano, me asombró una vez más la maravillosa imaginación del maestro. En esas bellas páginas, Borges abunda en referencias (reales) a la "Historia Natural", de Plinio Cayo Segundo, a quien se refiere simplemente como "Plinio", con esa confianzuda y simpática manera que tenía el escritor de mencionar a sus autores favoritos. Y como no podía ser de otro modo tratándose de Borges, alude a enciclopedias, tratados y obras que sospecho son inexistentes, con las que supuestamente confirma sus teorías.
Allí están los espejos, ese universo paralelo que Borges admiraba (y temía) como réplica de la realidad visible, que él dejó de ver ya en 1955 al perder casi totalmente la vista. Y existe un mundo donde es posible que estén repetidos, dice, todos los hombres y todas las situaciones, que se repetirán ad infinitum y que volverán a ocurrir, teoriza, cuando hayan sucedido al menos una vez en este mundo.
Que esa posibilidad sea un hecho más o menos comprobable me fue confirmado por María, que hoy se ha ido a bailar tango y trabajar al laboratorio súper avanzado del CERN, en Suiza. Curioso paralelo éste, que le hice notar a la física en alguna correspondencia electrónica. Borges había elevado casi a la categoría de mito "esos tangos de Arolas y de Greco/ que yo he visto bailar en la vereda", como dice en su célebre poema "El tango" en alusión a los temas rioplatenses de los legendarios compositores Eduardo Arolas y Vicente Greco que, en efecto, se bailaban en las veredas del viejo Buenos Aires de su infancia.
Quién crea esos paralelismos es imposible de saber con certeza. Para un agnóstico como Borges, la inescrutabilidad de un pensamiento divino era casi una anécdota. Pero no deja de ser aterradoramente curioso que un escritor del sur de América haya jugado con la idea de otros universos en los que se estarían replicando, desde y durante la eternidad, los hechos del mundo físico que nos rodea.
Tal vez sin saberlo aún a ciencia cierta, María la griega también sospechó que existen unos tangos infinitos que hacen vibrar partículas en aquel otro universo simultáneo que imaginó Borges, interminable y siempre fascinante. Y decidió descubrirlos, aunque más no fuera para confirmar las disquisiciones del gran escritor. Por el momento tal vez no nos demos cuenta, pero bien cabe presumir que la ciencia tiene muchos parentescos inesperados con el arte.
RODOLFO A. WINDHAUSEN (*)
(*) Periodista argentino radicado en Estados Unidos desde 1978
Especial para "Río Negro"