En un emotivo tributo que el hijo le dedica al padre y que lleva el título "Cuando a los padres se les congeló el alma", Bernd Hohlen, un alemán, escribe en el semanario "Der Spiegel" sobre las vicisitudes que sufrió su propio padre durante los años de la Segunda Guerra. La llama "uno de los peores desastres del siglo XX" y cierra la semblanza diciendo: "el primero de julio del año 2002 mi padre murió y así terminó para él, por fin, la guerra. (1)
En Bariloche, "mi pueblo", siempre hubo muchos alemanes y luego, sus descendientes. Vinieron de todas las latitudes durante las grandes migraciones europeas y luego desde Chile y desde otras partes de la Argentina. Se fueron amontonando, porque acá el paisaje evocaba a Europa. Con el tiempo, junto a otros descendientes del Viejo Continente crearon un microcosmos social que generó una profecía que se fue autocumpliendo: la de la "Suiza argentina".
Siempre estuvieron lejos de las guerras y una primera mirada a los registros visuales de las primeras décadas del siglo XX los muestra llevando adelante una apacible vida de pueblo en una aldea remota. La vida real, como siempre, se perdió entre los resquicios entre los que se diluye lo que no se registra. Sin embargo, el afán de los que buscan y saben que la historia es una precaria construcción de escasas evidencias, siempre las descubre. Fue así que en el documental de Carlos Echeverría "Pacto de silencio" aparecieron por primera vez y en forma pública los álbumes familiares que mostraban que las ideas que habían devorado a Alemania en aquellos años también se estaban devorando las mentes de los habitantes de habla alemana de mi pueblo. Testimonios personales, entrevistas en los diarios y algunos pocos libros confirman que aquí también reinó la cosmovisión totalitaria que allí, luego, creó la maquinaria genocida industrial más grande de la historia occidental.
La guerra pasó y a mi pueblo llegaron los otros, los que habían participado de una o de otra manera. Privó entonces, como ahora, algo que nació con la aldea remota, la filosofía de la indiferencia que ingenuamente todo lo licuaba, todo lo sumía en el dulce sueño del olvido. Entre nosotros, los alemanes y sus descendientes, lejos de los hechos era difícil separar la paja del trigo porque, en aras de una identidad común, los terribles hechos de la guerra se sumieron en la niebla del olvido, ayudados claro, por las recurrentes dictaduras.
Alemania, liderada por las mentes más esclarecidas, recorría otro camino. Acá, de eso, llegaba poco. La ciudad turística parecía flotar en otra dimensión y se fue creando una identidad propia que, como en los primeros tiempos, no parecía ser de este mundo. Los testimonios de mi niñez y temprana juventud hablan de un rincón que a la distancia parece congelado en el tiempo. Pero siempre surgía nueva evidencia del otro, en donde habían ocurrido los crímenes.
En los '90, con el libro de Esteban Buch comenzó el largo proceso de desenmascaramiento de uno de los verdugos de triste fama en Italia, algo que afectó profundamente a la comunidad de habla alemana porque aquella filosofía de "noche y niebla" que se cultivaba sobre los hechos de la guerra tuvo que ser revisada. "¿Cuándo nos dejarán en paz?" era la frase usual que implicaba que todos éramos iguales, víctimas de una gran conspiración anti-alemana, lo cual no era cierto. Se estaba buscando a los criminales de guerra, no a los alemanes.
"Pacto de silencio", un documental de otro hijo de la ciudad, volvió a abrir la discusión en el 2006. Los testimonios eran elocuentes y evidenciaban cuán profundas eran las convicciones y también las heridas.
Ahora lo que queda son los fragmentos indirectos de la guerra, porque verdugos y víctimas se van muriendo. Quedan los recuerdos, lo que se fotografió y lo que se escribió. La responsabilidad, sin embargo y aunque parezca contradictorio, es ahora mucho más grande.
El de la malograda muestra local del pintor belga Toon Maes es en cierto sentido un nuevo caso emblemático más dentro de la atmósfera general de indiferencia que prevalece, algo por cierto muy propio de la aldea. En Europa, el pintor fue parte de la maquinaria genocida; aquí pintó sólo paisajes. Dentro del clima de ignorancia y deliberado olvido de muchos de los míos, sus paisajes no remiten a nada; son inocentes, algo así como "el arte por el arte mismo".
"¿Qué puede haber de político en todos esos cuadros?", se preguntan algunos. No importa la fecha, no importa la ética que prevaleció en las acciones del autor en otras geografías, no importa la historia. Aquí fue sólo un hombre más. El paisaje sin par que nos rodea a todos lo limpió de toda mancha, como a los otros anteriores a él.
Sin embargo la "impunidad simbólica", como dijo Esteban Buch en una entrevista reciente, no alcanza a cimentarse. Se suceden los libros, los documentales, las notas y las acciones. "¿Cuándo nos dejarán en paz?", sigo escuchando. Como bien dice Bernd Hohlen al comienzo de este escrito, la guerra sólo termina con la muerte de los que la sufrieron.
Sin embargo aquí, en Bariloche, como falta por parte del gobierno local y de las instituciones representativas un programa consistente de "deconstrucción de la historia oficial, que reconstruya las huellas y las inscripciones culturales y que recupere con responsabilidad el pasado y la memoria" (2), la guerra parece no querer concluir nunca.
HANS SCHULZ (*)
(*) Antropólogo
(1) Citado de "Der Spiegel", 30 de marzo 2008, "El trauma de la II Guerra, Als den Vätern die Seele erfror".
(2) Citado de "Sobre el genocidio. El crimen fundamental", Martín Lozada, 2008.