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Sábado 15 de Diciembre de 2007
 
 
 
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  Música para la memoria de los muertos de Iquique
 
 

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La cita es en la sala de ensayos de la Escuela de Música de Neuquén un jueves por la noche. Horacio Bascuñán responde preguntas de un periodista; después recitará la introducción de la cantata. Mientras, los músicos preparan sus instrumentos, se sientan en semicírculo y comienzan: ya tuvieron el baustismo de la Cantata el sábado 8 en el Trabún, en San Martín de los Andes. Bascuñán explica, minutos después, que la idea de recrear la obra de Luis Advis -más conocida como trabajo de Quilapayún- surgió de manera colectiva: "Se cumplen los cien años; queríamos hacerla y nos largamos".

Diego Castro subraya la intervención de varias disciplinas artísticas: además de los músicos hay cuadros de gran tamaño de Elisa Algranati, y fotografías -en esto colaboró Omar Maraury, explican-.

El elenco de músicos y cantantes está integrado por Pablo Córdoba, Leo Álvarez; Carlos Muñoz, Rudy Muñoz, Diego Castro, Miguel Garro, Negro Soria, Marcelo Asimacópulos, Charly Aros. Se trata de una formación transversal, pues todos son parte de otros grupos, con larga trayectoria en la región.

Castro vuelve a explicar que tomaron la versión musical de 2003, cuando los Quilapayún se reunieron nuevamente y presentaron la cantata. Y otra vez Bascuñán: "No es cuestión sólo de rememorar un hecho determinado".

 

En 1907, en Chile vivían alrededor de tres millones de personas, de las cuales un millón doscientas mil integraban la población económicamente activa. Sólo 170.000, es decir, el 13,5%, eran obreros. En las pampas salitreras -Tarapacá y Antofagasta- había 60.000 trabajadores y de ésos, un tercio se dirigió a Iquique cuando la huelga, en diciembre de ese año.

Los obreros del salitre, la más importante concentración obrera de Chile, vivían y trabajaban en una amplia zona geográfica comunicada por una importante red ferroviaria que enlazaba las oficinas de las empresas. En noviembre de 1907, los trabajadores de Taltal conocían las peticiones que agitaban a los obreros del salitre en Tarapacá. La facilidad de las comunicaciones y la homogeneidad cultural -idioma, costumbres- permitió una rápida organización que garantizaba la masividad de la huelga y la contundencia de los reclamos.

Los antecedentes de los hechos de Iquique se encuentran tres décadas antes, en la guerra del Pacífico, cuando

los capitales ingleses que deseaban explotar el salitre -nitrato de sodio-, para fertilizantes agrícolas y fabricación de pólvora, enfrentaron a Chile con Bolivia y Perú. Enmascarada como conflicto de límites, la guerra dio la victoria a Chile, que quedó como soberana de las inmensas pampas salitreras -Antofagasta, Tartarugal-.

Al finalizar la contienda y con la victoria en la mano, el gobierno chileno adjudicó en concesión la explotación del recurso a compañías extranjeras -en su mayoría británicas- que realizaban verdaderas levas de trabajadores de la zona central de Chile, de Perú y Bolivia, atraídos por la llamada fiebre del salitre. En las pampas se creó rápidamente un sistema semifeudal sin contratos de trabajo y donde los obreros, desarraigados aunque algunos con sus familias y en condiciones miserables, cobraban su salario en fichas -bonos- con valores en libras y peniques, las que solamente podían cambiar en los almacenes de las compañías, las "oficinas salitreras". Las indisciplinas se castigaban con el cepo. Las viviendas se construían con trozos de "caliche", lajas de sal. No había escuelas ni organizaciones que representaran los reclamos. Todo esto hasta que, a fines de 1907, comenzó la "historia de los 18 peniques", que era el valor de

cambio que los obreros exigían para cada ficha en lugar de los seis peniques que les estaban pagando.

La devaluación depreciaba más el salario de los obreros del salitre. La situación se tornaba insostenible y, a fines del año 1907, no menos de 30.000 obreros con sus mujeres e hijos decidieron "bajar" a la ciudad de Iquique, que en ese momento era la capital del imperio salitrero y además importante sede administrativa y política donde pensaron que podrían encontrar una solución a sus reclamos hasta entonces estériles.

Los dirigentes aceptaron permanecer junto con la inmensa cantidad de trabajadores en la Escuela Santa María, que quedó rodeada por las fuerzas militares el 21 de diciembre. Se intimó a los obreros a regresar a sus puestos de trabajo sin ninguna respuesta a sus demandas porque las autoridades y las empresas decidieron no dialogar bajo presión.

Al negarse a abandonar Iquique, las autoridades ordenaron disparar las ametralladoras emplazadas enfrente. Murieron asesinados miles de obreros, mujeres, ancianos y niños, en una cantidad nunca reconocida por el gobierno. Sin embargo, las crónicas de la época denunciaron que durante los días siguientes los

carretones de la policía y los bomberos estuvieron trasladando sin cesar a las víctimas hasta la fosa común cavada con urgencia. La cifra de muertos oscila entre los 800 y los 3.600.

Los protagonistas: Pedro Montt era el presidente de la Nación y fue quien ordenó la represión el día 21 de diciembre de 1907. La autoridad militar encargada de cumplir las órdenes era el general Roberto Silva Renard, jefe máximo de Tarapacá, que comandaba el regimiento O'Higgins y que recibió el apoyo de ametralladoras del crucero Esmeralda, de la Armada chilena, amarrado en el puerto de Iquique. Los huelguistas iniciaron las negociaciones con Julio Guzmán García, que reemplazaba al intendente Carlos Eastman García, de visita en Santiago.

Mientras, el cónsul británico, de destacada actuación en la ejecución de la represión, ayudado en esto por su colega norteamericano, afirmaba que los obreros de la Oficina San Lorenzo recibían a una comisión de los huelguistas iquiqueños.

A mediados de diciembre, el diálogo fue retomado por el intendente Eastman Quiroga, quien les expuso la posición oficial: deponer la protesta, abandonar la escuela, trasladarse a las chozas del Club Hípico y mantener la calma. Mientras se realizaba la reunión, un grupo de obreros fue acribillado cerca de las vías del ferrocarril, el 20 de diciembre.

Al día siguiente, durante los funerales de los obreros asesinados, los empresarios salitreros mantuvieron su posición: sólo negociarían cuando la explotación del salitre volviera a la normalidad. Eastman decretó el estado de sitio y suspendió las garantías constitucionales.

Silva Renard y su subordinado, el coronel Ledesma, emplazaron a los soldados, intimaron a los trabajadores y advirtieron que dispararían si no desalojaban la escuela.

Los obreros estaban representados por un "comité central unido", como resultado de la fusión del directorio de los obreros iquiqueños en huelga con el comité de los pampinos. Su presidente era José Briggs y Luis Olea se desempeñaba como vicepresidente.

Ante la negativa, el jefe militar ordenó a los soldados disparar. La multitud, desesperada y buscando escapar, se arrojó sobre la tropa y ésta repitió el fuego al que se le añadió el de las metralletas. Producto de esta acción murieron 195 personas y quedaron 390 heridos, según datos de Nicolás Palacios, testigo de la matanza. Otras fuentes contabilizan 3.600 muertes. Silva Renard ejecutó la orden de desalojo, pero la orden de disparar fue del ministro del Interior, Rafael Segundo Sotomayor Gaete. De las víctimas fatales, cerca del 60% eran peruanos y bolivianos. Briggs y Olea estuvieron entre los primeros en caer bajo la metralla: estaban en el tejado del edificio escolar.

Los sobrevivientes de la matanza posteriormente fueron llevados literalmente a sablazos hasta el local del Club Hípico y desde allí a la pampa, entre las regiones de Tarapacá y Antofagasta, donde se les impuso un régimen de terror.

Una típica expresión de arte en Neuquén: memoria de un hecho histórico, relectura desde lo artístico, puesta en marcha a partir de elementos vigentes en la sociedad: la necesidad de "establecer una línea, un paralelo entre todas las luchas sociales del continente desde comienzos del siglo XX hasta la actualidad", según Bascuñán.

 

GERARDO BURTON

gburton@rionegro.com.ar

 


   
   
 
 
 
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