Nuestro país comparte con Estados Unidos, Australia y Canadá la fuerte impronta de la inmigración europea que a finales del siglo XIX se convirtió en un verdadero fenómeno de carácter masivo. En la Argentina las consecuencias de este proceso fueron muy marcadas por dos razones: por un lado, por la enorme cantidad de inmigrantes que arribaron al país y, por otra parte, por la escasa población que tenía al momento de desatarse la inmigración.
Cuando en la Argentina se produce el primer censo nacional, en 1869, la población orillaba los dos millones de habitantes. En 1914 la población ya trepaba casi a ocho millones y para 1920 algo más de la mitad de los porteños eran nacidos en el extranjero.
Durante el gobierno de Urquiza se establecieron las primeras colonias rurales de inmigrantes. La provincia de Corrientes, en 1855, impulsó un programa para la llegada de un millar de agricultores a quienes el Estado entregaría 35 hectáreas aptas para el cultivo, además de semillas, herramientas y animales para labranza. En 1857 se fundó la Asociación Filantrópica de Inmigración que tuvo a su cargo la construcción del Hotel de Inmigrantes. Ese mismo año el gobierno impulsó también el poblamiento de Colonia San José en Entre Ríos. Más tarde, los presidentes Mitre (1862-1868), Sarmiento (1868-1874) y Avellaneda (1874-1889) continuarían abonando iniciativas similares a las adoptadas por Urquiza, políticas que explican el nacimiento de Colonia Suiza en Baradero (1856), Colonia Esperanza (1856) en Santa Fe y la Colonia Galesa de Gaimán (1865) en Chubut, bajo el patrocinio del ministro del Interior Guillermo Rawson, o la modesta, pero no por ello menos significativa idea del gobernador de la Patagonia, Álvaro Barros, de establecer una Colonia Italiana en Zanjón de Oyuela al promediar la última parte del siglo XIX.
El Estado, durante todo este período, buscaba incorporar mano de obra para poner en explotación el modelo agroexportador de materias primas que caracterizaría todo el período de la denominada Generación del '80, aunque con enormes resistencias por parte de los latifundistas y de quienes buscaban apropiarse de las tierras fiscales, situación que alguna vez llevó a Sarmiento a pronunciar su célebre epíteto sobre las clases dominantes: "...esa oligarquía con olor a bosta". El programa de incorporación de los inmigrantes como propietarios de parcelas para la producción que requería la Argentina no obtuvo los resultados que se buscaban, al punto que al iniciarse el siglo XX en Buenos Aires existían mil mozos de nombre "Manolo", lo cual demuestra el fracaso, en parte, del proyecto que inicialmente se había pensado.
De todas maneras, entre 1850 y 1930 nuestro país, como otras naciones de América Latina, se insertó con mayor o menor éxito en el sistema mundial como productor de bienes exportables. La Argentina vivió este momento con un acelerado crecimiento económico, producto de la complementariedad de su producción con el mercado mundial gobernado por Inglaterra y su definido perfil agrícola-ganadero. Este proceso se asentaba en dos pilares: los externos, capitales y mano de obra llegada con la inmigración, y los internos, vinculados a la existencia de tierra fértil y abundante sobre todo en la pampa húmeda y el litoral.
Los italianos
Junto a los ibéricos, los italianos constituyeron el grupo más numeroso que llegó a la Argentina durante el proceso migratorio. Si bien provenían de todo el territorio de su país, los inmigrantes del sur, por los problemas estructurales de la región a la que pertenecían y que literalmente eran expulsados por las condiciones de pobreza, constituyeron el grueso de los inmigrantes de este origen que arribaron al puerto de Buenos Aires. Provenían de Sicilia, Campania y Calabria, aunque también fue importante la llegada de campesinos del norte una región menos pobre y más desarrollada que el sur correspondientes a Piamonte, Lombardía y Friul. Una gran parte de estos italianos del norte se estableció en Santa Fe y Córdoba y, en alguna medida, también en la provincia de Mendoza. Fueron, por otra parte, el principal grupo poblacional que se asentó en la ciudad de Resistencia a partir de su fundación en 1894.
Viajar a la Argentina
El gobierno de Italia promovía la colocación de sus ciudadanos en los programas migratorios de la Argentina. Dan cuenta de esta política las distintas publicaciones que el propio Estado entregaba a los italianos dispuestos a emigrar, o para estimular su viaje, y que se les daban para informarlos sobre el país que los recibiría en América. "El Manual del Inmigrante Italiano", de 1913, (Centro Editor de América Latina, 1983) tiene consejos y advertencias que en clave de anécdota son imperdibles.
Sobre el final de la publicación y bajo el subtítulo "Un consejo y una doble exigencia", el manual recomienda a los inmigrantes: "¿Sabe quién hará conquistar a Italia el lugar que hoy no tiene entre las naciones que importan bienes a la Argentina? Usted, o mejor dicho: deberá ser usted y, con usted, sus compañeros. Entendámonos bien. Yo no me refiero aquí a los artículos de producción local, que están fuera de toda discusión. Me refiero a los artículos importados. Usted debe favorecer las importaciones de origen italiano; comprar solamente, cuando sea posible, nuestros artículos. La nacionalidad del negociante no cuenta para nada o cuenta bastante poco. Podrán ser ingleses, argentinos, españoles, etc. los que vendan quesos, aceite, conservas, algodón o telas italianas, como también podrán ser, y lo son, los comerciantes italianos que venden aceite español, telas y sombreros ingleses, quesos suizos y franceses, etc. Usted debe exigir al comerciante que lo surte productos importados de Italia. Y si, por la mejor calidad, debiera pagar un poquito más, no importa: valga el dicho 'quien más gasta, menos gasta'. Dígalo francamente, resueltamente: 'Yo quiero artículo de proveniencia italiana'".
Y continúa: "Si así hicieran todos los súbditos de cualquier país, el artículo italiano bajaría de precio y, mientras favorece a su patria, se favorece usted mismo. Se puede mostrar el patriotismo (italiano) no sólo con el valor en el campo de batalla. En la vida diaria, en la vida en paz, se demuestra de mil maneras hacia el propio país, cada uno en la medida y posibilidades de su propia fuerza".
El cuento del tío
"El Manual del Inmigrante Italiano" también advertía a quienes llegaban al país los problemas que podrían encontrar con los estafadores bajo el subtítulo "Los embusteros". El autor del manual, luego de recopilar algunos consejos anteriores, sostenía: "Desconfíe de quien no tenga la ropa ni la autoridad para acercarse, no escuche ni historias maravillosas ni casos piadosos y sosténgase por el momento incapaz de prestar la mínima ayuda a cualquiera y muy especialmente a los que le digan haber hecho el viaje con usted, cosa que no se sabe nunca si es verdad. Sepa que existe un notable sistema para engañar al inmigrante que acaba de desembarcar; es el llamado 'cuento del tío' y que en Italia se conoce como trufa all'americana.
"Consiste en pedir dinero al recién llegado mediante todo tipo de pretextos que no estoy en condiciones de enumerar ni describir. Muy a menudo los diarios dan cuenta de estos casos con historias bastante ingeniosas, donde muchas veces la víctima hace la figura del papanatas y otras, la de un individuo de conciencia elástica que no vacila en aceptar ganancias ilícitas. La habilidad de los embusteros consiste en comprometer a su víctima de tal modo que, dado el golpe, ésta no lo denuncie por temor a confesar su inconsciente complicidad. En un gran número de casos la Policía no llega a conocer a los del cuento del tío que se ha consumado dañando a uno o a otro. ¿Conoce el proverbio 'hombre avisado, medio salvado'? ¡Atención entonces! Su natural desconfianza estará bien empleada en estos casos".
Cruzar el mar
Sin duda, las mayores resistencias que se oponían a los deseos de los inmigrantes eran el océano y los peligros de una travesía de una orilla a la otra. El autor de "El Manual del Inmigrante" apelaba a toda su capacidad de persuasión para que los viajeros no desistieran de su decisión. "Hoy los naufragios o roturas de las naves son muy raros porque las mismas son fuertes y resisten bien las más feroces tempestades. Los hombres de a bordo tienen mucha práctica en el mar, al que las cartas náuticas describen minuciosamente y de modo exacto. En caso de niebla o en las maniobras en los puertos, existe la posibilidad de choque de una nave contra otra, especialmente si el buque se viera averiado en un timón. Pero estos casos son rarísimos. Los desastres ferroviarios son, sin duda, mucho más frecuentes. Para tener un buen fin, cada pasajero dispone de un salvavidas que está bajo el cabezal de su cucheta. Sirve para mantenerse a flote si la situación fuera tan desesperante como para que debiera arrojarse al mar.
"¡Mucha calma! Las recomendaciones del caso que se puede hacer son: dejar de lado todo egoísmo y mantener la calma; sobre todo esto, mucha calma. Quien la pierde, pierde la suya y la de los demás; quien sepa frenar el desmedido impulso de la conservación se salva a sí mismo y también a los demás; así podrá tener la satisfacción de contar su naufragio, como pudo hacerlo aquel pasajero del 'Vapore Sirio' que naufragó en las costas españolas y que escribió a los suyos lo siguiente: 'Estoy a salvo; más que a salvo, no se me mojaron ni siquiera los zapatos'".
PEDRO PESATTI