La sensación que produce la exposición de Jorge Gamarra es la de un verdadero homenaje al trabajo del hombre y a su capacidad de transformar la materia en un proceso donde "lo cotidiano se vuelve mágico", como dice una canción.
El excelente montaje de la muestra permite realizar un recorrido fluido. Sin confusiones. Los textos que la acompañan no intentan justificar lo que está ante nuestros ojos. Por el contrario, complementan con un código literario eso que vemos.
Cada obra interactúa con la siguiente y con la que la precede. Y su recorrido en una dirección u otra permite múltiples lecturas poéticas.
Formas simples y una idea clara.
La conjunción de formas orgánicas en diálogo poético con la geometría.
Líneas curvas, rectas. Volúmenes plenos y vacíos necesarios. Texturas rugosas y lisas, brillantes, opacas... se conjugan en una peligrosa tentación al tacto.
Todo allí, mínimo y voluptuoso.
En vitrinas pequeñas hay obras monumentales. Uno imagina que fueran ideas simples que pueden o no evolucionar hacia formatos de mayor escala.
Hay algo latente que puede explotar o simplemente quedarse esperando.
La madera, la piedra, el metal están allí con toda su presencia brutal y sublime.
En un sector de la muestra están dispuestas las herramientas con las cuales trabajó el hombre-artista. Con sólo verlas en silencio uno intuye, e imagina, al escultor trabajando. Como si cada uno de esos objetos guardaran la memoria sensible de su acción.
Todo ahí.
Lo que hay es lo que es.
Ningún artilugio intelectual para intentar convencernos de ver nada que no exista allí por sí mismo. Ningún manual de instrucciones para "entender" el arte contemporáneo.
Todo está aquí.
La obra se sostiene por el peso mismo de su hechura..., por la nobleza y cotidianeidad de sus materiales y por la acción del hombre-artista.
Él, que con su gran destreza técnica nos deja impávidos y nos conmueve. Porque su virtuosismo técnico no empaña ni oculta su sensibilidad.
Es ésta una muy buena oportunidad para estar en contacto con la obra de un gran maestro que, como quien hace una casa, cura, enseña o amasa un buen pan, deleita con la conmovedora experiencia de volvernos a la capacidad de asombro ante la maravilla de lo simple.
MARINA ROBLEDO (*)
(*) Artista plástica