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Sábado 29 de Septiembre de 2007
 
 
 
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  Una mirada resignificada de la historia
“Las Bellas Artes no son sino
un retrato de la vida humana
en diversas actitudes y situaciones”.
David Hume(1)
 
 

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La historia ha sido cuestionada a fines del reciente pasado siglo desde los movimientos intelectuales neoliberales que, encaramados en el poder económico de las corporaciones multinacionales y como símbolo de ese predominio corporativo, quisieron y quieren imponer un pensamiento único, hegemónico, de sus –digámoslo de alguna forma– “pensadores”, postulando la idea “del fin de la historia”.
Este escrito se propone manifestar que la historia como tal no ha muerto; por el contrario, está muy viva, dado que ella surge del intercambio material, entendiendo a éste como el producto de los bienes simbólicos y mercancías que los sujetos humanos producimos en distintos momentos del devenir en sociedad, y que es efecto de la dialéctica permanente entre el pensar y el resultado de tal actividad.
Me propongo demostrar, cómo, haciendo una relectura de lo que denominamos producto de la cultura humana, se pueden hacer distintas articulaciones con diferentes artistas y sus producciones, donde podemos inferir, a partir de sus obras y su propósito consciente, otra intencionalidad ligada a la actividad mental inconsciente.
Surgen una serie de interrogantes: ¿es posible pensar que determinados objetos creados por los hombres puedan interpretarse a partir de nuevas relecturas? ¿Es lícito hacerlo? Y si lo hacemos, ¿desde qué condiciones intelectuales y materiales las realizamos? ¿Es viable poder articular la obra de un autor desconocido, del cual no contamos con ningún dato biográfico, solamente su producción artística, con uno contemporáneo y del cual poseemos muchos datos de su vida y conocimientos sobre su desarrollo estético?
El sujeto humano, como productor de bienes materiales ligados al arte, ha dejado a lo largo de su historia muestras invalorables de tal actividad creativa. Desde las Venus del paleolítico(2), como la más célebre por la gracia de la exuberancia de sus formas, me estoy refiriendo a la de Willendorf (Austria). Esta producción artística se trasladó muy tempranamente a la piedra y así surgió lo que hoy denominamos arte paleolítico. En ese momento, el tallado alcanzó niveles superlativos por la belleza de las formas logradas tanto por el hombre de Neandertal, como por el de Cromagnon. Fabricaron maravillosos utensilios (raspadores, perforadores, cuchillos, flechas, etc.). A los efectos de este trabajo deseo centrar mi mirada tanto en la pintura como en el arte lítico, dado que alcanzaron marcados niveles de belleza en cuanto a la forma y a la conformación de objetos que, por su perfección, mostraron una técnica en su construcción con lo que hoy podríamos denominar verdaderos artistas, porque producen en los que lo observamos un verdadero placer estético y es posible que sirvan de inspiración a nuestros artistas contemporáneos
William H. Hudson(3), con su ya proverbial sensibilidad y agudeza para registrar la belleza, nos dice sobre los primeros habitantes de la Patagonia, en lo referente a lo que venimos pensando en cuanto a la capacidad artística desplegada en sus obras líticas: “Yo no sé, y quizá nadie lo sepa, si los primeros pobladores de dicha tierra dejaron descendencia, si quedaron sobrevivientes de aquella época que dejó rastros de una brillante inteligencia en sus trabajos de piedra” (pág. 46). En este bello libro, el a veces llamado “gaucho Uson” dedica estos párrafos de admiración hacia los aborígenes que habitaron y, como sabemos, habitan por medio de sus descendientes la Patagonia y han dejado muestras indelebles de su arte lítico. Al caminar por el suelo patagónico se supo encontrar con restos de cadáveres indígenas y frente a ellos se preguntaba: “¿Qué habría visto en la cavidad vacía de esos insepultos cráneos rotos si me hubiera sido posible contemplar en ella la imagen del mundo que existió en el cerebro vivo, como reflejada en una mágica bola de cristal?” (pág. 45). Es ésta una profunda pregunta, que intentaremos responder en la medida de lo posible, desde una construcción actual y a lo largo de este escrito.
Volviendo al arte, como producto material de la actividad humana, la que refleja realidades históricas de los sujetos que las produjeron, Eduardo Grüner(4), señala: “Históricamente, el arte ha servido –lo cual, desde luego, no significa que pueda ser reducido a ello– para constituir lo que me atrevería a llamar una memoria de la especie, un sistema de representaciones que fija la conciencia (y el inconsciente) de los sujetos a una estructura de reconocimientos sociales, culturales, institucionales y, por supuesto, ideológicos. Que lo ata a una cadena de continuidades en la que los sujetos pueden descansar, seguros de encontrar su lugar en el mundo” (pág. 17).

 Picasso y un tehuelche anónimo

Como producto de haber vivido en la Patagonia y de usufructuar del contacto con el legado cultural tehuelche que dejaron esparcidos en muchos de esos inmensos territorios, sus obras de arte lítico me han llevado a mostrar un especial interés y admiración por el valor artístico de “nuestros paisanos los indios”(II).
Tanto los tehuelches como los mapuches siguen produciendo manifestaciones culturales típicas de sus comunidades a través de sus descendientes. Corren nuevos tiempos, donde demuestran el orgullo de ser descendientes de los primeros pobladores de estos territorios australes. Dadas estas consideraciones, estoy en condiciones de poder formular una serie de cuestiones sobre el inmenso valor antropológico, arqueológico y artístico de sus producciones líticas.
La Patagonia siempre fue, entre otras cosas, de interés para los visitantes de otras latitudes, por ejemplo Darwin, por los restos de flechas, hachas, cuchillos, boleadoras, raspadores, conanas, agujereadores, morteros, de una terminación y concepción estética notable. No resulta extraño que en cualquier pueblo que se visite, uno si demuestra cierto interés se encuentre con “buscadores de cosas”(III) como lo señala el libro de uno de ellos. Ellos atesoran pequeñas o grandes colecciones de estos elementos, producto de la búsqueda durante años en el suelo que supieron transitar los primeros pobladores de esta tierra tan rica en rastros humanos como no humanos, por ejemplo la ligada a los dinosaurios que habitaron este suelo a lo largo de cientos de siglos, la de bosques petrificados y otras variedades de seres, muchos de ellos conocidos y otros desconocidos que se comienzan a reconocer.
Son ellos(IV) los que han enriquecido museos regionales que se han ido fundando, pero a mi entender todavía el gobierno nacional no ha tomado contacto con la extraordinaria riqueza que guardan estas colecciones únicas en su género, tanto en su dimensión artística como por el enriquecimiento cultural que ellas portan.
Me considero también un “buscador de cosas”. Cuento con una colección menor, pero no puedo dejar de maravillarme con la mejor obra que encontré junto al mar: un cuchillo elaborado en sílex, con una finísima terminación, que no he visto reproducido ni citado en los diferentes congresos arqueológicos a los cuales he tenido acceso a través de sus Libros de Actas. Fue hallado en lo que se denomina paraje El Molino, camino al puerto de San Antonio Este en Río Negro, entre los médanos, a la vera del mar. Allí se pueden observar, como si se hubiese detenido el tiempo, los fogones tehuelches donde comían gigantes almejas, lo que hoy denominamos “productos del mar”. Era tal la cantidad del alimento que podían obtener que queda denunciado por las parvas de valvas diseminadas en el lugar donde desarrollaban su vida comunitaria, tanto en lo ligado al alimento como en los talleres de labrado de la piedra.
Siempre recuerdo aquel atardecer, ya hace más de un lustro, cuando luego de varias horas de búsqueda y de imaginarme la forma de vivir de estos pueblos, encontré al borde de un barranco este cuchillo. Recuerdo aquella noche en Las Grutas, cuando se lo mostré a mi “maestro” Antonio Rivera. El, con su habitual parquedad, me preguntó: “¿Dónde lo encontraste?”. Aprecié rápidamente, a través de su rostro, que estaba frente a un objeto diferente a los hallados habitualmente. Cuestión que más tarde habría Antonio de confirmarme.
Fueron pasando los años y de tanto en tanto lo volvía a observar, permítaseme llamarlo alhaja, hasta que poco a poco pude apreciar el trazo del artista, su técnica en el labrado de la piedra y la terminación del mismo, tanto como el logro al obtener una lámina tan delgada sobre la cual más tarde habría de cincelar los dientes para horadar la carne de peces, valvas, guanacos, cuices, avestruces, entre los animales que integraban su dieta cotidiana.
Otro detalle que da cuenta de la grandeza del artista tehuelche es la terminación del mango, finamente labrado sobre el material lítico. Podemos observar la hendidura hecha en la piedra, para que sirva de alojo al cuero (es posible que fuera obtenido de un nervio extraído de la pata de un guanaco o de un avestruz), lo que permite ser atado sólidamente a una madera para que el eventual usuario obtenga un mayor rango de acción y pueda explotar todas las potencialidades que la pieza ofrece.
Picasso es el artista que viene a cambiar la forma de entender la pintura, al trazar nuevas formas y con un estilo que lo habrá de distinguir como único. Es quien saca de lo profundo de su interioridad mental inconsciente los seres, escenas y objetos que lo habitan y los plasma en una obra de arte.
 Tal vez fue la pintura la que lo salvo de su parte loca, la sublimó en una interminable obra que disfrutamos aquellos que valoramos el arte en general y toda manifestación original; hace que nuestros días de vida sean más bellos.
No hace mucho tiempo, al encontrarme con la tapa del libro de Eduardo Grüner(V), me pareció que la pollera de esa mujer construida con partes de diferentes cuadros, pintados a lo largo de los siglos por distintos pintores, pertenecía a Picasso. Busqué en un libro sobre la obra de Picasso y, al igual que aquella tarde en la que encontré aquel cuchillo, elaborado por un artista tehuelche, volví a descubrir y experimentar una profunda emoción. Pude apreciar que ese cuchillo reaparecía nuevamente en la pollera de una de las danzarinas, por obra y gracia del pincel del genial malagueño. Ambos artistas, tanto el tehuelche como el español, contenían en el entramado de la forma de sus obras una enorme similitud.
Se trata del cuadro “Las tres danzarinas”, que había pintado en 1925 durante su estancia en Italia, donde se produjo un vuelco en su pintura. Se acercó al realismo cubista, que estaba profundamente atravesado por las ideas de Freud. Es así que se dejó llevar por lo que afloraba de su interioridad, en cuanto a formas y temas, plasmadas en el lienzo vía la guía de sus emociones más profundas. El encuentro con Eluar y Bretón dejó profundas huellas en su psiquismo, de ahí que se animara a pintar este cuadro donde la sexualidad, la muerte, el nacimiento, el odio, el amor y los miles de entramados que se pueden tejer quedaron plasmados.
Las tres danzarinas se encuentran frente a un balcón. Hay una idea que demarca lo externo de lo interno. En cuanto a lo externo, pareciera conservar las formas materiales, compartidas por la mirada objetiva de cualquier humano. Donde sí aflora el viaje hacia el mundo interior es en las formas que les imprime a las mujeres, que aparecen con una clara delimitación como producto de la mente de Picasso. Es posible interpretar que la agresión está marcada por el cuchillo. Lo femenino en los colores rosa, la muerte en la parte oscura, la referencia a la vagina en la pollera de la mujer que porta el cuchillo del artista tehuelche y que Picasso vuelve a hacer presente. No quiero extenderme más en el simbolismo que a mi entender guarda el cuadro como alguna autointerpretación que podría hacer sobre mi interés consciente en este tema y sus implicancias inconscientes, que seguramente las tiene.
Lo que sí deseo resaltar es cómo Picasso, el genial pintor del siglo XX que supo plasmar en su obra los grandes temas que su tiempo le deparaban, se encuentra con otro artista, tehuelche, que lo antecedió en varios siglos. Aunque nunca tuvieron un encuentro cara a cara, sí en la dimensionalidad y en la interioridad de sus propias mentes ligada a lo inconsciente, signada por el odio, el amor y la búsqueda constante del conocimiento.
Además, supo Picasso mostrar su interés y admiración por las culturas que se fueron desarrollando por fuera de las potencias económicas, hegemónicas en cuanto a la imposición de sus gustos estéticos, como pueden ser las europeas. Mostró su interés por la cultura africana y, en un momento en que visitó Estados Unidos, fue a la casa de Gary Cooper, uno de los actores emblemáticos del cine americano que fuera quien representó muy bien la cultura del cine americano ligado al western y a la lucha contra el indio. En esa ocasión, el genial pintor se colocó sobre su cabeza el bello emblema de un jefe indio, tal cual lo muestra la foto adjunta, confirmando de alguna forma su interés por la causa india.
Encuentro razones suficientes, para responder a los interrogantes que formulé al inicio de este recorrido. Es lícito poder articular el encuentro entre un artista tehuelche desconocido y la obra de Picasso, dado que portan en la profundidad de sus mentes, regidas por lo inconsciente, formas y figuras que les son comunes, les pertenecen y las han plasmado en la materialidad de sus obras, que sus congéneres podemos observar, dejándonos sorprender por la emocionalidad ligada a un nuevo acto de descubrimiento, lo que nos permite elaborar una mirada resignificada de la historia.

(I) Psicoanalista, miembro titular de la Asociación Psiconalítica de Buenos Aires (Apdeba), profesor titular de la Universidad del Salvador (Buenos Aires) y profesor adjunto del Instituto Universitario de Formación Psicoanalítica (IUSAM - Apdeba).
(II) Carlos Martínez Sarasola, “Nuestros paisanos los indios”. Editorial Emecé. Buenos Aires, 1992.
(III) Salatino Mazzulli, “Apuntes de un buscador de cosas”. Edición del autor. Choele Choel, Valle Medio (Río Negro), 2003.
(IV) Entre otros, deseo señalar a varias personas con las que pude intercambiar ese tipo de experiencias y las cuales me ayudaron a poder distinguir una piedra cualquiera de “una trabajada”. Antonio Rivera, recientemente fallecido en su ciudad, San Antonio Oeste, realizó trabajos de campo junto al reconocido arqueólogo, antropólogo y etnólogo Rodolfo Casamiquela. Su colección ayudó al enriquecimiento del museo de la ciudad de Viedma, capital de Río Negro. Fue reconocido por investigadores alemanes que visitaron la Patagonia, según alguna vez me contó. Otro es Constantino Vicci, nacido en Italia y actualmente reside en San Antonio Este (Río Negro), quien cuenta con una colección muy bien cuidada y muy rica en objetos líticos. Víctor Di Leonardo, nacido en Italia, migró con su familia a Villa Regina tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial y posee una importante colección. Juan Camú, de Ingeniero Huergo, es descendientes de vascos y vive en Ojo de Agua (Río Negro), que fuera un asentamiento tehuelche y mapuche. Cuenta con importantes producciones del arte lítico indígena. Juan Mario Raone, miembro de la Academia Nacional de la Historia, es autor de tres volúmenes imprescindibles para quien se dedique al estudio de estos temas, como ser “Fortines del Desierto” (1969). Andrés Mota y Gómez, ya fallecido, vivió en Macachín (La Pampa) y supo contar con una colección importante de la cultura mapuche desarrollada en Salinas Grandes, la cual fue a enriquecer museos pampeanos, según me contó su hijo (al que ya considero un amigo), Albino Mota Pinillos, autor del libro “Un paraje llamado Macachín, su historia, su gente”. Fondo de Editorial Pampeano. Santa Rosa (La Pampa), 2000.
(V) Eduardo Grüner, “El sitio de la mirada”. Editorial Norma. Buenos Aires, Argentina. 2006.

Bibliografía
(1) Hume, David, “Investigación sobre el conocimiento humano”. Alianza Editorial. Madrid, España, 2005.
(2) Lloyd, Christophe. “A picture history of art. Western art through the ages”. Phaidon Press Limited. Nueva York, Estados Unidos, 1979.
(3) Hudson, William H. (1940). “Días de ocio en la Patagonia”. Editorial El Elefante Blanco. Buenos Aires, Argentina, 2005.
(4) Grüner, Eduardo (2001), “El sitio de la mirada”. Editorial Norma. Buenos Aires, Argentina, 2006. “El fin de las pequeñas historias”. Editorial Paidós. Buenos Aires, 2005.

 

   
OSCAR ELVIRA (I)
Especial para “Río Negro”
   
 
 
 
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