Ya para 1915, algunas experiencias muy auspiciosas en el Alto Valle de Río Negro demostraban la conveniencia de explorar el cultivo de la remolacha azucarera. Este antecedente, sin duda, debió tenerlo en cuenta un joven emprendedor, Benito Lorenzo Raggio, que luego de formarse profesionalmente en Suiza e Italia tomó la decisión de llevar a cabo uno de los emprendimientos productivos e industriales más ambiciosos del valle inferior del río Negro.
Raggio era hijo de una familia adinerada que había pensado para él un destino distinto: la administración de un comercio de ramos generales, una actividad muy lucrativa por entonces pero absolutamente contraria a su vocación productiva e indus- trialista. Su proyecto era otro: establecer en General Conesa un ingenio azucarero y expandir, a partir de esta experiencia piloto, otra serie de emprendimientos de su tipo en Choele Choel, Viedma y Balcarce, en la provincia de Buenos Aires.
Su iniciativa era una "provocación" para los ingenios azucareros del norte argentino, verdaderos enclaves medievales regidos por lógicas feudales cuyas consecuencias, en términos culturales, han llegado hasta nuestros días.
Junto a su amigo Juan Pegasano, Raggio adquirió tierras en todo el valle de Conesa para transformarlas en una verdadera locomotora para el desarrollo de una región que hasta el día de hoy recuerda con nostalgia un tiempo de genuinas esperanzas. A principios de la década del veinte ya se habían hecho los estudios de factibilidad y poco después comenzaron a llegar las formidables máquinas Skoda, de fabricación checoslovaca, que a campo traviesa y a bordo de camiones montados sobre orugas y ruedas macizas fueron transportados desde San Antonio Oeste adonde habían llegado en tren hasta su nuevo destino. La "Compañía Industrial y Agrícola San Lorenzo" ya estaba muy próxima a su objetivo: producir azúcar en el valle de Conesa.
Una idea del progreso
Con una marcada visión progresista, Raggio desarrolla, en las distintas unidades del complejo, modernos barrios de viviendas prefabricadas, traídas desde Canadá, para albergar a los operarios y a los trabajadores que se abocarían a las tareas de cultivo como en Colonia La Luisa y que en total sumarían medio millar de obreros.
En la etapa inicial del proyecto estaba previsto que Conesa aportara una producción de cien mil bolsas de setenta kilos cada una que, sumadas a las que aportarían el resto de los ingenios de Choele Choel, Viedma y Balcarce, superarían las ochocientas mil. Esta información que seguramente no era desconocida por los ingenios del norte habrá operado, como ya expusimos antes, como una verdadera declaración de guerra.
El 30 de mayo de 1929 el ingenio quedó oficialmente inaugurado. Varias autoridades del gobierno nacional llegaron a Conesa para participar del evento. Luego de arribar a Patagones en ferrocarril, se trasladaron en automóvil hasta el lugar, desandando los penosos caminos de entonces pero motivados por un asombro incomparable y el deseo de conocer este emprendimiento industrial enclavado en plena Patagonia.
La siembra de remolacha bajo riego se llevó a cabo en Colonia La Luisa, Colonia San Juan y en San Lorenzo, mientras que en secano se hizo lo propio en Colonia Frías. Ya para mediados de la década del treinta San Juan tenía en producción quinientas sesenta hectáreas, La Luisa y San Lorenzo doscientas cincuenta, Valcheta cien y Viedma sesenta.
En La Luisa, la compañía montó dos motores Mercedes Benz para bombear tres millones de litro de agua para riego y, en San Lorenzo, se colocaron tres bombas para arrancar del río cuatro millones de litros. Para sanear otros problemas de infraestructura, el ingenio le propuso al Ferrocarril del Estado la construcción de una vía férrea de trocha angosta desde la estación Wintter a Colonia San Juan. El riel pasaba por Colonia San Lorenzo y llegaba a la estación Conesa. Cuenta la historia de la "trochita" que, ante la falta de estudios de planimetría, se apeló al conocimiento ancestral del hijo del cacique Pailemán, Pedro, que basado en un exhaustivo dominio del terreno les fue indicando a los técnicos la mejor ruta para el tendido de los rieles. En 1933 el tren comenzó a operar.
El ocaso
Luego de una zafra record de treinta y dos mil toneladas, en 1935 la peste cayó sobre cultivos. Una extraña enfermedad marchitaba las plantas. Ante ello, los directivos del ingenio convocaron a expertos norteamericanos que llegaron a Conesa para investigar la extraña enfermedad que para muchos había sido introducida por los intereses económicos contrarios, que ya comenzaban a hacerse más visibles en sus propósitos.
El ingeniero Munk llevó las muestras a su país con la promesa de resolver el problema al cabo de dos años. Esta enfermedad, que atacó las plantas de remolacha de Conesa, hoy lleva el nombre de este técnico que trabajó en la identificación del virus en la búsqueda de producir una semilla que lo resistiera. De todos modos el ingenio estaba herido y, para colmo de males, Benito Raggio había sufrido en ese contexto un infarto que devoró sus energías. Agobiado, decidió vender. Los nuevos dueños de la planta la destruyeron: destecharon el galpón de azúcar y dinamitaron las viviendas de los operarios. Además le exigieron a Raggio, en el contrato de venta, que durante diez años se olvidara por completo de emprender un proyecto igual. Los campos que habían sido el motor de una industria floreciente pronto se reconvirtieron para el sembradío de pasturas. El fracaso pronto se materializó en las praderas cubiertas de alfalfa, donde ya no hacía falta el trabajo intensivo ni el ingenio de la mano del hombre.
La planta no sólo estaba prevista para producir azúcar sino también otros derivados de la industria: alcohol, conservas y alimentos para la producción de cerdos. Pero también era un motor para el desarrollo de infraestructura de riego y de transporte y un factor clave para poblar la región.
El rendimiento de la remolacha era el doble que producía la caña tucumana y logró poner en producción mil hectáreas de cultivo intensivo. Todo ello, sin embargo, contribuyó para que las presiones de los grupos económicos más retardatarios presionaran al poder central para poner cupos de producción que, junto a otros factores ya enumerados, determinaron la inviabilidad del proyecto. En 1941 el ingenio azucarero de General Conesa estaba herido de muerte y su historia demuestra a la vez que nos invita a conocerla más a fondo muchas desdichas que recorren la historia argentina, la historia de un país rico pero infinitamente injusto.
PEDRO PESATTI