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Sábado 01 de Septiembre de 2007
 
 
 
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  Liverpool y la mina de Los Beatles
Mientras celebra su Semana Beatles, Liverpool conmemora 800 años de vida oficial. Pero el asesinato de un niño parece devolver a la ciudad a sus tiempos más oscuros y recuerda otras muertes, en este lugar donde está omnipresente la memoria del cuarteto más célebre.
 
 

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Los veteranos de los años sesenta respiran hondo cuando el avión aterriza en el John Lennon Airport: por lo menos, piensan, aquí hay una señal palpable de que las turbulencias de la Década Prodigiosa produjeron cambios.

Un asombrado policía especula con que haya sido una ceremonia de iniciación "gansta". Cambian las caras y la conversación deriva hacia el "spanish Liverpool", que entrena Benítez. Supongo que duele ver la ciudad de uno convertida en un parque temático que crece cada día.

Entre los cientos de actuaciones hay algunas que ofrecen un guiño a los enterados.

La realidad recorta las fantasías: el de Liverpool es otro aeropuerto provincial más, aunque las paredes muestren algunas letras del desaparecido beatle y haya una estatua de bronce ante la que se arremolinan los turistas. El aeropuerto tiene como lema un verso lennoniano muy obvio: "Sobre nosotros, sólo el cielo".

La ciudad debería estar jubilosa. Está celebrando su Semana Beatles, que atrae a miles de fans (y docenas de bandas de todo el mundo, expertas en tocar el repertorio sagrado). Se conmemoran los 800 años del reconocimiento de la ciudad, por concesión del rey Juan. Además, en 2008 ejerce de Capital Europea de la Cultura. Sin embargo, abundan las caras largas. Una semana atrás, Rhys Jones fue tiroteado en Croxteth Park, un barrio plácido del norte de la ciudad. Técnicamente, aquello aparentaba ser una ejecución, otro episodio más de las guerras entre bandas juveniles. Pero Rhys tenía 11 años y su único interés era el fútbol. Su encapuchado asesino parecía ser un poco mayor, pero los testigos hablan de su extraordinaria frialdad al disparar tres veces y de la tranquilidad con que se marchó, pedaleando sobre una bicicleta. Pudo ser, especulaba un asombrado policía, que se tratara de una criminal ceremonia de iniciación en el mundo gansta, para lo que se escogió por casualidad al desdichado Rhys.

Para los liverpulianos, la terrible sensación del déjà vu: un crimen horrible, que parece manchar a toda la ciudad. Igual que en 1993, cuando dos niños de diez años acabaron cruelmente con la vida de un crío de dos, Jamie Bulger. Entonces, acababan de superar la peor década de su historia. A finales de 1980, alguien mataba en Nueva York al más famoso hijo de la ciudad, John Lennon. En 1981, explosionó el barrio de Toxteth, en unos disturbios de origen racial que adquirieron una violencia inusitada: la policía utilizó, por primera vez en Inglaterra, las armas antidisturbios reservadas para Irlanda del Norte.

Las masacres futbolísticas de Heysel (1985) y Hillsborough (1989) tuvieron como actores y víctimas a los hinchas del Liverpool FC. No fueron ellos los únicos ni los principales responsables, pero identificaron a la ciudad con el horror de las masas incontrolables. Tragedias que venían a confirmar las peores visiones de Liverpool, convertida por cierta prensa londinense en la vergüenza del Reino Unido. En 1983, el ayuntamiento pasó a manos del Partido Laborista, allí dominado por Tendencia Militante, un grupúsculo trotskista. En la Arcadia de Margaret Thatcher, "todos podemos ser ricos"; aquello era una ofensa. Se desató una intensa campaña de descalificaciones. Liverpool, decían algunos periódicos capitalinos, era un nido de holgazanes y delincuentes. Los "scouses", como se conoce coloquialmente a los vecinos de esta ciudad, eran incapaces de enfrentarse a los años de vacas flacas: se negaban a reconocer la necrosis de su tejido industrial y el fin de su preeminencia en el comercio marítimo. Aunque los laboristas expulsaron finalmente a Tendencia Militante, se siguieron difundiendo los peores estereotipos sobre las gentes del Merseyside.

De aquellos tiempos airados queda un poso de desconfianza ante los periodistas de afuera: están convencidos de que los media sólo se ocupan de Liverpool para resaltar lo negativo. Así que hoy, con el caso de Rhys Jones, no es un buen día para que alguien venga haciendo preguntas. La hostilidad en el pub sólo se disipa cuando oyen que el periodista es español. Cambian las caras y la conversación deriva hacia el spanish Liverpool, el equipo local que dirige

Rafa Benítez y que incluye entre sus filas a Xabi Alonso, Arbeloa, Pepe Reina y Fernando Torres.

El ex jugador del Atlético de Madrid tiene embelesada a la afición: su imagen ocupa las portadas de las dos publicaciones dedicadas al Liverpool, "The Kop" y "LFC". Se discute si realmente vale los 27 millones de libras esterlinas que ha costado su fichaje, se valora si tiene voluntad para adecuarse al juego brutal de la Premier League, se explica su sentido de la "verticalidad" (en español).

Peter, un hincha risueño, se ofrece a acompañarme hasta el restaurante favorito de los jugadores hispanos: "Torres come allí muchos días". Se trata de La Viña, en North John Street, pero cuando llegamos no hay rastro de "El Niño" o sus compañeros. Sin confesar el pecado mortal que mi interés por el fútbol es más bien escaso, logro escapar hacia la cercana Matthew Street. Es el callejón en que se manifestó el Merseybeat, movimiento musical que tuvo a Los Beatles como rompehielos. Varios negocios llevan ahora el nombre de The Cavern, el club donde se forjaron aquellos conjuntos de los primeros sesenta. Estos días rebosa de visitantes, dispuestos a fotografiarse con los grupos actuales que pasean exhibiendo diversos looks extraídos de portadas de Los Beatles. Exclamaciones de deleite al saber que los que llevan casacas tipo Sgt. Pepper son rusos y los que prefieren el uniforme negro con corbata han venido desde Monterrey.

Intento conectar con Allan Williams, que ha quedado inmortalizado como "el hombre que prescindió de Los Beatles". Para la historia ha quedado que

rompió con el cuarteto y aseguró a Lennon que "nunca llegaréis a nada sin mi ayuda". Pero ellos ya habían negociado con su segundo representante, Brian Epstein, que prometía presentarles ante la industria discográfica londinense (Williams se conformaba con llevarles a Hamburgo). Como ocurre con Pete Best, el primer baterista del grupo, ha convertido su desdicha en una profesión: viaja constantemente a convenciones donde embellece sus recuerdos y firma autógrafos. Williams, de 75 años, hoy se muestra afable, pero lamenta no tener tiempo para la prensa: "Me contrataron unos americanos para que les enseñe la ciudad".

A estas alturas, sorprende encontrarse aquí con reticencias respecto de su grupo más ilustre. El periódico local, "The Echo", publica una serie sobre "las 100 cosas que hacen grande a Liverpool". En el número 2 están Los Beatles (el primer puesto está reservado para los liverpulianos, por su "testarudez e inventiva"), pero el autor de la lista, el historiador Ken Pye, confiesa que quiso dejarlos fuera. Lo hicieron rectificarse, pero refunfuña que "Los Beatles eclipsan otras cosas realmente grandes de la ciudad". Indago al respecto y vuelvo a escuchar las quejas añejas: se marcharon a Londres en cuanto tuvieron la oportunidad y no volvimos a verles el pelo. Prefieren olvidar que Paul McCartney mantiene lazos con la ciudad ahí está su Liverpool Oratorio y que su patrocinio ha hecho posible el LIPA, el Liverpool Institute for the Performing Arts, como la escuela de "Fama" pero con los pies en la tierra.

Los que hablan así son gente muy adulta. Los más jóvenes hacen un gesto de hastío cuando se les saca el tema. Es comprensible su hartazgo, si trabajan en la industria turística o viven cerca de uno de los abundantes lugares beatles: se ven sometidos a un bombardeo diario de canciones de Los Beatles, aparte de los patosos que insisten en preguntar por Abbey Road, el estudio londinense. Duele, supongo, ver la ciudad de uno convertida en un parque temático que crece cada día: se está habilitando un gran hotel para fans, el Hard Day's Night Hotel, que promete una inmersión total en su mundo desde que se traspasen las puertas.

Una cara conocida: Gonzalo García Pelayo, antiguo productor y ahora profesional del juego, acude por primera vez a la Semana Beatles. Quiere escuchar su música en directo: "Espero encontrar grupos tan buenos como los sevillanos Escarabajos. Hace unas semanas, en Madrid, me emocionaron al tocar perfectamente Sgt. Pepper. Es una oportunidad para escuchar lo que Los Beatles no pudieron tocar en directo. No quiero oír versiones creativas, al estilo de lo de Ray Charles con Yesterday, que me parece detestable".

La programación del Matthew Street Festival, que coincide con la Semana Beatles, tiene mucho de festín retro. Entre los centenares de actuaciones en los clubes locales abundan los nombres que ofrecen un guiño a los enterados: The Cheatles, Rain, The Yellow Submorons, Blue Meanies, Instant Karma, The Parlophones, Band on the Run, ReMcCartney. La demanda de sucedáneos no se para en Los Beatles. Estos días, en Liverpool también se anuncia a Dios Salve a la Reina, argentinos que imitan a Queen o a una vocalista que recrea el repertorio de la gran Patsy Cline. Algunos liverpulianos empiezan a sospechar que viven en un mundo paralelo donde nada es verdad.

Tal vez eso explique el cinismo que rodea a la programación de la Capital Europea de 2008. Phil Redman, creador de la serie televisiva Brookside (que transcurre en Liverpool y alrededores), ya ha dado la señal de alarma: denuncia la inoperancia del Consejo Asesor, al que él mismo pertenece. Para 2008, también debe haber concluido Liverpool One, la reconversión del centro de la ciudad en una meca del comercio y el ocio. Ahora mismo, las obras dificultan el callejeo. Uno de los atractivos de Liverpool es precisamente el disfrute de su arquitectura, que sobrevivió a los feroces ataques de la Luftwaffe. De momento, Liverpool promete más de lo que ofrece. La Royal Philharmonic Orchestra presume de desarrollar conciertos en Second Life, ese mundo virtual, pero en el cogollo de la ciudad sólo hay un cibercafé; cierra a las seis de la tarde, al estar dentro de una galería comercial. También es cierto que el centro urbano luce desolado cuando cae la tarde. Con el hiriente graznido de las gaviotas, que han aprendido a rasgar las bolsas de basura, esas calles vacías parecen el escenario de una película de Hitchcock. La única concesión al cosmopolitismo en horarios es risible: un día a la semana, las tiendas cierran a las ocho de la tarde en vez de a las cinco. Este es un lugar en el que la presencia de un McDonald's abierto de noche parece simbolizar la modernidad. Hacia allí acuden los turistas y los jóvenes nativos.

Fieles a su ciudad, las chicas de Liverpool intentan disculpar la escasa animación nocturna. "Es que hoy se celebra Creamfields, el festival de música electrónica, en las afueras". Isabella, de 28 años, suspira por su inspiración, Cream, la discoteca que durante unos años fue un imán para los iluminados por el acid house en el norte de Inglaterra; "hasta venían autobuses de Londres". Cream se cerró y Creamfields ahora es una franquicia, que incluso tiene una edición española y argentina. ¿Y cómo no están ellas allí? "Buff, Creamfields es muy caro. Además, con el asesinato del chico, va a haber mucha presencia policial; no promete ser muy divertido".

Como si nos escucharan, aparecen los uniformados, conduciendo una furgoneta amarilla con cámaras de video en el techo. Su objetivo parecen ser unos mendigos, pero llevan chalecos antibalas. Visto el ambiente, es preferible volverse hacia Matthew Street y sus certezas nostálgicas.

DIEGO A. MANRIQUE

"El País" 

   
   
 
 
 
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