En un catálogo de 1998, citado por el crítico e historiador del arte Edward Lucie-Smith, Antonio Seguí comentaba que “el sentido del humor es la única cosa que puede salvarnos. En efecto, ¡estoy por la globalización del humor! En arte también es algo que puede salvarnos. En Francia, el humor es sarcástico, a veces cínico. En la Argentina, y sobre todo en Córdoba, que es una ciudad de estudiantes, el humor es burlón, se vincula con el absurdo de la vida cotidiana. La gente dirá de alguien que ‘es tan inútil como cenicero en moto’”.
La cita sirve para echar luz acerca del lugar desde el que Antonio Seguí plantea su obra: sus raíces, que en una etapa de su trayectoria estuvieron en el arte latinoamericano y argentino tradicionales –recorrió el continente en su busca y la obra de esa época lo atestigua–, se consolidaron en dos grandes vertientes: su infancia y el humor. La una y el otro juntos, porque de su niñez rescató las historietas, las tiras de los diarios, el Billiken y una estética que campeaba en esas publicaciones.
Y entonces, como en una vuelta o en un eterno retorno, en los trabajos de los últimos quince años Seguí incluyó esos elementos como con un guiño lúdico: la historieta con sus onomatopeyas e interjecciones forman parte del dibujo, el uso de flechas, señales yuxtapuestas, personajes arquetípicos caricaturizados y objetos propios de las décadas de 1940 a 1950 –aviones bi y cuatrimotores, edificios altos de arquitectura “peronista”–, colores planos –en algunos casos fluorescentes– y líneas de contorno y la perspectiva totalmente rota.
La mayoría de los personajes que pueblan esas ciudades encerradas en cuadriláteros de tela son varones, a quienes otros seres acompañan: mujeres rústicas, groseras de rasgos bastos, perros callejeros sin ningún atractivo estético y números. Cuando hace falta, el fondo está cubierto por letras, un mensaje que nadie puede entender, y menos los habitantes de esos mundos.
De cualquier modo, las pinturas muestran un mundo superpoblado, abigarrado de objetos y casi asfixiante: no son escasos los hombres que asoman de alcantarillas, más buscando aire fresco que intentando esconderse. En varios casos los hombres caracterizados “en su faceta más vil” –ver aparte– usan anteojos oscuros, bigotes finos y siempre trajes. A veces parecen policías de civil; otras, funcionarios de segunda o tercera línea o tangueros frustrados, pero siempre dominantes de un mundo en que no vale la pena el esfuerzo. De eso dan testimonio los letreros luminosos: tristes y desvaídos carteles que anuncian el nombre de hoteles, restoranes, negocios.
Las mujeres gritan: sus bocas son fauces; sus gestos son espasmos y, al igual que los varones, parecen haber desterrado toda ternura. Un rasgo heredado por la pintura de Seguí de la época de la dictadura militar: numerosos personajes aparecen de espaldas, mirando un horizonte que sólo ellos conocen. Parecen el hombre de Franz Kafka –Gregorio Samsa o K, simplemente–. Y, sin embargo, es quizá la ciudad que describió Roberto Arlt: angustiada, opresiva, hipócrita. Por un lado, el orden representado por los trajes, las corbatas, los bigotes y los anteojos oscuros. Por el otro el color, las mujeres en un alarido.
Entonces, el humor como planteo original termina en un sarcasmo. Queda cierto regusto amargo pues, como se ve, no todo es jolgorio. La vida urbana se muestra con sobreabundancia de datos: además de hombres, mujeres y perros, hay edificios, árboles y automóviles dibujados como por un chico de escuela primaria. Es que muchos de los motivos parecen tomados de esos cuadernos Lanceros de Bengala o Rivadavia de tapa dura que debió usar el artista en su infancia.
La muestra en el MNBA abre con un cuadro que puede ejemplificar lo dicho, “Viernes santo” –técnica mixta con collage–, una obra de tonos grises, azules y negros sembrada de calaveras que alerta desde su belleza ante el posible entusiasmo que puedan despertar los destellos humorísticos posteriores.
En la exposición también hay una serie –“Arquetipos porteños”– constituida por futbolistas famosos de los clubes más importantes. Son obras en formato pequeño que incluyen collage. Luego, cuatro obras referidas a la “existencia real”: medialunas, una tostadora, un puerro: óleos en los que la pintura excede el marco, lo transgrede, lo disuelve y continúa hacia un espacio totalmente virtual. Entonces no se sabe si es la vida que se introduce en la tela o la obra que intenta salirse de sus límites y teñir la existencia.
De Córdoba a París,
Seguí la vida
Antonio Seguí nació en Córdoba en 1934 y se convirtió, con Luis Tomasello y Julio Le Parc, en uno de los artistas argentinos más reconocidos en el exterior. Expuso en España, Francia, Finlandia, Grecia, Irak, Japón, Suiza y la mayor parte de los países de América Latina y realizó exposiciones en los principales centros artísticos de Estados Unidos.
En su trayectoria se destacan la obtención del Gran Premio Fondo Nacional de las Artes, el Gran Premio otorgado por el “National Museum of Western Art” en la V Bienal International de Tokio y el Gran Premio otorgado en el Salón de Montrouge, Francia, entre otros. Fue el único argentino que logró una exposición individual en el Centro Pompidou de París.
A comienzos de la década de 1960, luego de un viaje por América, Seguí decidió radicarse en París. En declaraciones a la crítica, dijo que prefería “ser un argentino en París que un cordobés en Buenos Aires”. Actualmente vive en Arcueil, un suburbio de la capital francesa.
En esa década participó junto con Rómulo Macció, Luis Felipe Noé, Ernesto Deira, Ricardo Carpani y Jorge de la Vega, entre otros artistas, en el quiebre en el arte argentino que enfrentó a los creadores con críticos e instituciones, entre ellas el Di Tella.
Según el escritor Pedro Orgambide, Seguí ejecuta “un iconoclasta sentido del humor” mediante el cual aparece en su obra “un crispado expresionismo” caracterizado por un “uso intenso de la sátira y de la caricatura”.
Orgambide señaló la recurrencia de figuras masculinas de espaldas, vestidas de manera formal y tradicional que comenzaron a aparecer en las pinturas de Seguí en coincidencia con la dictadura militar.
En 1977, el artista debió viajar a la Argentina y volver a Córdoba para encargarse de cuestiones familiares. En ese momento, las autoridades militares cordobesas le negaron varios pedidos en virtud de “su ideología subversiva”.
El jolgorio neoliberal se tradujo en un cambio en los colores de sus pinturas: de los apagados casi acuarelados pasó a tonos estridentes, fluorescentes, asociados con los juguetes y objetos perecederos y superfluos.
GERARDO BURTON
gburton@rionegro.com.ar
OPINION: Injusticia y café con medialunas
Conocía en forma fragmentaria la obra de Seguí pero ignoraba la realidad del artista en la actualidad. Fui al museo despojada de un marco de referencia sobre su vida y recorrí la muestra con un bagaje de pretendida ingenuidad, por lo que pude concentrarme en la temática y en la forma en que desarrolla sus temas. Monótona. Machacante. Agobiante.
Me gustó ver tanta pintura. Pese a los designios fatalistas del posmodernismo, del conceptualismo o de la incipiente muerte de la pintura, ver estas obras de un gran maestro o de un incansable trabajador de las artes visuales que trasciende las modas y los designios de los intelectuales del arte, quienes sentencian cuál debe ser el rumbo que debe tomar el arte contemporáneo. Creo que estamos frente a un artista que pintaba, pinta y seguramente pintará.
Mucho oficio de pintor. No se vislumbra –al menos en esta muestra– un interés por la exploración en cuanto a técnicas o procedimientos pictóricos innovadores. Por lo visto, con la pintura acrílica y el lienzo le basta y le sobra para crear todo un universo.
Aunque pareciera perseguir obsesivamente un tema
Por un lado, las obras son monumentales en cuanto a su tamaño. Allí representa al hombre en la ciudad de una manera asfixiante. El hombre no como lo mencionaríamos de manera genérica para referirnos a la humanidad, el hombre-hombre. Pero el hombre en su faceta más vil. Trajeado. Acartonado. Amontonado. Apretujado. Incomunicado.
El hombre ocupando los espacios de poder. El hombre ocupando todo el espacio de la tela; en algunos casos rodeado, sumergido en textos, en información que no puede leerse. Rodeado de pequeños edificios (pequeños en escala con sus personajes). Si miramos con detenimiento, hay personajes caricaturizados, tomados de la realidad, de nuestra realidad histórica contemporánea.
Algunos perros, y poquitas mujeres... muy pocas.
Me impresionó el lugar físico que ocupan en sus obras las mujeres. Y sobre todo la forma en que las representa: es realmente trágica. Frente a hombres uniformados con trajes, ellas están desnudas y despojadas.
Todo este universo, contado en un tono caricaturesco, con mucho humor pero con un contundente velo de ironía.
Por otro lado, hay obras en pequeño formato, imágenes de objetos cotidianos. Podría ser una mañana cualquiera en un desayuno: una medialuna, una tostadora. Son pinturas muy simples y sintéticas pero sumamente conmovedoras.
Son dos aristas simultáneas del mismo mundo representado y del mundo real.
Paisajes interiores y exteriores.
Detrás de esos cuadros imagino un ser sensible –como muchos otros– arreglándoselas para sobrevivir en un mundo que parece naturalizarlo todo, lo simple y lo horroroso. Un mundo donde pueden convivir sin aparentes contradicciones la injusticia y un café con medialunas.
Marina Robledo
Artista plástica
Quince años de trabajo
Esta muestra de Antonio Seguí nos trae parte de la obra de uno de los más importantes artistas plásticos que nuestro país le ha dado al mundo. Abarca quince años de constante trabajo, experimentación y compromiso con los ideales de una generación que cimentó las bases y construyó el andamiaje del arte y la cultura argentina del siglo XX…
Su forma de pintar creció con él a la par que lo hicieron las artes plásticas nacionales. Maduró a la sombra de su propio crecimiento como hombre, como artista y, fundamentalmente, como ciudadano; primero de su país, al que jamás olvidó y, finalmente, del mundo, al cual le pertenecen hoy sus creaciones.
Y lo hizo sin perder su condición de hombre del interior de un vasto territorio, inexplicable para el resto del planeta, pero intensamente claro y doloroso para quien haya nacido en esta tierra.
Desde mediados de los años cincuenta, Seguí viene plasmando en cada cuadro un momento preciso de la historia de la plástica argentina, lo que equivale a una postal de nuestra nación en cada cuadro.
Desde sus acercamientos al informalismo y al expresionismo alemán, pasando por sus experiencias mexicanas, hasta esas junglas de cemento atiborradas de personajes alienados por las grandes urbes, yendo y viniendo en el caos de sus propias sobrevidas, sumergidos en la hecatombe de una sociedad que ve morir al individuo a manos de la masificación y la ignorancia.
Ciudades anestesiadas por la mediocridad de una vida que parece más “urbana” que humana…
Uno de los cuadros más reconocidos de Seguí muestra a un personaje, claramente argentino, dando un gigantesco paso desde el Obelisco porteño hacia la Torre Eiffel. Una suerte de puente entre culturas, una metáfora de su propio viaje, el camino del héroe desde esta América hacia Europa.
Oscar Smoljan
Director del MNBA de Neuquén
Actitud irreverente
En Antonio Seguí, el ojo se adelanta a la rapidez de ejecución. Las imágenes, la idea y la expresión convergen al unísono. Es su mano que conduce su pensamiento puesto que, para él, la creación visual es un método de conocimiento, su modo de investigar, de reflexionar sobre lo que lo rodea. A diferencia de otros creadores que “trabajan” la idea, la espontaneidad de su trazo y la seguridad de la concepción del espacio revelan una coordinación total entre el gesto y la expresión, índice de un oficio manejado con maestría.
Se percibe inmediatamente su actitud irreverente. Las imágenes aún cargadas de una ironía que roza el humor negro, devastador, en particular en una serie memorable sobre la oligarquía argentina (“Album de familia”, 1963).
En las telas de gran tamaño, el gesto es más controlado y el efecto de ambigüedad alucinatorio es creado por la libre asociación de elementos fuera de escala descriptos con una precisión minuciosa...
El compromiso de Seguí no pasa por el cuestionamiento de la pintura, puesto que sigue fiel a un modo de expresión tradicional como el cuadro de caballete. Su compromiso es de otro orden. Aun a la distancia, toda su obra sin gritos, marcada por el humor –esa forma de clarividencia–, es una meditación sobre su país.
(Martha Nanni en el “Prefacio” al catálogo de la muestra “Personnes”, en la Galerie Nina Dausset, de París, 1979)