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Sábado 16 de Junio de 2007
 
 
 
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  La guarida del escritor
 
 

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Siempre tiene una botella de Jack Daniels al alcance de su mano. Ahí, en la pequeña habitación de su modesta casa del barrio Bella Vista, Córdoba.
Habitación en la que duerme. Escribe. Corrige. Lee a Borges y Faulkner. Y repasa a Marx y Engels.
–Después de todo no veo por qué no puedo tomar un buen whisky y seguir creyendo en la revolución… Lo que hoy es anacrónico, mañana no lo es –suele sentenciar a quien llega a esa habitación.
Un lugar de sencillez conventual. Atiborrado de libretas y cuadernos escritos a pluma sin respetar márgenes. Letra rápida. Tachados. Borrones. Almacén de los originales de su literatura. Trama cuya intimidad sólo él puede despejar.
Un lugar donde cuatro años atrás él se lució en coraje. El ladrón entró con la seguridad de que la tarea le sería fácil. Pero él, predilecto de reflejos felinos, se le tiró encima con sus largos 70 años que ya eran más 80. Y piña va por aquí y piña va por allá, el caco huyó despavorido.
“¡Mierda, qué tipo malo el pelado éste!”, dice la ficción que el caco grito mientras emprendía desordenadamente la huida.
Pero él quedó tirado en el suelo. Sintiendo en sus costillas las consecuencias del entrevero. Pero el dolor más intenso le fue llegando con las horas. Y no le provino de los golpes que también le habían acreditado. Sino del barrio de calles estrechas y empinadas que lo rodea. Gente que sintió el alboroto que, a trompada limpia y revolcón, le puso calor a la “casa del escritor”.
Pero nadie hizo nada. Pleno día. Mirar, escuchar.
Barrio humilde. Serpenteado por la droga. Poblado de jóvenes de abultado déficit con la justicia. Barrio al que él llegó hace años y donde a poco tirar ancla, junto a su esposa Susana Labrune, fundó una biblioteca pública que por las tardes se llena de pibes.
“Algún día moriré… no figura en mis planes, pero seguramente moriré. Y cuando esté al borde, si usted tiene tiempo, venga… Lo comprometo a que me pregunte cuál es la mejor literatura que leí… Me mantendré en mis siete: la norteamericana”. Le dijo él a este diario hace tres años en esa habitación de asalto y piñas.
Fue un mediodía con olor a estofado alentado por una cocina preñada de cotorreo de mujeres de todas las edades.
–Sí, sí… son las chicas que atienden la biblioteca –había anticipado él…
Aún hoy se sigue lamentando de los prejuicios que durante años lo mantuvieron lejos de la lectura de Borges.
–¡Nos ha enseñado tanto!... ¡Qué manejo de la palabra, de la adjetivación!...
–Un permanente ir por encima de las posibilidades –reflexionó “Río Negro” ese mediodía y él hizo un largo e incómodo silencio…
–Me parece que hablar de las posibilidades de Borges es limitarlo –respondió él en esa mañana de ruidos de cacerolas.
No tenía ganas de hablar de su literatura. Sino que se escapaba con Faulkner, lo hacía con Hemingway –“él decía que nunca había que abandonar lo que se escribe sin haber comenzado a escribir otra cosa”–. Y si Faulkner y Hemingway no le alcanzaban para huir, volvía Borges.
Pero nada de él y sus libros.
Esas novelas de sintaxis impecable hasta en su repetición más mínima. Ese estilo que se desplaza siempre con un manojo reducido de palabras, una seductora economía de palabras. La puntuación y el giro que son definición exacta de lo necesario.
Y la ficción explorando la historia argentina.
Entonces el poder, siempre el poder en su literatura.
El poder como puesta en escena, siempre, de una ideología. El poder como cultura y como dialéctica. El poder como entidad efímera e inquietante.
Como lo demuestra la historia argentina.
Y lo escribe él, Marcos Rivak. Alias Andrés Rivera, que hoy está en Cipolletti.

   
CARLOS TORRENGO
ctorrengo15@yahoo.com.ar
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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