BUSCAR       RIO NEGRO    WEB     
TITULOS SECCIONES SUPLEMENTOS OPINION CLASIFICADOS SERVICIOS NUESTRO DIARIO PRODUCTOS
  podio
RURAL
DEBATES
GUIA OCIO
eH! HOGAR
ESPECIALES ON LINE
ECONOMICO
CULTURAL
ENERGIA
 
Sábado 05 de Mayo de 2007
 
 
 
>>Ediciones ANTERIORES
   
 
  El último duelo antes del fin del mundo
 
 

Click para ver más fotos

Un agónico partido de fútbol disputado en el marco de los últimos días de un campamento salitrero ubicado en el norte de Chile compone el eje de “El fantasista”, novela del escritor chileno Hernán Rivera Letelier.
En su octava obra –la primera que edita bajo el sello Alfaguara–, este ex minero del salitre convertido en escritor vuelve sobre sus pasos para recrear, una vez más, esa geografía que lo lanzó a la fama hace más de 10 años, cuando publicó “La Reina Isabel cantaba rancheras”, hoy traducida a varios idiomas.
A esos años se remonta justamente el germen de “El fantasista”, que narra la historia del equipo de fútbol de la oficina salitrera Coya Sur a poco de enfrentar a sus archirrivales de la cercana María Elena, en el último partido antes del cierre definitivo del campamento.
“En el desierto hubo más de 600 campamentos que fueron desapareciendo uno a uno, y el paisaje se fue llenando de pueblos fantasmas. Se me ocurrió hacerle un homenaje a toda esa gente, muchos de ellos amigos de mi infancia con los que jugábamos con una pelota de trapo hecha con restos de ropa”, señaló Rivera en su paso por la Argentina.
 “En ese sentido, es una novela completamente realista que cuenta cómo los pobladores del pueblito de Coya Sur deben abandonar el sitio donde crecieron, se casaron y enterraron a sus muertos y cómo enfrentan la instancia final de jugar un partido de fútbol frente al pueblo rival”, relató.
Planteado como “el último duelo antes del fin del mundo”, los jugadores de Coya sienten que un triunfo les asegurará la gloria, aunque ven con preocupación que los rivales de María Elena los superan ampliamente en técnica y capacidad de juego.
Sin embargo, poco antes del cotejo decisivo los habitantes del pueblo se ilusionan con la aparición de un misterioso hombre que, acompañado por una joven, llega al pueblo con una pelota bajo el brazo y empieza a desplegar con ella una serie de piruetas que rápidamente enciende los ánimos del equipo.
A partir de ese momento sobrevienen las estrategias para retener al extranjero y lograr que acepte integrar la formación local, una tarea que resulta más trabajosa de lo esperado y que demora el duelo por ese pueblo próximo a desaparecer.
“El fútbol, en ese desierto donde no hay qué hacer ni dónde ir, se transforma en una caja de resonancia de pasiones, sobre todo en un escenario tan extremo, donde a veces el viento es tan fuerte que se mete en el arco local como si la hubiera pateado el más aguerrido de los delantero rivales”, indicó.
“La idea de la novela es ir más allá del fútbol y, en ese sentido, creo que es una historia que habla sobre la amistad, la lealtad y la solidaridad”, apuntó Rivera Letelier.
“Aquí aflora lo mejor del ser humano (la valentía, la inteligencia, la picardía), pero también lo peor (el odio, la cobardía, la violencia)”.
Desde que saltó a la fama en 1994 con “La Reina Isabel...”, el escritor publicó “Fatamorgana de amor con banda de música”, “Donde mueren los valientes”, “Los trenes se van al purgatorio”, “Santa María de las flores negras”, “Canción para caminar sobre las aguas” y “Romance del duende que me escribe las novelas”.
Rivera Letelier, que en 2001 fue nombrado caballero de las Artes y las Letras por el gobierno de Francia, confiesa que se puso por primera vez una camiseta deportiva a los 15 años, cuando jugaba por el  Pulpería F.C.
 “Creo que Chile se perdió un centrodelantero espectacular –bromeó el autor–. Yo fui el inventor de la rabona... y la hacía a pata pelada y con pelota de trapo cuando tenía cinco años”.
En “El fantasista”, el fútbol funciona como una escenografía vistosa en la que se dirimen muchas cuestiones: la rivalidad entre pueblos, el afán reivindicativo, la vanidad masculina y hasta la posibilidad de restablecer una dimensión lúdica en un paisaje sesgado por la aridez climática y la precariedad económica.
 “Es muy difícil escribir una novela sobre el fútbol: cuentos y poemas sobre el tema hay muchos, pero no novelas –explicó–. La razón de esta escasez es que es una cuestión muy acotada, como la pornografía... Cuando uno lee una novela pornográfica siente que ya las leyó todas”.
“Por eso mismo, cuando empecé a escribir ‘El fantasista’ se me ocurrió que había que mostrar cosas fuera del fútbol. Es una oda al fútbol pero también a todo lo que implica: el espíritu de grupo, la solidaridad, el objetivo colectivo y, en especial, el sentido del humor”, enumeró. A esta altura, Rivera Letelier ya engrosa la estirpe de cronistas de la pampa chilena encabezada por Juan Zola y Eduardo Barrios, autores de “Tarapacá” (1903). El escritor suscribe orgulloso a esta vertiente, a la que dice haberle aportado un rasgo de singularidad.
“El habitante de estas regiones es un tipo con mucho humor, a pesar de que en este desierto se cometieron algunas de las mayores masacres e injusticias contra los obreros, que durante años fueron explotados salvajemente”, señaló.
“La historia del pampino está llena de drama, pero el humor lo ha ayudado a sobrevivir. En ese sentido, creo que la principal carencia de todo lo que se escribió sobre la pampa antes de que llegara yo es su componente panfletario e incendiario. ¿Por qué? Porque fue escrita por tipos que nunca imaginaron que en ese mundo pudiera caber el sentido del humor”, concluyó Rivera.

EL CAMINO DEL ESCRITOR

Rivera Letelier nació en Talca (1950). Vivió hasta los 11 años en la oficina salitrera Algorta. Luego se trasladó la familia a Antofogasta, donde murió su madre. Sus hermanos se fueron a casa de sus tías. El se quedó en Antofagasta, solo, hasta los 11 años aproximadamente. Para sobrevivir vendió diarios. Posteriormente trabajó como mensajero en la empresa Anglo Lautaro (hoy Soquimich).
A los 18 años entró a un taller eléctrico. Pero su afán aventurero lo envió a recorrer, por tres años, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Argentina. Regresó en 1973 a Antofagasta e ingresó a trabajar en la empresa Mantos Blancos. Se casó con una joven de 17 años teniendo él 24. Después partió a Pedro de Valdivia, otra oficina salitrera. Estudió en la escuela nocturna séptimo y octavo año y en Inacap egresó de la enseñanza media. Vive en Antofagasta con su esposa y cuatro hijos. Ha obtenido en dos oportunidades el Premio Consejo Nacional de Libro (1944 y 1996).

SE ES O NO SE ES

Si bien en un principio publicó poemas y cuentos en sus libros “Poemas y Pomadas” y “Cuentos breves y cuesco de brevas”, respectivamente, es en el género novelístico donde ha obtenido rotundo éxito editorial, de crítica y de público. Sus libros están siendo traducidos a varios idiomas y también hay perspectivas de hacer cine. Su primera novela “La Reina Isabel cantaba rancheras”, al igual que las posteriores, trata sobre la vida dura, laboriosa y solitaria de las personas que trabajan en las oficinas salitreras, dándole importancia al retrato de los burdeles y prostitutas, a quienes coloca como heroína en sus textos. “Son mujeres que amo, porque si ser prostituta ya es fuerte, serlo en el desierto raya en lo heroico”.
Sueña con poseer un estilo literario que sea una mezcla de “lo mágico de Rulfo, lo maravilloso de García Márquez, lo lúdico de Cortázar y la inteligencia de Borges”. ¿Nada más quiere? Estas cualidades soñadas por Rivera Letelier se asoman un poco en sus textos, especialmente lo maravilloso de García Márquez y lo lúdico de Cortázar. Sus dos primeras novelas, un tanto morosas en su desarrollo, muestran el talento del futuro gran escritor, consolidando su estatura de tal en su libro Fatamorgana de amor con banda de música (1998), donde la pluma se ha aligerado, no abunda en digresiones y la tensión dramática es más acentuada y dinámica. Sus héroes, sostienen los críticos, siguen siendo personas de pobre pasar, con mucha adicción al alcohol, los juegos, la jarana y viviendo en una permanente pobreza. Incursiona en un género que hizo famoso a Manuel Rojas, Armando Méndez Carrasco, González Vera, Alberto Romero, Nicomedes Guzmán y otros escritores chilenos. “Ha tenido suerte porque tiene talento”, le reconoce todo el mundo editorial.
Sus primeras novelas conocieron el éxito inmediato, circunstancia que se ha mantenido con las obras posteriores, al igual que los otros escritores de renombre internacional que tiene Chile: Isabel Allende y Luis Sepúlveda.
Fiel a sus raíces humildes, Rivera Letelier es de una sinceridad enorme. “No oculta sus inicios y no cree ser escritor. Sencillo, afable, locuaz, utilizando términos populares, su conversación es diáfana y coloquial, propia de una persona que ha tenidos innumerables experiencias en la vida y donde todo lo ha conseguido con mucho esfuerzo y sacrificio”, señalan sus allegados. A él nada le ha sido regalado. Por eso cobra importancia el éxito obtenido: “Desde ese día (cuando ganó, en 1944, el Premio Consejo nacional del libro) la vida me dio una vuelta de carnero. Me he convertido en el hombre más feliz del mundo. Hago lo que me gusta, vivo de eso y lo gozo. No he cambiado mi forma de vivir ni mis amigos, pero me siento más seguro de mí mismo, ya que no tengo que preocuparme de que no vaya a tener pan para mis hijos mañana”.

LIBROS
PUBLICADOS

• “Poemas y pomadas”, 1988.

• “Cuentos breves y cuesco de brevas”, 1990.

• “La reina Isabel cantaba rancheras”, 1994.

• “Himno del ángel parado en una pata”, 1996.

• “Fatamorgana de amor con banda de música”, 1998.

• “Los trenes se van al Purgatorio”, 2000.

Otros fragmentos de la literatura chilena 

CARLOS CERDA

(...) Lorena acaba de cumplir los cuarenta, ahora está llorando, ya se le ven algunas canas; desde una ventana del hospital mira el cielo despejado de Berlín, estrellas cruzando la noche de la ciudad dividida; y esplendores de fiesta, fuegos artificiales que celebran la noche de Año Nuevo. A sus espaldas don Carlos se está muriendo, también sus padres morirán pronto y ella estará allí; sus hijos seguirán creciendo, sus sueños seguirán creciendo, pero ella sabe que estará allí, más cerca de sus hijos que de sus sueños. ¿Por qué a mí?, se pregunta calladita, y una segunda voz, una que navega desde adentro hacia el oído, le contesta: ¿Sólo a ti? ¿Crees que sólo a ti? Escucha los últimos estertores del viejo y recuerda que una noche, perdida en el tiempo y molesta a la memoria, lo quiso matar; recuerda también una antigua conversación en el Indianápolis; el Senador ejercía una atracción magnética, era buenmozo, simpático, prometía toda la libertad imaginable en el mejor de los mundos; creía posible el paraíso en la tierra. Recuerda una tarde soleada de Santiago, una boina, un libreto, unas manzanas. Recuerda un calabozo, un beso de Mario, el Sputnik perdido en esas mismas estrellas, vistas aquella noche desde la puerta de su casa.
(¿Quién vivirá ahora en su casa?).

Extraído del capítulo XIII
de “Morir en Berlín”;
Planeta Biblioteca del Sur,
1993, Santiago de Chile.

PEDRO LEMEBEL

Como descorrer una gasa sobre el pasado, una cortina quemada flotando por la ventana abierta de aquella casa la primavera del ’86. Un año marcado a fuego de neumáticos humeando en las calles de Santiago comprimido por el patrullaje. Un Santiago que venía despertando al caceroleo y los relámpagos del apagón; por la cadena suelta al aire, a los cables, al chispazo eléctrico. Entonces la oscuridad completa, las luces de un camión blindado, el párate ahí mierda, los disparos y las carreras de terror, como castañuelas de metal que trizaban las noches de fieltro. Esas noches fúnebres, engalanadas de gritos, del incansable “Y va a caer” y de tantos, tantos comunicados de último minuto, susurrados por el eco radial del “Diario de Cooperativa”.
Extraído del capítulo I de “Tengo Miedo”; Seix Barral, 2002, Santiago de Chile.

SERGIO GOMEZ

Todo se vino de prisa, llegó la moda del desencanto y todos los que renegaron algún día del Matute Salgado, levantaron su mismo grito: “Me cansé, renuncio”.
Al menos seguimos fieles a Wenders, pero sus películas jamás llegaban. Sabíamos que los desaparecidos no iban a aparecer. Nos dejamos una ponytail que nos hacía ver ridículos, pero parecidos a cualquier sujeto de película o de fiesta de la revista “Caras”. Yuppies, sí, pero sin plata. Cambiamos revistas “Análisis” por la “Vogue” o la “Vanity Fair”, por supuesto en inglés. Hacíamos el amor con preservativos de colores. Jim Morrison volvió a su tumba, pero ahora para muchachos de plata que no lo entendían. Pinochet no era nada, un viejo chocho que había metido la pata y la bota, pero que tenía asegurada una página en el “Manual de Historia de Chile” de Frías Valenzuela. A quién podría importarle, mejor era preocuparse de la dieta de achicorias, de tener lo suficiente para pagar un departamento de un ambiente donde llevar mujeres ilusas que leyeran a Kundera y a la Isabel Allende; convencerlas de las bondades del masaje filipino y que el tai-chi es sólo efectivo si se hacía sin ropa. Ahora sí se podía gozar tranquilo en la cama, sin pensar ni suponer que en el Barrio Norte se volaban los techos y dormían hasta cinco en una sola cama. (...) Simplemente porque soy otro distinto, en este “país de las oportunidades”.
Extraído de “Adiós, Carlos Marx, nos vemos en el cielo”; Planeta Biblioteca del Sur,
1994, Santiago de Chile.

Carlos Cerda
Nació en Santiago en 1942. Estudió la enseñanza básica en la Ciudad del Niño Presidente Ríos y las humanidades en el Instituto Nacional, en cuya célebre Academia de Letras hizo sus primeras armas literarias. Paralelamente estudió en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Allí se graduó en Filosofía y trabajó como docente. En el ’73 se exilió en Berlín.

Pedro Lemebel. En los ’80 se da a conocer como integrante del grupo de arte “Yeguas del Apocalipsis”, protagonizando memorables performances. Tras pasar su labor por la fotografía y los videos se aboca a la literatura, donde introduce con sus crónicas un género virtualmente inaugural en Chile –describe magistralmente el mundo urbano marginal como “una construcción cultural y existencial poderosa”–. Es un escritor de culto.

Sergio Gómez
Nació en Temuco en 1962.
Antes de ingresar a la Universidad de Concepción, en 1980, se dio tiempo para vagabundear algo más de un año por EE. UU., especialmente en Nueva York.
Comenzó primero a estudiar Derecho pero, luego de cuatro años, decidió cambiarse y comenzó la carrera de Literatura.

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
Todos los derechos reservados Copyright 2006