Fui amiga personal de Cortázar, lo admiré y lo sigo admirando como escritor; me alegré, con los de mi generación, cuando optó por el socialismo. Todo lo cual no me impidió disentir con él en una circunstancia histórica concreta. La muerte de Cortázar, que fue vivida por mí como algo desoladoramente injusto e irreparable, no me hace arrepentir de esa disensión. Creo en la polémica y en la pasión por las ideas; creo, también, que con el enemigo real no se polemiza. Con Pinochet, con Videla, toda controversia sería inimaginable (casi resulta inimaginable que tengan alguna idea). Por otra parte, la última vez que Cortázar estuvo en Buenos Aires modificó sus conceptos sobre lo que había llamado "genocidio cultural en la Argentina" y nos prometió, a la gente de "El Ornitorrinco", un diálogo. Diálogo que no pudo cumplirse: Cortázar murió dos meses después.
"EXILIO Y LITERATURA"
* En los últimos tiempos y según ciertos enfoques más emotivos que rigurososlos escritores argentinos damos la impresión de no ser ya individuos diversos, discutibles en tanto escritores, conscientemente inmersos o no en nuestra realidad; un milagro ha borrado los matices; hoy somos una especie de abstracción que cabría dentro de una de estas dos categorías neoplatónicas: radicados en el exterior, lo que equivaldría a "condenados fatalmente a vivir lejos de la patria", o radicados en la Argentina, lo que equivaldría a "mártires o muertos en vida". No discuto que, en muchos casos, la difusión de este esquema responda a un propósito de solidaridad intelectual. Tampoco discuto que se origine en situaciones individuales bien concretas. Lo que pongo en duda es que la situación general del escritor argentino que, por ejemplo, no es exactamente igual a la del escritor paraguayo o chileno; que tiene características, problemas y salidas propias y que por lo tanto exige que se la analice en su peculiaridad, dudo, decía, que esa situación encaje en el esquema consignado. Y también pongo en duda la eficacia histórica de erigir masivamente en víctimas a los artistas e intelectuales de cualquier país.
En primer lugar, esto proporciona una coartada y justifica la inacción; si estamos afuera, el exilio por sí mismo ya supone una "causa" e implica una "protesta", ¿para qué intentar algo más? Si estamos en el país, la realidad nos impone el silencio; nada podemos hacer, sin contar con que "ya cargamos con nuestra cruz" por el simple hecho de estar acá. En segundo lugar, este esquema postula implícitamente el congelamiento de la cultura nacional, su imposibilidad absoluta de desarrollarse en contra una nueva circunstancia histórica y, en consecuencia, de incidir sobre esa circunstancia; en el exterior, la fatalidad misma del exilio impondría la desvinculación con el proceso cultural argentino; en la Argentina, el medio nos obligaría a la parálisis.
* Un artículo publicado por Julio Cortázar en la revista colombiana "Eco" (N° 205, noviembre de 1978) contribuye no intencionalmente pero de manera decisiva a este esquema. Que Cortázar sea uno de nuestros mayores escritores y tal vez el más universalmente querido por nosotros, que su actitud haya sido siempre solidaria con los pueblos de Latinoamérica, vuelve dignas de atención sus declaraciones, muchas veces negligentes, sobre nuestra realidad cultural. Ya que no se le puede atribuir mala fe, al menos puede suponérsele cierto apresuramiento, una necesidad a ultranza de hacer causa común con los exiliados aun a riesgo de dar una imagen maniquea de la realidad, valiéndose de recursos más pasionales que científicos. Cortázar lo reconoce: "No tengo ninguna aptitud analítica: me limito aquí a una visión muy personal, que no pretendo generalizar sino exponer como simple aporte a un problema de infinitas facetas". Pero pese a este propósito explícito, Cortázar generaliza, hace del "de afuera" y del "de adentro" dos condenados sin atenuantes, acomoda la situación de todos los intelectuales residentes en Latinoamérica a los requerimientos de su artículo y, con dolor, nos aplasta de un plumazo.
* El artículo se llama "América Latina: exilio y literatura", y su intención general no sólo no es imputable sino que puede considerarse generosa. Postula algo así como una ética y una estética del escritor exiliado; propone la no utilización del exilio como disvalor (mera lamentación o doloroso regodeo en la propia impotencia) sino como conversión lúcida en una acción positiva, en un estímulo creador. Que un escritor use sus palabras para impulsar a otros escritores a que escriban: eso es lo que considero un propósito generoso. Que para eso se valga de recursos lírico-demagógicos, que reemplace con retórica lo que llama falta de "aptitud analítica", no me parece siquiera justificable, sobre todo en alguien que conoce como pocos el valor y el manejo de las palabras.
* Cortázar afirma escribir desde el exilio, continuamente aporta elementos que lo ubicarían, de manera inapelable, como exiliado: "...me incluyo actualmente entre los innumerables protagonistas de la diáspora. La diferencia está en que mi exilio sólo se ha vuelto forzoso en los últimos años (...) Al exilio que podríamos llamar físico habría de sumarle el año pasado un exilio cultural (...) Un exiliado es casi siempre un expulsado, y éste no era mi caso hasta hace poco. Quiero aclarar que no he sido objeto de ninguna medida oficial, y es muy posible que si quisiera viajar a la Argentina podría entrar en ella sin dificultad; lo que sin duda no podría es volver a salir (...) mi reciente exilio cultural, que corta de un tajo el puente que me unía a mis compatriotas en cuanto lectores y críticos de mis libros, ese exilio insoportablemente amargo para alguien que siempre escribió como argentino y amó lo argentino...". ¿Tantas palabras para demostrar su condición de exiliado? ¿No bastaba con testimoniar la situación de los que sí debieron abandonar sus países? El propio Cortázar tuvo la honestidad de declarar alguna vez que él se fue de la Argentina en 1951 porque los altoparlantes peronistas no lo dejaban escuchar tranquilo a Bartok. Nunca, hasta ahora, intentó justificarse por su condición de exiliado y si algo realmente lo justificó, para nosotros, fue la obra literaria excepcional que escribió, en París, pero con lenguaje argentino, y su manera de ir modificando aquella primera concepción sobre el ruido y Bartok.
* En cuanto al aspecto testimonial, en cuanto al ejercicio inmediato de la libertad que sólo tiene sentido en tanto actúa ahora y aquí sobre los otros, siempre está condicionado por esos otros. En una isla desierta yo puedo hacer un ejercicio total de mi libertad de expresión, puedo decir mi verdad sobre el mundo tal como la concibo, pero ¿para qué y para quién la digo? Y yendo a una situación menos extrema: ¿qué sentido tiene, para un escritor nacional, testimoniar su verdad si no va a ser leída por aquellos, fundamentalmente sus compatriotas, para quienes esa verdad está destinada? La escritura como acto político necesita el receptor adecuado, no es un grito en el vacío ni tiene un valor absoluto: su valor es circunstancial y, por lo tanto, debe estar inmersa en la circunstancia sobre la que pretende actuar.
* No somos héroes ni mártires. Ni los de acá ni los de allá. El alejamiento, la permanencia en el propio país, en sí mismos, carecen de valor ético. Los "esfuerzos que los sufridos intelectuales llevan a cabo para mejorar un aspecto de la Argentina" de que habla Marta Lynch en "El duro oficio de ser argentinos" ("Clarín", "Cultura y Nación", 2 de agosto de 1979) también son una bonita generalización, una manera retórica de salvaguardarnos en montón. Se puede ser un traidor adentro o afuera, un gran escritor en el propio país o en el extranjero. Se puede asumir una perspectiva nacional aun en el exilio y escribir desde la torre de marfil en el propio suelo. Qué hizo, qué hace un escritor con sus palabras, ésa es la cuestión última.
* Ya sabemos que no estamos en el mejor de los mundos. Que muera o se silencie un solo hombre, aquí o en cualquier lugar del mundo, sin que nadie responda por su libertad y por su vida, ya es un hecho de tanto peso como para que signe cada una de nuestras palabras y de nuestros actos. Pero no aceptamos que se lo transforme en nuestro símbolo. Porque eso sería aceptar como símbolo la muerte. Y a nosotros, acá, nos toca hacer aquello que Cortázar, ahora sí con toda su lucidez de escritor, recomienda a los latinoamericanos residentes en Europa: sumergirnos en nuestra situación y volverla un hecho positivo. No aceptamos, de París, la moda de nuestra muerte. Es la vida, nuestra vida, y el deber de vivirla en libertad lo que nos toca defender. Por eso nos quedamos acá, y por eso escribimos.