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Sábado 10 de Marzo de 2007
 
 
 
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  Señora pasión, Señora precoz, Señora literatura
Liliana Heker como parte del directorio del Fondo Nacional de las Artes vino y tomó nota de las necesidades de los escritores regionales y habló de lo que mejor sabe hacer: escribir.
 
 

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Tan menuda ella, Liliana Heker (64). Y con tanta vitalidad, obras, discusiones y controversias encima. Pareciera que no hay relación entre las batallas que ha dado y su estatura diminuta, reconoce. "Peor fue cuando tenía 19 años tenía una pinta de nena tremenda le hice una crítica feroz a David Viñas, en una época en que Viñas resolvía todos los litigios culturales a las trompadas. Cuando me co

noció todo el mundo pensaba: 'Y ahora qué le va a pasar: ¿la va a pisar?'. Lo resolvió no hablándome durante cinco años. Después me empezó a querer".

Le pasa seguido esto de impresionar por su apariencia física: "Por eso siempre anticipo que soy chiquita. Con apellido alemán y antecedentes de no callarme nunca nada todos esperan a alguien altísima, como mínimo".

Pero a medida que empieza a hablar muestra su real estatura: la de ser una grande de la literatura argentina y una encendida abogada de sus principios a la hora de observar y vivir la realidad cultural del país.

"Hay mucha cortesía hoy y no puedo dejar de relacionarla con la indiferencia. Soy de una generación para la cual la discusión era el reflejo más fiel de la pasión por las ideas que uno podía llegar a tener". De esta ideología célebre es la controversia que mantuvo con Julio Cortázar, durante la última dictadura militar, que ya es parte imprescindible de nuestra historia nacional.

Empezó su carrera a los 16 años y de inmediato alcanzó el reconocimiento como destacada narradora mediante la publicación de su primer libro de cuentos, "Los que vieron la zarza" (1966), mención única en el concurso Casa de las Américas (La Habana, Cuba). Por aquellos días, la adolescente precoz quería publicar un poema suyo en la revista "El Grillo de Papel" (1960) que dirigía Abelardo Castillo, quien a la postre sería su primer crítico cuando le contestó: "Tu poema es pésimo pero por la carta se nota que sos una escritora". A partir de ese momento, con Abelardo comenzaría a tejer una amistad entrañable, de hermanos, que se mantiene y acrecienta hasta el día de hoy.

¿Cómo se presenta usted?

Como una escritora. Soy fundamentalmente narradora de cuentos y novelas. También escribí ensayos y polémicas; lo que he hecho en las revistas literarias fue fundamental. Pero la palabra escritora es la

que más me explica.

¿Cómo encuentra el panorama de la literatura argentina actual?

Muy diverso y rico. Hay una nueva generación de escritores excelentes. También hay mucho ruido. Se escribe mucho y rápidamente para el consumo. La palabra mercado está muy presente: marca y determina. Siempre hubo escritores que primero querían ganar dinero, como Silvina Bullrich, pero no lo decían. El hecho consensuado para un escritor es que tenía que dedicarse a su arte y no pensar en una retribución monetaria, lo que también era un disparate. Porque escribir es un trabajo y lo más digno es vivir del trabajo. Pero tratar de vender mucho y rápido es contra natura. Esta meta regida por las leyes del mercado no tiene nada que ver con lo que es un acontecimiento cultural.

Un libro, una novela, se abre paso de a poco. Y el mejor destino que puede alcanzar es que dure y perdure. Uno escribe para no morirse. Me da mucha alegría cuando alguien me dice: "Leí 'Retrato de un genio'", que lo escribí cuando tenía 19 años. O "Zona de clivaje" (1987) o "El fin de la historia" (1996). No soy una escritora de ventas explosivas, pero siempre me están leyendo: eso es lo que importa.

De los nuevos, ¿quiénes le interesan?

Guillermo Martínez, notable, sus ideas siempre valen la pena; Pablo Ramos, excelente, con un mundo muy duro; Paola Kauffman, a quien conocí y quise muchísimo; Romina Doval, excelente; Florencia Abate... De la generación intermedia, Guillermo Saccomanno, Alejandra Laurencich, entre otros.

No hay detenimiento de la literatura, para nada; sí falta un movimiento literario que polemice, que provoque, que construya y aporte al hecho literario y la literatura. Hay literatura pero no hay movimiento.

Totalmente acorde con la vida nacional, ¿no? No hay muchas ideas en debate.

Es que hoy se le escapa a la discusión. Hay una especie de cortesía que se parece bastante a la indiferencia. Y discutir, para mí, es pasión, es interés por lo que está haciendo el otro, que todo no es igual, es hacer circular ideas y argumentos... Hay mucha conversación de entrecasa que poco tiene que ver con lo que es la polémica.

En este sentido, usted protagonizó de los más encendidos debates ideológicos de los últimos 30 años: todavía resuena la controversia que mantuvo con Julio Cortázar sobre la cuestión del exilio y la literatura y el genocidio cultural de la pasada dictadura militar.

Sé que en las mismas circunstancias volvería a discutir con él de la misma manera, con todo lo que lo quise. Como toda polémica respondió a una determinada circunstancia histórica y su lectura sigue resistiendo el paso del tiempo y debería seguir iluminando no sólo en el aspecto testimonial revelando los problemas que ocurrían en la cultura mientras los militares cometían atroces crímenes de lesa humanidad sino en el de la resistencia cultural y de las distintas posturas que había sobre cuál debía ser la función de un escritor ante un régimen de terror y dictatorial como el que vivimos.

Su obra y efervescencia creativa también tienen registro en tres revistas paradigmáticas de la literatura argentina. Primero, precozmente, en "El Grillo de Papel"; luego como responsable y fundadora de dos marcas de incuestionable trascendencia: "El Escarabajo de Oro" (1961/76) y "El Ornitorrinco" (1977-1988).

De la primera, salieron seis números, y yo tenía 16 años. De la segunda, viví la explosión cultural argentina. Y la tercera registra cuando la muerte nos cercaba a todos: la Argentina era un páramo. Una revista literaria siempre dialoga con su presente: toma la problemática y las características que le exige esa coyuntura. En ese sentido, "El Escarabajo" y "El Ornitorrinco" tuvieron la coherencia de quienes la hacíamos: Abelardo Castillo, Vicente Battista, Sylvia Iparraguirre. Escribíamos los editoriales, las notas y los cuentos, diagramábamos y distribuíamos, y el modo de hacer cada una de estas tareas revela el momento del país.

Te cuento: "El Escarabajo" lo distribuíamos personalmente por toda la calle Corrientes. Me conocía a todos los vendedores y quiosqueros. Con este físico mío, quién me iba a negar colgar la revista. Para ellos, yo era la "piba del Escarabajo". Después de dejarlas nos juntábamos todos en el Café La Paz y enseguida veíamos gente leyéndola, con voracidad y ansiedad. Discutían con nosotros de algo que habíamos publicado. Inolvidable. Teníamos una respuesta visible e inmediata. Las reuniones de edición se hacían todos los viernes en el Café Tortoni, abiertamente. Donde todos metían cuchara. El que recién terminaba un cuento, sea novato o consagrado, aparecía y lo leía. Era una locura preciosa. Se discutía si la revolución, si China, la cuestión marxista-cristiana, los límites del socialismo, si Borges debía ser considerado por ser de derecha, si el estructuralismo sí o no... Todo era ruido. ¡Qué bueno!

Con "El Ornitorrinco", en cambio, no sabíamos qué pasaba con ella. La distribuíamos, algunos quiosqueros se negaban a venderla y después venía un silencio espantoso y prolongado. El primer número costó muchísimo venderlo. A partir del número 3 empezó a venderse bien: fue decisivo un editorial de Abelardo pronunciándose contra una posible e inminente guerra con Chile, encuadrándola como una propuesta demencial de dos dictadores. Después viene la polémica mía con Cortázar... Otra cosa distinta: las reuniones en los cafés se terminaron; ahora era en las casas. La temática pasaba por los derechos humanos. Era todo un retroceso. Un volver a empezar. Se discutía el quedarse o irse. Todo era silencio.

¿Qué revistas cubren ese espacio ahora?

Me parece que no hay. Hay revistas lindas como "La mujer de mi vida"; algunas hermosas que son digitales, como "La máquina del tiempo"... pero no más.

¿En qué momento de su

carrera está ahora?

Siempre en el principio. Ahora, con mucha fuerza, recupero ese estado de libertad casi aterradora de la adolescencia que se plantea "¿ y ahora qué?". Es fascinante. Para los otros yo soy escritora, me ven ya como un hecho consumado. Pero yo no me siento así. Cuando no puedo escribir, cuando no encuentro eso nuevo que quiero escribir, no siento respaldo de todo lo que ya escribí. Uno necesita justificarse hoy. Siempre está ese salto al vacío que uno está por dar. Estoy dándole forma a una novela que me está dando vueltas de modo muy difuso. Estoy escribiendo cuentos muy breves, lo que no había hecho hasta ahora. Me fascinan.

¿Por dónde rumbea la novela nueva?

No voy a hablar de ella, porque uno se transforma en un esclavo de sus palabras, siempre.

Usted se presentó como escritora. ¿También como una ciudadana de izquierda?

Sí, soy de izquierda. Sigo pensando que el mejor sistema es aquel que plantea "a cada cual según su necesidad, de cada cual según sus posibilidades". El mundo va cambiando y, sin dudas, ya no creemos en un mundo social tal como lo concebíamos cuando éramos adolescentes. Está clara la feroz inhumanidad del actual sistema pero no están claros los caminos para alcanzar un mundo mejor, al que invoco siempre. Me planteo si cuando era joven el mundo estaba más claro o yo era más ingenua: posiblemente pasaban las dos cosas.

 

EL PERFIL

Liliana Heker nació en Buenos Aires en 1943. Fue directora de dos revistas literarias de incuestionable trascendencia: “El Escarabajo de Oro” y “El Ornitorrinco”. A su primer libro de cuentos, “Los que vieron la zarza” (1966), le siguieron: “Acuario”, “Un resplandor que se apagó en el mundo”, “Las peras del mal” (cuentos) y la novela “Zona de clivaje” (1987). Sus cuentos completos han sido traducidos al inglés y muchos de sus relatos se han publicado también en Alemania, Rusia, Turquía, Holanda, Canadá y Polonia. Ha reunido todos sus cuentos en el volumen “Los bordes de lo real”, publicado por Alfaguara (1991). En 1999 publicó “Las hermanas de Shakespeare”, donde reunió los artículos publicados en diferentes medios entre 1971 y 1977 (incluye la polémica con Julio Cortázar).
Como ensayista publicó “Diálogos sobre la vida y la muerte” (2000). Hay dos versiones: una que escribió cuando tenía 30 años y la segunda cuando tenía 60. Cualquiera de las dos ediciones son imperdibles. Ambas incluyen una entrevista a Borges. “Es un libro fascinante de un tema al que le escapamos”, dice Heker.
En 1996 sacude con “El fin de la historia”, de la que diría: “Es una novela sobre el tiempo apasionado que nos tocó vivir a los que nacimos en los años cuarenta y sobre una militante que traicionó”.
En el 2001 apareció “La crueldad de la vida”.

LA TEMATICA

“En mis cuentos los chicos casi siempre son protagonistas. Es un mundo complejo que me atrae. Para nada es una edad dorada. Los conflictos aparecen en crudo, para nada tamizados. No hay elementos culturales para filtrar nada. Entonces, todas las pasiones están en estado puro. La especulación, la generosidad, la envidia, el egoísmo se dan sin filtros. De ahí que me apasionen los conflictos de los chicos.
“Y la adolescencia es una etapa de genialidad generalizada. Son geniales porque están descubriendo todo: después se les pasa esa genialidad.
“Y cuando los protagonistas de mis cuentos no son chicos, siempre aparece algún episodio de la infancia, como si allí estuviera el reflejo o la explicación de una conducta adulta. Aun en las novelas, como en ‘El fin de la Historia’, la infancia de la protagonista es importante. Es que allí se formaron. Elegí el regreso a la más temprana edad porque me da una posibilidad de mostrar conflictos en estado puro”.

EL AMIGO

Heker vive nombrando a Abelardo Castillo constantemente cuando habla tanto de la literatura como de la vida misma. “Es que él es el gran amigo. Cuando uno compartió una aventura tan intensa como sacar una revista se crea un vínculo entrañable. Por ahí pasan meses que no nos vemos pero, cuando nos encontramos, enseguida surge la charla armoniosa porque tenemos el mismo código, el mismo humor. Además ha sido un gran maestro para mí. En lo narrativo si hay alguien que realmente no sólo sabe lo que es un cuento sino que sabe comunicarlo y además tiene la feroz generosidad de comunicar su saber, ése es mi amigo Abelardo. También en él la cuestión ética es básica. Es coherente: vive de acuerdo a sus ideas.Uno, de alguien así, vive aprendiendo”.

LA BIBLIOTECA

“Hay libros que pueden fascinar a un adolescente. Hay que ayudarle a descubrir lo que realmente le gusta. Si damos en la tecla, ese chico no parará nunca de leer. ¿Como cuáles?”
* “Crimen y castigo”, de Fédor M. Dostoievski, “es una hermosa novela para esta etapa de la vida”.
* “La crónica de los pobres amantes”, de Vasco Pratolini.
* “Los cuentos de Abelardo Castillo, todos”.
* “La tierra del fuego”, novela de Sylvia Iparraguirre, “mucho de aventura, un libro de navegación imperdible”.
* “Ciertos cuentos de Cortázar; muy difícilmente lo haría empezar con algo de Borges”.
* “El juguete rabioso” o “Los siete locos”, de Roberto Arlt.

LOS TALLERES

Liliana Heker recorrió Roca y Bariloche desde el pasado miércoles hasta hoy en representación del Fondo Nacional de las Artes, del que ella forma parte del directorio, para promocionar eventos especiales –de formación, estudio e investigación– para los escritores de la región, consagrados o en tren de serlo.
Por ello, en semanas más, tras un registro personal de las necesidades y planteos de la gente que escribe ficción en Río Negro, el Fondo lanzará talleres de formación con becas incluidas para aquellos interesados que económicamente las necesiten.
“Creo en los talleres, en las posibilidades formidables de perfeccionamiento que ofrecen siempre, indefectiblemente”, sostiene.

 

HORACIO LARA

hlara@rionegro.com.ar

 

   
   
 
 
 
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