Que la Matrix tal y como la pintaron los hermanos Wachowski, y antes incluso el profeta de la red William Gibson, se convierta en una ferviente realidad es una cuestión tiempo. De poco tiempo.
Una de las grandes disyuntivas de la vida contemporánea, tanto como de la vida de cualquier otra época, es el enorme desgaste de energía que implica llevar adelante un proyecto o no llevarlo; en definitiva, existir. ¿Hacia dónde? Bueno, ésa es la clase de preguntas que es mejor no hacerse.
Hace unos años, Norman Mailer le señaló a un par de jóvenes periodistas una máxima que podría hacer temblar las estanterías del más taimado. Decía Mailer, palabras más, palabras menos: "la única manera de prevenir que te dé cáncer es arriesgarse. Ahora bien, si te arriesgas y te sale mal, hay más probabilidades de que contraigas cáncer que si te hubieras quedado quieto".
Planteado el dilema, la Matrix, o la posibilidad de desarrollar un vida virtual, o altamente mental, figura como un elemento salvador entregado por el propio sistema.
Tal vez este sortilegio, esta brujería moderna, sea, en rigor, la metáfora de un nuevo advenimiento.
La vida virtual les permitirá a los seres humanos resolver las incomodidades de la fricción. Habrá problemas en las sociedades hechas de píxeles, pero esos problemas podrán resolverse mediante maravillosos programas que vendrán a hacer el papel de ángeles guardianes.
Habrá amor si así lo pretenden las personas, pero también desamor y, finalmente, redención. La vida semejará una película con un final ya planeado.
¿Recuerdan a la dama de rojo que el programador le hace ver a Neo en medio de una ciudad de mentiritas? El programador no sólo se ufana de la belleza del espectro sino que además le ofrece a Neo pasar una noche en su compañía.
En los mundos virtuales los desafíos constituirán la fase de un juego que nos depositará justo donde queremos. Al contrario que la vida a secas, la Matrix podría obrar merced a una conducta no aleatoria.
La fugacidad, tanto como la permanencia, la irrupción, la sorpresa, la predecibilidad, todo, absolutamente todo, estará escrito en un lenguaje subyacente. El programa maestro decantará el verdadero criterio sobre el que se explicarán los simples mortales.
¿Recuerdan la figura del gran arquitecto del filme Matrix? ¿Recuerdan su diálogo con Neo hacia el final de la trilogía? Aquellos pasajes les darán una idea de hacia dónde vamos.
Se acabarán los miedos perpetuos. El miedo al fracaso. El miedo al rechazo. Se acabarán las imposibilidades. La de escalar montañas o manejar a alta velocidad. Un ser humano podrá interpretar múltiples profesiones. Y obrar en múltiples formas.
Hasta el más mínimo detalle referirá al círculo de teoremas ya cifrado.
Por supuesto, la felicidad programática también tendrá un precio. Es de imaginar que las billeteras de algunos estarán a la altura de los paraísos de plasma de primera clase mientras que otros obtendrán burdas imitaciones hechas en manufacturas orientales sin garantía de seguridad.
Los demás, los que así lo elijan o no puedan costearse unas vacaciones en el País de las Maravillas, deberán lidiar con el viento y el rechazo de las chicas histéricas.
CLAUDIO ANDRADE
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